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Escuchar el agua caer a borbotones le augura el descanso que tanto anhela. Se desembaraza de los pantalones y la camisa, elimina los restos de maquillaje de sus labios y se envuelve en el albornoz mientras ultima los preparativos. Decide que merece un ambiente sosegado, así que va en busca de unas velas; las enciende, prepara la ropa interior y añade unas sales de baño a la espumosa balsa de agua que espera recibir su cuerpo. Se deshace del albornoz, siente algo de frío y se apresura a introducir un pie en la bañera, notando cómo se le eriza el vello. Está bastante caliente, pero nada que no pueda soportar. Además, así podrá estar más tiempo a una temperatura óptima. Se mete por completo, apoyando la espalda y la nuca contra la gélida porcelana. Otro escalofrío. Suelta su melena y deja que flote entre la espuma mientras se acopla en el reducido espacio, dejando sus rodillas expuestas.

Cierra los ojos y respira profundamente. Escucha ruido de cláxones, máquinas perforando el asfalto y conversaciones perdidas a través de la ventanilla del autobús. Es capaz de oler el sudor del veinteañero obeso del mp3 del asiento delantero. Ve la mirada desinteresada por encima de las gafas del enjuto encargado de personal que desestima su candidatura por “no encajar en el perfil que busca su empresa”. El sabor del cigarrillo que encendió con rabia contenida al abandonar el edificio. El silencio roto por el mecánico teclear de las cuatro funcionarias de la oficina de empleo. El golpeo del sello, una vez más, sobre la cuartilla que documentaba su desesperada situación. La cabeza rubia oxigenada de la oficinista meneándose como un autómata ante la pregunta de cada lunes sobre si había ofertas aptas para ella. El móvil vibrando, la esperanza frustrada de escuchar a alguien querido. El número de la sucursal bancaria en la pantalla del teléfono. Morderse el labio, tragar saliva, volver a guardar el móvil en el bolso mientras sigue zumbando inútilmente. El frío metal del buzón al abrirlo para descubrir un folleto publicitario y un par de facturas. La mirada penetrante del padre de familia del 6º piso en su trasero mientras forzaba una sonrisa a la vecina del 3º para responderle que “bien, que todo bien, como siempre” durante el trayecto en ascensor. El escalofrío al introducir el pie izquierdo en la bañera.

La mujer de la bañera abre los ojos, y siente como si despertase de un vívido sueño. Introduce la cabeza en el agua caliente y se enjabona el cabello. Abre nuevamente el grifo para aclararse el pelo y aplicar acondicionador, replegándolo con maestría sobre su cabeza para que no se moje. Vuelve a posar sus hombros sobre la porcelana. Qué fácil sería cerrar los ojos y que todo acabase, que todo cambiase. Qué fácil sería…

Suena un pitido cotidiano, alarga la mano y se despereza, apartando las sábanas sin mucha delicadeza. Se arregla, se maquilla, se enfunda en una chaqueta y se presenta triunfal ante el mundo. Camina con decisión hacia el edificio acristalado, sede del bufete de abogados del que es secretaria, donde le espera una intensa pero gratificante jornada de trabajo. Pausa para comer y al fin aquel atractivo cuarentón de la quinta planta se acerca a ella para invitarla a un café. Coqueta, finge estar demasiado ocupada y declina la invitación con una sonrisa, posponiendo la cita y aumentando así el interés que él demuestra. Vuelve a casa tras unas copas con unas viejas amigas, de las que te hacen olvidar el estrés y los problemas. Una de ellas ha bebido demasiado, quizás no sea buena idea dejarla conducir hasta casa, y ella tiene sitio de sobra en casa, así que la invita a quedarse. Prácticamente se desmaya en cuanto toca la almohada así que ella decide que en un buen momento para un baño relajante. Se desembaraza de los pantalones y la camisa, elimina los restos de maquillaje de sus labios mientras llena la bañera. Nota, al meter el pie, que está bastante caliente, pero nada que no pueda soportar.

La mujer de la bañera abre los ojos. La espuma prácticamente se ha desecho sobre el agua tibia. Se encuentra algo confusa, qué fácil es cerrar los ojos y que todo cambie. Puede sentir, tocar, saborear cada pensamiento. Nunca había pensado que su mente era capaz de tanto. La tensión superficial del agua tiembla tímidamente con su respiración, y sus pechos quedan por momentos al descubierto. Es divertido verlos aparecer esporádicamente entre las islas de espuma. Coge aire, echa la cabeza hacia atrás y la sumerge, desembarazándose del acondicionador. Asoma la cara nuevamente y respira con calma. Siente el frescor en la cara. Vuelve a introducir la cabeza en el agua, espera que deje de ondear y parpadea. Borroso, sí, pero ve. Arquea la espalda y hace emerger su pecho y costillas. Nota la diferencia de temperatura, su cuerpo reacciona, su vello se eriza, sus senos se endurecen, su entrepierna palpita. Sonríe, y un par de burbujas escapan de sus labios. Cierra los ojos.

Escucha unos pasos vacilantes en el pasillo y el crujido de la puerta al abrirse. Ve su silueta a través del agua, pero no acierta a ver con claridad. La figura, familiar y desconocida, se acerca y se arrodilla al lado de la bañera. Toma la pastilla de jabón, moja ligeramente sus manos y las pasea con delicadeza sobre sus piernas. La mujer de la bañera se retuerce como una culebra bajo el líquido elemento, mientras su acompañante lleva una de sus manos hacia su cabeza, sacándola del agua para ver el placer reflejado en su rostro. Siente cómo los impredecibles dedos se desenvuelven con maestría entre sus piernas y ve la lujuria en los ojos emborronados de su amiga. Se acerca y aprovecha para morderle los jugosos labios y paladear el sabor a ron contenido en sus comisuras. Ella intensifica sus caricias, lo que hace que tense su cuerpo y separen sus bocas, aprovechando para inspirar profundamente y llenar sus pulmones. Su benefactora libera su nuca y desliza la palma de su mano desde su pubis hacia sus senos, pasando firmemente entre ellos en dirección a su barbilla y vuelta atrás. Se estira nuevamente, dejando que su cabeza vuelva a hundirse en el agua, vislumbrando la plácida sonrisa de su compañera, que centra sus juegos en sus pechos, mientras piensa qué fácil es cerrar los ojos y que todo acabe, que todo cambie. Es tan fácil…

La mujer de la bañera cierra los ojos.







® Raquel Contreras



Dedicado con mucho cariño a Kasiquenoquiero, por ser lector fiel, creador de personajes fascinantes y discreto narrador de grandes historias, por tener siempre una mirada crìtica que me ayuda a mejorar y creer que mi inspiración volvería sin llamarla. Quá fácil sería, José María, cerrar los ojos y que el mundo cambie... Algún día crearé monstruos en condiciones. Hasta entonces, te regalo mujeres en bañeras.

Texto agregado el 25-11-2013, y leído por 518 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
10-12-2013 Después de leer tu texto casi sintiendo el calor del agua que muchas disfrutamos,me pregunto: ¿Será tan fácil cerrar los ojos y olvidarlo todo? ¿Tanto para vivir una escena creada por su imaginación? Creo la mente lo puede todo,si se lo propone. Me gustó,el toque de erotismo muy bien tratado. ****** Victoria 6236013
27-11-2013 Mi entrepierna palpita después de leer estos párrafos tan sexosos, definitivamente este tipo de tramas se te dan excelentes, sigue el camino, Saludos! DROMEDARIO81
27-11-2013 Como siempre tus relatos me atrapan, me pregunto ¿puede sólo la imaginación salvarnos de la cruda, fría e inerte realidad? ¡creo que haré poner una bañera en casa ! Carmen-Valdes
27-11-2013 Eres mala, muy mala. Ahora qué te digo, me atas de pies y manos. Bueno en serio !!Quiero una mujer así en mi bañera¡¡ Bueno fuera de bromas el cuento te mete de lleno, quiero decir dentro de la bañera con esa señora, que sueña con un mundo mejor al que le vendría muy bien relajarse de ves en cuando. Por cierto la bañera gasta mucha agua....Mis estrellas ***** kasiquenoquiero
26-11-2013 En un momento me he perdido, me he encontrado y me he vuelto a perder. En qué momento cerró los ojos y la realidad se trastocó? O es que todo sigue igual y simplemente esta mujer vaga de una ensoñación a otra sin querer despertar? (después de todo, sus ensoñaciones son más vívidas y excitantes que su realidad...) Y ese último parpadeo que te deja con sed de más... ikalinen
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