Contemplar y valorar
La tarde agonizaba. La multitud se disputaba los mejores lugares. Todos exigían ver el espectáculo sin que nada le entorpeciera la visión, aunque para ello no habían pagado ni un solo centavo. Se acercaba el momento anhelado: a las 6:22, como estaba previsto, el sol comenzó a ocultarse en lontananza. El cielo, en su parte más baja, se tiñó de amarillos y naranjas, seguido de rosados y violetas. Arriba, entre nubes dispersas, permanecían trozos del azul de la tarde. En pocos minutos todo se tornó gris y finalmente negro. Emocionada y satisfecha por la visión del crepúsculo recién acontecido, la multitud empezó a dispersarse, felices porque por primera vez en muchos años habían dedicado tiempo a contemplar la belleza de lo cotidiano.
A fuerza de ver, día por día, todo lo que nos rodea, acabamos por ignorar su esplendidez. Las expresiones más hermosas de la naturaleza pasan desapercibidas ante nuestros ojos. Nos circundan las maravillas de la Creación, la Obra Maestra de Dios. Sin embargo hemos perdido la costumbre de descubrir, de admirar, de disfrutar de las cosas simples... y majestuosas. Pasan desapercibidos la sonrisa de un recién nacido, una noche de luna, el cantar de las aves, la piel y el color de las frutas, el aroma de las flores, la majestuosidad del mar, la vista espectacular de un valle rodeados de montañas, el espectáculo multicolor de la salida o de la puesta del Sol...
¿Es mucho pedir que aprendamos a mirar con interés a nuestro alrededor para CONTEMPLAR y VALORAR lo que gratis nos dieron?
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