Tardé menos de una semana en acostumbrarme a su ausencia. El vacío que dejaba al marcharse siempre era el mismo, ya me había hecho a él.

Pero su presencia es distinta.

Su camiseta es unas tallas mayor, aún quedan huecos por donde no me abraza al dormir. El cepillo de dientes que eligió sigue intacto en la repisa del baño, recordándome las humedades que no le regalé. Todo lo que dejó en mi cesto de la ropa, que lavé y doblé con mimo, ahora coge polvo sobre la silla del cuarto sin ser nosotrxs quienes lo ensuciamos. Las bragas que siempre olvidaba en casa, no volvieron a perderse en los pliegues del vencido sofá tras la siesta y el sexo vespertino. Aquel claro en el pequeño bosque donde la dejé follarme mientras nuestras perras vigilaban, si lo viera ahora no lo reconocería, pero yo sé que es el mismo.

De nada sirve decir que todo sigue en su sitio, menos ella, si no ha vuelto y el río nunca es igual la segunda vez que te bañas en él.