De norte a sur y de este a oeste, deambulaba un espejo nocturno, maléfico y volador, con una luz reflectora que absorbía hacia su interior a todos los bebés que yacían dormidos en sus cunas.
Un angustiado padre y preocupado por su pequeño, se levantó hacia la medianoche encontrándose la cuna vacía, con un nudo en el estómago salió corriendo, respirando fuerte de puro nerviosismo de la casa, siguiendo a un espejo llevado por el aire, surcando las ventiscas, hacia un lugar curioso y encandilador.
El espejo subió por un camino dirigido hacia a una empinada montaña en donde se reflejaba en un pequeño arroyo el dibujo de un castillo difuminado.
Los ojos del padre no perdían ni un solo momento de todos los movimientos del espejo, entró con él al castillo, le siguió por todas sus estancias y al llegar hasta una habitación repleta de nubes con un sol y una luna grandiosos, él pudo observar una explosión de fuegos artificiales y la asombrosa desaparición ante sus ojos, del espejo.
El sol y la luna le comenzaron a hablar y le dieron instrucciones sobre por donde tenía que moverse para hacerse con el espejo.
Tocando los rayos del sol y dándole de lleno la luz de la luna, con un brillo cegador destacaba la oscura y dura tapa de un piano de cola. Sobre este piano había un jarrón con estas flores:
-dos rosas.
-un clavel.
-cuatro lirios.
-tres amapolas.
-y seis violetas…
Las flores hablaban entre ellas, y gracias a las indicaciones de esa extraña conversación el padre pudo seguir caminando pasando por una selva en donde los animales no atacaban y te recibían cantando, bailando y tocando instrumentos como:
-el tambor.
-el violín.
-y el saxofón…
Una vez hubo salido de la selva, fue por un pasillo, en donde había dibujado un dragón en las baldosas del suelo, el cuál no paraba de mover su larga y escamada cola al igual que sus amarillentos ojos de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, él tuvo miedo de que le atacara, pero por suerte no ocurrió nada.
Sin tener ninguna explicación lógica se vio dentro de un ascensor, el cuál después de zarandearse varias veces, entre piso y piso, se abrió una trampilla en su subsuelo con unas escaleras que conducían a una especie de sala de cine antiguo.
En la pantalla gigante se vio al espejo, el padre pegó un brinco y se metió de lleno en ella agarrandolo por el mango, suplicando en voz alta y con dolorosas lágrimas qude le devolvieran a su hijo.
Pero algo pasó, algo cambió los papeles de la historia, un libro apareció en las manos del padre sustituyendo al espejo, un libro lleno de fotos, en donde él reconoció en una de ellas a su mujer, la cuál había desaparecido de su lado hace ya mucho tiempo.
La transformación del espejo a álbum, solo duró un segundo.
Luego el espejo se soltó de las manos del hombre y recorrió el pasillo de las butacas viejas y estropeadas, en ese momento el padre desde donde estaba se convirtió en caballo y usó su poder de lanzar rayos de tormenta para detenerlo. De sus ojos salieron los rayos y lo fulminaron en multitud de trocitos. Esos trocitos cristalizados y transparentes, se juntaron cambiando de forma, creando la figura de una mujer, creando la figura de la mujer de la foto del álbum.
El hombre abandonó la forma animal del majestuoso caballo para volver a recuperar la de una hombre normal y corriente. Ese hombre abrazó a la mujer recién encontrada:
- ¿Eres tú?-le preguntó.
- Sí, soy yo, no sabía cómo hacer para volver contigo, no sabía si nuestro hijo seguía a tu lado, temía que le hubiera pasado algo, igual que a mí.
-¿Entonces tú eras el espejo? ¡Por eso cogías a todos los bebés, para encontrar al tuyo!
- Sí-dijo ella con una sonrisa.
En ese instante su bebé se le apareció en sus brazos, todos los demás bebés raptados hasta el momento aparecieron por arte de magia en sus cunas.
El padre, la madre y el bebé, salieron del castillo. Bajaron por el camino, mientras el castillo a sus espaldas se hundía en el arroyo y su imagen difuminada se hacía cada vez menos nítida, hasta que no quedó nada de él.
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