El cartero siempre llama dos veces
Me desperté asustado, entre sudores, cuando conseguí dominar mi respiración, caí en la cuenta de que las cosas parecían seguir igual.
Poco antes de despertar estaba contento, mejor eufórico, después de esperar por mucho tiempo, había conseguido morirme y volver a nacer, con el karma liquidado, convertido en un grano de arena de la playa de Leblon, de los epidérmicos, los secos, los que el viento lleva, sobrevolando los chiringuitos y bebiendo restos de cerveza, hasta caer, por fin, después de la resaca, en cualquier chica de Ipanema tostándose al sol.
Aquello era el nirvana, leyendo por encima del hombro de Mariela (así se llamaba aquella mulata pelirroja e irrepetible) algo sobre el caos de un tal Escohotado, pensé en otro tipo de escotes y como la hermosa carioca no acababa de pasar página, comencé a orarle a Eolo, a ver si me mandaba un poco de levante para seguir mi turné.
Me sentí un poco voyeur, pero que iba a hacer en mis circunstancias, me parecía un avance haberme reencarnado en una piedra, que sería más o menos un pedacito de materia que se supone solo se trasforma, no desaparece, y siempre me gustó pasar desapercibido y espiar a las personas, aunque inocentemente; allí, en las playas de Rio, en los teleféricos, en los morros y en la cima del Cristo Redentor sería feliz, y la gente que me quiere podría pensar que estaba en cada playa, en cada burbuja formada por el mar.
El Dios del viento escuchó mi plegaria y con una suave brisa que hizo a Mariela sentir un ligero escalofrío en los surcos maravillosos que recorrían su espalda, salí volando hacia Copacabana, planeando por encima de los coches y de la gente haciendo footing.
Fui a caer en el mercado de artesanía, más exactamente en un tamborín que un hombre golpeaba una y otra vez; aquellos saltos y rebotes empezaron a incomodarme hasta que cai al suelo, cuando el hombre comenzó a contar sus moneda, esperanzado en que dieran para el almuerzo.
Una fuerte excitación recorría mi corazón de piedra, quizás el viento o el transporte de un zapato solidario me llevara hasta Maracanã, había visto en un periódico abandonado que hoy se jugaba el Fla-Flu, aunque soy un poco palmeirense debía ser un gran espectáculo la guerra de torcidas, escuchar el ruido del golpe al balón y los gritos de los entrenadores, poseídos como energúmenos, monitorear las carreras por la banda de aquella linier tan rubia como inescrutable, que había sido designada para ese partido.
Mis devaneos empezaron a llevarme por derroteros un poco exagerados, el summum de mi transformación en grano de arena sería poder asistir a la premiere de la película “Lesbianas en París 2”, que repetía elenco con Halle Berry, Jessica Alba y Kerry Washington, con la participación especial de Lucy Liu, que estaba en Rio para promocionar el filme (Sofia Coppola se dedicaba ahora al cine comercial, aunque con un ligero aire contestatario).
Mareado ante la ilusión de aquella errática e hipnótica mirada de Lucy, de pronto dejé de recorrer aquellas singulares baldosas en blanco y negro, tan típicas de las ciudades brasileñas; algo húmedo y con un fuerte olor a canela me estaba abrazando.
Para mi desgracia un chicle acababa de atraparme y parecía no tener ninguna intención de soltarme para poder continuar mi paseo; sin duda algún turista español andaba por el mercado y no encontró una papelera, o no la vio, o no la buscó; que mas da, en un segundo todas mis utopías que estaba a punto de convertir en realidades, quedaron paralizadas.
Resignado comencé a intentar disfrutar del paisaje sucio y aplastante al que tenía acceso desde mi incomoda situación.
Súbitamente un ligero rumor llegó a mis oídos pétreos, un sonido que cada vez era más audible y más sonoro.
Nunca había visto antes ese tipo de máquina, se paraba encima de las cacas de perro o de cualquier detritus pegado al suelo, comenzaba a ronronear unos segundos y continuaba su trayecto.
Un sudor frío comenzó a extenderse por mis ángulos, la terrible máquina (ahora me parecía Terminator) se dirigía inexorablemente hacia mi posición.
Como en una película, cientos de imágenes por segundo pasaron ante mi vista, no eran imágenes subliminales, podía identificar cada una de ellas por muy rápido que pasaran; Mónica Naranjo, una fabada, Leo Messi marcando cuatro goles sin sudar la camiseta, Robert de Niro, La Escalerona, Coppola...
Parecía que mi memoria solo recordase eventos agradables, cosas que, para mi, en ese momento ya estaban superadas y solo serían una base para mayores disfrutes; pero no, más rápido que aquel carrusel de imágenes, la máquina sin alma hizo que la oscuridad se hiciera dueña de todo, con una fuerza herculina un líquido apestoso me cubrió en décimas de segundo y noté como algo chirriante y tozudo arrancaba de cuajo, con un solo golpe, el chicle de canela y nos lanzaba a un contenedor de la propia máquina.
Después de horas de paradas, ronroneosy basura cayendo sobre mi cabeza, una rendija de luz se abrió poco a poco, en segundos un sol cálido y luminoso alcanzó toda mi superficie blanca y negra como una cebra y una piedrita de cuarzo azul que tenía incrustada.
Mis pupilas de arena comenzaron a acostumbrase a la luz y pude comenzar a intuir el paisaje que me rodeaba; pero algo mucho más fuerte hizo desviar mi atención, un profundo y asqueroso olor; nunca había olido nada tan repugnante; mis cilios olfativos se acostumbraron al olor al tiempo que identifiqué donde me encontraba, estaba en un motón de basura, encima de una pegajosa sábana de látex, junto a un tetra brick de leche podre y unas fotos de Bill Gates.
Si, era la triste realidad, estaba en un lixão, en medio de la nada espiritual, condenado a años de ofensas y comidas caducadas; de pronto percibí que nunca saldría de allí y solo conseguiría miles de toneladas de basura sobre mi, acercándome cada día más al segundo círculo, donde Minos me esperaría, girando su cola, impaciente.
La falta de aire y la desesperación consiguieron despertarme y de repente me vi sentado en la cama, sudando y respirando entrecortadamente.
En efecto las cosas seguían igual, no me había muerto, no había visitado el nirvana ni había pagado mis cuentas; no había volado sobre Utopía ni recogido mis frutos.
El karma al igual que la hipoteca seguía sin pagar; no había atravesado la puerta infranqueable que antes daba por abierta.
Me dirigí a la cocina para preparar el café.
Mientras esperaba a que hirviera el agua encendí la televisión, estaban echando por el canal viva “El cartero siempre llama dos veces”, la versión de Jack Nicholson; al poco, después de ver la escena de la cama de harina me dio por pensar:
También yo me merezco una segunda oportunidad, tengo saudade de la Luna desde el teleférico; otro grano de arena no se va a notar.
©Aguilagris |