Podría describir ese septiembre, aquel por sobre cualquier otro de la historia del mundo. El Septiembre en que te quise.
Que te ofrecí mis esperanzas rotas, como quién ofrece un ramo de flores.
Que te entregué a la niña despeinada, a la amante nueva, a la sombría guirnalda de rosas.
Oh Fernando, el recuerdo me enternece hasta los huesos, cada día vivídamente, amortajado en un velo de viento fragante, de hierbajos y menta.
Flotamos tú y yo en un mar de carquejas. Un amarillo perenne, un infierno de nubes de algodón.
El sueño de las cruces abrazadas, hundidas en el barro de la quinta, entre naranjas deslucidas, mientras muy arriba, en el cielo gris tras los montes nublados, el mundo era arrasado por los tornados de lava de mis pesadillas.
¿Cómo fue que te perdí, Fernando? ¿Fue tras ese día en que la única carta que me escribiste huyó presurosa de mis bolsillos?
¡Tanto había perdido! Tanto y de tantas formas, en infinitésimos momentos, en desprendidas dimensiones de distantes galaxias, donde tuve la suerte de nacer más alta, o mas delgada o menos blanca. Donde no nací arrastrando tras mis pasos un séquito apesadumbrado de anémonas-tragedia, donde el verde sucio de mi ojo fue mas diáfano, menos arcano.
Podría describir el Diciembre en que te perdí con la pericia neurótica de una esteta fantasma. Retrocedo en el recuerdo y lo maquillo, lo visto de nuevas mezclas de acuarela, de aguadas de tinta china. ¡Oh Fernando! con que minuciosa violencia enmarco la expresión impasible de tu rostro, y el horrible bamboleo de tus manos aterradoras, nuevas sinfonías se unen a mis lágrimas, a mis alaridos de bestia. Resuena el eco de una bofetada quebrando en trocitos el cielo salpicado de estrellas
¡Oh Fernando, si pudiese uno morir mil veces y renacer modificado por la miseria! Si pudiese uno guardar en los huesos la música de su propia tristeza, y canturrearla mientras huye, gritarla a voz en cuello, enarbolarla como una espada. Cubrise en ella como un manto, anidar en ella como las aves del juicio.
Si pudiese uno huir de su destino Fernando...no tendría yo una primavera que oliese para siempre a naranjas, ni cruces devastadas por la pesadilla, ni sinfonías de hadas dentro de los huesos de las manos.
¡Oh Fernando, si pudiese uno morir mil veces y renacer bendecido por la miseria!
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