Espíritu de la montaña
Desperté de mi aturdimiento y me vi en el fondo entre dos paredes lisas, donde aquel violento alud me llevó, debía subir de nuevo si quería salvarme, mi gps no funcionaba, el mosquetón se había deslizado violentamente partiéndose a la mitad, mi cuerda estaba tirada en el suelo y había perdido todos los agarres en la caída, mi mochila estaba intacta pero yo estaba herida en una de mis piernas y había perdido bastante sangre, supe que la muerte me rondaría pronto porque me sentía débil.
Apoyé mi espalda contra la fría pared y bebí un poco de agua, midiendo en mi mente los casi 10 metros que debería escalar para retornar a la superficie, pan comido si no estuviera herida. Mis tres compañeros de la expedición estaban en el campamento varios kilómetros más abajo, me había aventurado sola por esa pared en busca de un camino, error que me estaba costando posiblemente la vida.
Traté de acomodar mi cuerpo para incorporarme, pero el dolor me hizo perder el sentido, me despertó un sonido que no reconocí y entonces la vi pasar, me quede absorta en su vuelo, un ave blanca, majestuosa que cruzó por el breve espacio de cielo que podía ver, revoloteando por un instante sobre el abismo y luego rauda en busca de su camino, un águila quizás.
Estaba anocheciendo, recogí mi mochila tirada a un par de metros, saqué el pequeño botiquín de emergencia decidida a no morir y vendé mi herida lo mejor que pude, bebí la mitad del agua que me quedaba y mastique despacio una barra energética y dos pequeños chocolates que me había dado mi novio antes del viaje.
Me quedaban algunos clavos y un par de tornillos, si tenía suerte saldría de ahí antes que empezara a nevar de nuevo. Planté los primeros clavos y fui enlazando la soga, ajusté el arnés que gracias a Dios estaba entero, y comencé mi lento acenso arrastrándome por la roca. Llegué al borde al amanecer, el alud había cambiado bastante la geografía, me arrastré por el suelo alejándome de la cavidad lo mas que pude, el cielo comenzaba a cerrarse de nuevo, me tendí contra un montículo rocoso para recuperar el aliento.
Fue entonces que la vi de nuevo, volaba a gran altura, bajaba en picada y luego se dirigía hacia un punto del gélido paisaje y entendiendo que no debía buscar explicaciones, me dejé guiar por el camino que me trazaba aquel extraño espíritu de la montaña.
Un par de horas que fueron eternas la seguí arrastrando mi pierna herida, hasta que de pronto y sin razón alguna se perdió en el cielo infinito, desconcertada, agotada y débil, me dejé caer, mientras gruesos copos de nieve bajaban lentos sobre mí. Entonces sentí las voces de mis amigos, levanté mis manos envueltas con mis hermosos guantes rojos fosforescentes, los que tantas burlas habían provocado en la primera jornada y gracias a ellos me vieron allí, casi enterrada en la nieve pero a salvo por fin.
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