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La del viernes pasado fue una caminata fantástica. Tan gratificante que se me pasó el tiempo y caminé más de la cuenta. Cuando miré el reloj ya había pasado mi límite y todavía tenía diez minutos y chirolas para volver a casa…
Salí casi a mediodía. Un sol de otoño intenso. Cero nubes en el cielo. Viento fresco. Una combinación perfecta para que el ejercicio sea un placer. Llego al parque y está todo embarrado por la lluvia de la tarde anterior así que me cruzo al Hipódromo, donde la veredita es bastante lisa. A prueba de tropiezos.
Camino sola pero no voy sola. Aunque por momentos no haya nadie lo suficientemente cerca ni adelante ni atrás, la gente está ahí. Y es como una fraternidad. Porque todos van en la suya pero la mayoría, hasta los que van con los mpX incrustados en el cerebro, cuando pasan hacen algún gesto, sonríen o miran como diciendo “dale que vas bien”. Y si vienen muy embalados y te corrés para que pasen te dicen “gracias” .Eso si tienen resto para hablar. Unos cuantos no pueden gastar una sola gota de aire extra y apenas les da para hacer una seña con la cabeza o algún ademán con la mano. Eso alcanza. Inspira la buena onda general. Y digo la mayoría porque como siempre hay excepciones: las chicas más jóvenes en rollers pasan como tropel, si no te corrés te pasan por encima. (Y en mi caso particular, no tengo con qué hacerle frente al choque) y si te corrés, nada, pasan como si fueran la reina de Saba. En fin… veo de todo… Una chica bajita y con muchas curvas que va caminando como si se fuera a desarmar revoleando los brazos (vaya a saber qué le pasa). Otra, la típica con el equipete perfecto todo haciendo juego hasta la colita del pelo. Las zapatillas cósmicas, los auriculares, el reloj y quién sabe cuántos accesorios más. Los que van como recién bañaditos y marean del olor a Axe o similares. Los prefiero antes que los que pasan y dejan la estela digamos “masculina”. La que parece un pilar de rugby hasta que la ves de frente. La que parece que se va a quebrar si la mirás dos veces. Las señoras mayores que van indefectiblemente de a tres, todas con el pelo impecable de peluquería y dele hablar. Los deportistas grosos con vincha, doble short, doble remera, transpirando como locos y pendientes del cronómetro. Esos corren, no caminan ni trotan. Los hombres de edad incierta y abdomen prominente que trotan despacito y te miran con cara de ¿qué hago acá yo? Y también estoy yo… haciendo lo mejor posible en otra dimensión.
Media hora de caminata. Voy ensimismada con el viento en contra y con los ojos entrecerrados veo algo que me llama la atención en el alambrado viejo. Una enredadera con campanillas color violeta… y el recuerdo irrumpe, es imposible detenerlo ¡La escuela primaria! Todo el perímetro de la Cristo Rey alambrado y con esas campanillas… Y la misma sensación de cara arrebatada, dolor en el pecho, la garganta quemando, el aire que no alcanza y el pelo revuelto. En aquella época corría desaforadamente sin pensar. Hoy camino sin parar de pensar. Apurada. Bastante apurada. 6 km/h me marca el medidor de velocidad que controla que los coches no sobrepasen la velocidad permitida en la Avenida de la Unidad Nacional. Trato de mantener el ritmo mientras dejo que los recuerdos me lleven por todas partes. La escuela, el barrio, el club... Llego a Avenida Fleming y el ruido de los coches en la rotonda me hace reaccionar. Pego la vuelta. Pero el mismo camino a la inversa me parece distinto. Ahora me fijo más en el Hipódromo. Es que de noche cuando encienden las luces es impactante. Pero a la plena luz del día cobra protagonismo el verde de unos matorrales silvestres con florcitas fucsia y amarillas o esos frutitos rojos que parecen de plástico. Y la arboleda que por tramos tapa la pista y las gradas. Desde ahí un montón de cotorritas gritan (sí, gritan) como locas todas a la vez compitiendo con el ruido de motores que a esta hora va en aumento. Me hago la idea de que me alientan a seguir, igual que el viento que ahora ya no me frena, me empuja.
Ya a esta altura las piernas me empiezan a decir basta, entonces me concentro en llegar al semáforo de Avenida Santa Fe mientras camino prácticamente por inercia. Sé que me falta otro rato para llegar a casa y no queda otra más que seguir adelante. Paso al lado de una señora muy grande que va de la mano de otra más joven, caminando muy despacio, con pasos cortos pero firmes. La mujer me sonríe “Ya llegamos a la Avenida” dice entusiasmada. “Sí, ya llegamos” le digo, mezclando mi propio entusiasmo con el de ella. Se me llenan los ojos de lágrimas y cruzo. Diez o quince minutos más. Es todo. Si ella puede…
Una ráfaga de viento sin aviso previo me envuelve en una lluvia de hojas secas que ni bien caen a la vereda se enredan en un remolino rojo y dorado. Un par de cuadras más adelante un gato atigrado gris y negro se revuelca en el pasto, jugando con un amigo imaginario. Da manotazos al aire como un boxeador que ya está groggy para terminar rodando sobre sí mismo y quedar con la pancita al sol. ¡Eso es vida! Pasa un camión repartidor y alguien me chifla jajaa ahora me río sola. Todo contribuye a que siga .Y faltan otras dos cuadras. Voy llegando, ilesa. Empiezo a aflojar, media cuadra, doblando la esquina saludo al peluquero y mientras saco las llaves ¡la rep…madre! “Pisar mierda es buena suerte“ me dice el de la fiambrería… “Seee, claro, suerte que la pisé yo y no vos” pensé yo… Aunque el hombre podría tener razón…al menos esta vez tuve suerte de no romperme el alma…

Texto agregado el 21-11-2013, y leído por 142 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-11-2013 Te he seguido en tu correría. Tienes estupendos pulmones. ZEPOL
21-11-2013 Me encantó (bueno, es que mi opinión me importa) La verdad, cuesta seguirte el paso, como que de pronto se ruega por un punto aparte o un semáforo en rojo que detenga la lectura. Pero no, si te detienes no llegas. Tuve que devolverme a leer eso de la Cristo Rey, que supongo evoca épocas de colegio e ímpetu de velocidad. Gracias por darte el tiempo de leer mi comentario mientras corres. NeweN
 
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