Texto participante en el Reto de Literatura Fantástica XVII
Tema: El Espejo Multiplicador
La hechicera le había dicho que era peligroso, pero Bern pensó que se refería al camino que debía seguir para conseguirlo. Después de todo, ¿cuánto daño podía hacer un espejo?
El muchacho era fornido y audaz, y no tuvo dificultades para llegar al lugar que la vieja bruja había señalado en el mapa. A pesar del frío y de los fuertes vientos, de los buitres-león que lo atacaron para que se precipitara al vacío y las yedras-culebra que intentaron morderle para inocularle su terrible veneno, alcanzó la cueva que se hallaba en la cúspide de la montaña más alta y apartada del reino.
La caverna estaba oscura, pero eso no lo arredró. Cogió el palo que había utilizado como bastón en su travesía y lo partió. Con su espada convirtió una parte en yesca y con los pedernales que llevaba en el bolsillo, encendió una pequeña lumbre. Luego, tomó el resto de la rama que aún conservaba intacta y untó uno de sus extremos con la grasa de la carne ahumada que llevaba entre sus víveres, para luego encenderla y que le sirviera de antorcha. Y antes de adentrarse en la negrura, tomó la bobina de hilo de bordar que cogió de los enseres de su hermana pequeña y anudó el extremo en una estalactita, para ir soltándolo a medida que avanzaba y así no perderse cuando quisiera salir.
Anduvo durante mucho tiempo en claro descenso hacia el corazón de la montaña. La ambición que albergaba lo impulsaba por aquellos pasajes tenebrosos. Aunque su padre era Consejero Real, algo que le garantizaba un futuro prometedor, lleno de riqueza, gran influencia, posición y renombre, Bern quería más. Quería ser Rey. Por ello, entrenaba para ser Caballero. El monarca sólo había tenido dos hijas, y pronto se celebrarían las justas en las que buscaría esposo para la mayor. Ganarlas y casarse con la princesa heredera era la puerta de acceso directa al trono. Sin embargo, no quería desafiar a su progenitor, que no veía bien que se convirtiera en guerrero; él deseaba fervientemente que siguiera sus pasos como Ministro, puesto que sabía que era brillante. Para consolarlo, había concertado su matrimonio con la infanta más pequeña, algo que lo vincularía con la sangre real. Pero para Bern eso no era suficiente. No quería tomar decisiones a la sombra a un cuñado botarate y fanfarrón. Aspiraba a ser el gobernante y llevar la corona. Y sabía que la única manera de conseguirlo era que hubiera dos como él. Uno que siguiera estudiando, no sólo para contentar a su familia, si no para ser el más sabio regidor; Y otro que empleara el tiempo en ganar destreza con la espada, la lanza y la montura, y agilidad bajo la armadura para salir victorioso del torneo y así ganar la mano de la mujer que lo convertiría en Rey. Fue a ver a la maga buscando una poción o un sortilegio que hiciera una copia de él. Pero ella le dijo que no podía hacerlo, que sólo un dios podía realizar obra semejante… A menos que recurriera al espejo multiplicador, un artilugio mágico oculto en las entrañas del Monte Medriabus. Tras escuchar aquello, no hubo advertencia tan fuerte como para retenerlo, ni tan amenazante como para conseguir que cejara en su empeño.
Cuando empezaba a creer que la vieja lo había engañado, Bern llegó a una cámara en cuyo centro reposaba un objeto cubierto con una tela. Ansioso, encajó su improvisada antorcha en la grieta, y se acercó a aquello sin soltar el sedal. Cogió el lienzo y con un ademán descubrió lo que ocultaba. Allí estaba, frente a él, un espejo sin marco, irregular en sus bordes, como si fuera tan sólo un fragmento de otro mucho mayor. Se contempló en él, y pronto se sintió decepcionado, porque había imaginado que su reflejo saltaría de dentro y se pondría a su servicio; Mas nada fuera de lo ordinario estaba ocurriendo. Entonces, tras hacer varios gestos, posó su mano en la superficie. Para su asombro, no sintió el frío del cristal, sino que pudo percibir la calidez y el tacto de otra palma. Sobresaltado, cerró el puño con nervio. Entonces, ambas manos se estrecharon con firmeza. Se sonrió a sí mismo y tiró, entusiasmado, queriendo sacar su otro yo fuera. Pero, entonces, notó que también jalaban de él. La sorpresa se tornó en angustia. Ejerció más fuerza, y al hacerlo, sintió que lo arrastraban con más brío.
-¿Qué haces?- Oyó que le decía su reflejo.
-¿Qué haces tú? ¡Debes venir a ayudarme!- Respondió.
-¡No! ¡Eres tú el que debe ayudarme a mí!-
-¿Cómo dices…-
Antes de darse cuenta, se vio atraído violentamente hacia el interior del espejo, y éste se convirtió en piedra cuando lo atravesó. Nadie volvió a verlo jamás.
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