El dólar
Aquel lujoso auto se detuvo en la avenida, por la cual pasaba casi siempre pasaba sin detenerse. De la ventana posterior, la luna bajo y, una mano lustrosa se asomó con una moneda de a dólar, que depositó sin tocar, las manos del indigente parado sin esperanza.
Al día siguiente, el lincoln negro paró a propósito, acercándose el mismo pobre hombre. Esta vez, de dentro la voz acartonada pregunto su nombre.
-Mi nombre es Fred- dijo el sin techo, y una moneda cayo en su cuenco formado por sus dedos.
Rockefeller comenzó a dejar una propina a aquel hombre, que le brillaban los ojos, los días venideros. Comenzando una amistad- si se podría decir así- en el cruce que lo llevaba a la oficina.
“Hoy tengo una reunión con unos inversionistas extranjeros que aumentaran mi capital”, decía a la vez que soltaba un dólar a las manos de Fred.
El auto Lincoln negro se detenía cada día un poco más, o el tiempo necesario para el dialogo. “Me ha ido bastante bien en las inversiones al sur de California, pero tengo que estudiar el mercado” ¿tú me entiendes? ¿No? ¿Fred?
-Si- decía Fred, con un gesto a sonrisa, que no brillaba como el dólar por la falta de aseo.
El magnate le contaba a diario todas las gerencias y riquezas que acumulaba a aquel ser desposeído, que sonreía por aquella moneda.
Rockefeller, llego después de unas semanas de haber cerrado negocios y paso por como siempre por la intersección que conducía a Wall Street. Fred no estaba. El auto se detuvo más de lo habitual.
Fred ha muerto, fue lo que le dijeron la siguiente vez que paso, los otros pobres, que estiraron la mano, esperando el dólar que brillaba.
Desconcertado el millonario toco el hombro del chofer, acaricio su moneda, y le dijo: ¿cómo te llamas?, no escucho su nombre, o no lo quiso hacer y en seguida hablo: “Sabes, voy a invertir en bienes raíces”
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