La mujer con su rostro encendido estaba sentada en el diván. Sus ojos fijos en el retrato que colgaba frente de ella en la pared de la casa. Entre sus manos lánguidas sostenía una copa vacía, había ingerido todo el líquido que contenía. Aturdida, con la cabeza dándole vuelta se paró del mullido asiento. Dando traspié por el cuarto fue directo al mueble donde guardaba las bebidas. Tomó una botella y escanció todo su contenido en la vasija de vidrio, retirándose luego hasta donde colgaba muda la fotografía. Parada frente al retrato se llevó el recipiente a su boca y bebió lentamente un sorbo del vino. Lo saboreó, experimentando un leve chasquido en su paladar. Alzando sus ojos extenuados llenos de lágrimas, contempló de esta manera el cuadro con la figura enigmática de su esposo amado ido a destiempo.
Cerró sus hermosos ojos trasnochados tratando de recordar lo feliz que fue junto a él en su corto tiempo de vida matrimonial. La falta que le hacia, sus caricias, risa; sinónimo de alegría, dicha, felicidad, trato afable, obstinación en el amor y el disfrute pleno de la vida.
Se casó cuando tenía veintiún años y él veinticinco, en la mocedad de sus vidas de enamorados, sin evasivas en el amor durante la adolescencia y vida de estudiante, amándose intensamente.
No cabía en su mente que se haya ido dejándola sola, queriendo morirse junto con él. Parada junto al retrato le pedía que se la llevara para estar al lado suyo.
La mujer llevó nuevamente la copa a su boca, notando que estaba vacía. Fue hasta el mueble-bar como pudo, descorchando otra botella. Vertió temblorosa el licor en el recipiente hasta derramar parte de él en el piso. Mareada, tambaleándose volvió a colocarse delante de la fotografía del esposo.
En ese preciso momento un brazo del hombre salió fuera del cuadro, oyéndose una voz como de ultratumba.
—“¡Nataliaaaaa!”. — Así se llamaba la mujer.
-- “¡Nataliaaaaa! ¡Nataliaaaaaa! ¡Vennnnn!”. — volvió a oírse.
La mujer reaccionó confundida y al mismo tiempo asustada, entrando en pánico. Se frotó sus ojos, incrédula de lo que estaba pasando. Ruborizada y con visos de inseguridad dio un paso al frente, extendiendo su mano tomó la de su esposo, quien la asió con fuerza. El cuerpo de la mujer vibró impactada al sentir el contacto de la mano fría del hombre.
Perpleja en medio de su borrachera, liberó con astucia su mano unida a la del difunto, alejándose veloz y de forma atropellada del cuarto, pasándosele el jumo de inmediato. Salió como pudo de la casa, durmiendo esa noche en la de su madre.
Al día siguiente puso en venta la casa, olvidándose de los ajuares y pertenencias que había en ella, incluyendo el adorado retrato de su esposo.
JOSE NICANOR DE LA ROSA. |