Punto de apoyo sobre el que reposa toda estructura humana. Célula madre de todo edificio social, la familia no ha perdido su liderazgo en lo que a fuente de conocimiento y relación hombre-mundo se refiere.
En tanto dispositivo creador de ideología por excelencia, el núcleo familiar y las características que éste presenta permiten dar cuenta, sin fallas, de aquellos ribetes que distinguen a un determinado período histórico. Por ello, basta efectuar una lectura sencilla de nuestra contemporaneidad para comprobar que, en lo que a familia como organización se refiere, aún nos enfrentamos a una herramienta incierta; una tecnología que esconde un espíritu perfecto pese a la mala utilización que, en muchos de los casos, hagamos de ella.
Posicionados sobre una realidad cuyo verosímil se muestra como una construcción modelada desde lo enunciativo, es posible comprobar cuán sencilla es la crítica que se realiza a las instituciones y el sistema en general, y cuanto se elude todo análisis que asuma a la familia como protagonista central de las vicisitudes sociales.
Contiendas costumbristas donde el libertinaje supera con holgura a todo ejercicio de la libertad. Hogares en los que prevalecen roles superpuestos o inexistentes; dotados de límites borrosos o amparados en una perjudicial complicidad. Padres que, coherentes con la oferta oportunista que distingue a los actuales medios de comunicación, pugnan por el eterno retorno a la adolescencia perdida; trivialidad egoísta que los transforma en imágenes grotescas, dignas de un carnaval de mutaciones indefinidas. El resultado que se aproxima al modelo de familia actual: individuos que, agrupados por un capricho del destino, coinciden bajo un mismo techo durante un determinado lapso de tiempo. Lamentablemente, la generalidad es lo que prevalece en este tipo de cuestiones...
La problemática resulta sencilla de analizar: quien debe marcar el camino, no lo hace. Existe, por lo tanto, una disolución de las responsabilidades. Por consiguiente, centrados en una relación de verticalidad, desde arriba se estimulan hábitos y comportamientos que hacen de toda paternidad un juego; una distracción que promueve la imposición de lo personal por sobre lo grupal. De este modo, padres e hijos vigilan sus territorios desde la división, excluyen toda práctica integradora, y destierran el concepto de entrega casi por completo. Así, el otrora eficaz proceso de concientización, que usualmente comprendía a la familia, deviene ahora en un estado que roza el desequilibrio natural.
Ahora bien, ¿Cómo se ocultan estas falencias? ¿De qué modo se disimulan los errores propios? Sencillo: se posiciona el conflicto fuera de la escena en la cual se desarrolla el real combate. El enfoque escapa al ámbito en cuestión mediante evasivas, y de esta forma toda imperfección resulta minimizada. “El mundo es un desastre”. “El sistema educativo va en retroceso”. “La culpa la tiene MTV o Disney Channel...”. Lo que se omite es que son demasiados aquellos que eluden la formación de sus hijos, y ceden este oficio a los medios de comunicación. Así, optan por el estímulo que se desprende de 45 canales de televisión en lugar de asumir la tarea educacional que, en tanto padres y no amigos, les corresponde.
Culpemos al planeta, la polución ambiental, o la caída del Muro de Berlín. No es complicado encontrar un falso contrincante... Pero antes de actuar de este modo, una verdad: en primer lugar es necesario contemplar y evaluar lo que sucede dentro de nuestros hogares. Apreciemos el paisaje que nos rodea y determina ¿Orden perdido? ¿Roles difusos? ¿Apocalipsis en desarrollo? Bien, actuemos sobre eso. Al mundo ya le llegará su turno. Primero ocupémonos de salvar a la célula; sólo después de eso podremos, por fin, cumplir con la necesidad imperiosa de sanar al cuerpo entero...
Patricio Eleisegui
El_Galo
|