Soy Orión, pude haberme llamado Edgardo, Arnulfo o simplemente Kakan; pero mi padre mucho antes de venir al mundo, no se porque ni pretendo averiguarlo, quiso que me llamara Orión. Orión me llamó mi madre, nunca mis hermanos, puesto que fui hijo único, no tuve amigos y mucho menos conocí la dicha del juego. Mi madre, supe un día, quiso que fuera niña, esa ilusión se tronchó cuando la partera anunció varón conmigo entre sus manos. Fui un estorbo para ellos y frases de improperios siempre se oía en la casa. Un día oí decir de labios de mi madre que adoptaría un niño para hacerme compañía, me llené de entusiasmo, creció mi satisfacción aliviando un poco mis tormentos, como iba a imaginarme que ese acontecimiento aumentaría aún más mis sufrimientos, trocando mi limitada felicidad en llanto, que siempre ocurría cuando estaba sólo nunca delante de Guillermo mi nuevo acompañante.
Guillermo corría, gritaba, daba saltos de aquí para allá, pateaba la pelota, hacía cabriola sobre las ramas de una mata de guayabo que creció inmensa en el patio de la casa, nadaba en la piscina, montaba bicicleta y resolvía cada tarde las tareas de la escuela, obviando siempre mi presencia. Yo, como un esperpento seguía sus movimientos con mis ojos ensangrentados metiéndose la baba por un lado sin poder mover un solo músculo de mi cuerpo. El día se me hacia eterno y cansado, me aburría al contemplarlo, quería obviarlo pero mi envidia aminoraba mis esfuerzos y vencía mis escrúpulos, añoraba la llegada de la noche, para contemplar las estrellas en el firmamento desde la ventana de mi cuarto, soñar con los ojos abiertos con viajes interplanetarios por todo el universo, fabricar naves de barros y palos en mi cerebro obstruido, perderme o más bien, confundirme en la galaxia más lejana y saltar al vacío pendiendo de una cuerda tejida de signos visionarios, muchas veces fui Borges o más bien, Borges fue Orión cuando observaba a Guillermo con su lápiz de carbón entre sus manos, otras tantas veces, Mieses Burgo me dio mi sopa con una cuchara grande alimentando mi cerebro y mis brazos débiles y, así poder seguir viéndolo todo sin encontrar fuerzas para extirpármelos. Fui Moreno Jiménez, Ingeniero o Paúl Sartre descifrando el enigma frontal de las clases sociales oprimidas del tercer mundo.
Divagué, hice especulaciones políticas, dirigí movimientos, hasta fui electo presidente de la República, me abuchearon, otros me aplaudieron, me persiguieron con escarnio, estuve preso, me azotaron; pero nunca hallé respuestas a las interrogantes que bullían en mi cerebro enfermo, muchas veces me daba con tomar mis materias fecales y hacer bolillos, que a simple vista resultaban agradables a mis ojos y sin encontrar quien me los quitara, los llevaba a mi boca ingiriendo gran cantidad de ellos, cansado me dormía y en mi sueño vi monstruos con muchos brazos y un solo ojo, peces gigantescos, mitad pez, mitad batracio, plantas coníferas cuyos frutos esterilizaba al que los comiera, hormigas que rugían como tanques en la guerra y grandes especies de árboles que crecían sobre las aguas tranquilas de un gran océano. Soñé ser Guillermo sentado sobre una estrella enana que refulgía incesante luz, quitándome la visión y frente de mi, filósofo explicándome la formula para llevar tranquilidad a todas las familias. Algunas veces vi a mis padres felicitándome por las notas obtenidas en la escuela, ofreciéndome viajes, excursiones si liberaba las materias. Esa ilusión me duraba poco, despertaba con los ojos hinchados repletos de lágrimas y un dolor intenso cercenando el alma. La noche siguiente otras tantas cosas se me presentaban en mi sueño, conocí ciudades con luces fluorescente, imperios devastados, inmensidad de luces fatuas persiguiéndome, realizaba grandes ecuaciones algebraicas, hice formulas químicas para curar enfermedades que asolaban la humanidad. A veces, lo soñaba y otras veces lo pensaba, llegué a perder la noción de los que era sueño y lo que despierto, salía de mi ilusión, cuando Guillermo saltaba, gritaba o pateaba la bola que le había comprado mi padre para que se divirtiera. Absorto en el juego; me olvidaba de mis sufrimientos. El fue mi obsesión al contemplarlo sano y robusto, con sus dos piernas firmes y sus brazos como garfios, su cabeza bien hecha, ojos azules y su léxico bien claro para comunicarse con los otros, admirado en la escuela, felicitado por mis padres.
Yo, Orión, plegado de por vida a ésta silla de rueda, con mis piernas frágiles y callosas sin poder ejecutar un solo movimiento con ellas, mis brazos finos como hilachas, dientes Escasos, anchos y sobresalidos, ojos bizcos, la lengua trabada sin poder articular sonidos y mi cabeza sin resistencia caída sobre un hombro.
Soy Orión, la desdicha de mis padres que anhelaban un niño robusto antes de ir al matrimonio, un niño lleno de virtudes, capaz de explorar la confusión de éste mundo aberrante.
Soy Orión burla de todos, lástima de una sociedad plagada de vicios.
JOSE NICANOR DE LA ROSA. |