Por Rodrigo García Leo
La mañana estaba fresca, el sol filtraba sus primeros rayos a través de las raídas cortinas, pero fue el trino de un cocotli lo que despertó a Silvia. Quince años antes, ese amanecer le hubiera sido placentero; hoy le da igual.
Camina pesadamente hacia el baño, se lava la cara, el espejo refleja el otrora hermoso rostro de una mujer madura, no fue el pasó de los años lo que marchitó la belleza, sino la pesada carga de vivir sin ilusiones. Luego, en pocos pasos llega a la cocina. El departamento es pequeño. Se prepara un café soluble para acompañar la última pieza de pan dulce contenida en una bolsa de papel estraza que permaneció en el comedor por varios días.
Por ser sábado y por haber conocido desde que nació a la visita esperada, las siguientes dos horas no hizo, sino sumirse en la compañía del libro en turno. La lectura es una de las pocas cosas que aún le entusiasman.
Casi en punto de la hora acordada, llegó Sofy. La hija de su mejor amiga y quién, por ser casi de la misma edad, compartió muchas horas de juego con su única hija.
Con lo que Silvia no contaba es que la chica venía acompañada de Pablo, su novio. Pero ya estaban ahí, sentados en la sala. Se disculpó por las fachas.
-No, al contrario, Silvia, -dijo Sofy. -Nos da mucha pena haber tenido que venir tan temprano. Lo que pasa es que venimos apuradísimos.
-Que te nos casas malvada! -exclamó la anfitriona.
-Pues sí, ¿cómo vez?, precisamente venimos a entregarte la invitación.
-Ay, muchas gracias, claro que me tendrán ahí, me va a dar mucho gusto verte vestida de novia. -Dijo tratando sin éxito, de disimular su expresión melancólica.
-Silvia... ¡ay Dios! ¿Cómo te digo?... Mira, lo que pasa es que... nuestro presupuesto es un poco limitado, entonces sólo hay dos boletos para la recepción.
-Silvia contestó al tiempo que abanicaba las manos cerca de sus ojos: "Con uno tengo, mujer, el otro, aprovéchenlo para alguien más, yo se cómo es eso."
-¿Vero no iría? o ¿algún galán tuyo?
-Ah… veo que tu mamá ha sido discreta. No, iré sola. -Se llevó la las yemas de los dedos medios a la comisura de sus ojos para evitar que alguna lágrima rodara por sus mejillas.
-Perdón... No quisimos...-
-La interrumpió Silvia, -está bien, me tengo que acostumbrar, sólo que... –Y entonces las lágrimas brotaron sin control. Los muchachos no sabían qué decir. Silvia se volteó para alcanzar una caja de pañuelos desechables que estaba en una mesa esquinera de la sala, Pablo aprovechó para pedirle a su prometida con un movimiento de ojos que se fueran. Cuando Silvia volteó de regreso, sorprendió a Sofy con el ceño fruncido y regañando a su novio con movimiento de labios como sí hablara, pero sin emitir sonido alguno. La situación era extremadamente incómoda para todos.
Para destensar el momento Silvia comentó: “A ver, mi terapéutica me diría que ésta es una buena oportunidad reducir niveles de presión, y cómo me doy cuenta que tu mami ha sido una verdadera tumba -lo cual le agradezco- pero como hay tiempo para todo, yo acabo de decidir que este es para que me escuchen. No quiero asustarlos, al contrario, quiero que den este paso libre de telarañas que a la larga destruyen todo.
Tú sabes Sofy, que yo era madre soltera, y que cuando me casé Vero tenía diez años. Ese matrimonio representaba contar, por fin, con una familia normal. Y si, fuimos muy felices unos años, pero, sin darnos cuenta, la rutina, el silencio y la cobardía para hacer frente a los problemas nos llevó a situaciones terribles.
Sin disculpar mis errores, la verdad es que Jorge se volvió un monstruo que me robó la vida; miren como a él le caía gorda mi familia, me separé de ellos como sí me hubieran hecho algo, y ahora mi hermana me culpa del infarto que le dio a mi papá, me los robó. Como nunca pudo superar que yo ganara más que él, me dejé convencer de que aceptara la liquidación voluntaria de la empresa. Yo era feliz en ese empleo y siento que por su culpa lo perdí. Le di hasta el último centavo de los ahorros para que pusiera un negocio que nunca abrió. Tuvimos que hipotecar la casa para pagar deudas de juego y la perdimos porque se gastaba las mensualidades. Pero lo más espantoso es que volviera drogadicta a mi niña para llevársela como su amante y su mercancía en venta.
La memoria de los momentos felices fue lo único que no me robó, el peso de esos recuerdos bellos me atormenta, porque hubo señales y no las quise ver.
FIN |