Una luna inmensa que parecía acercarse a la cordillera, iluminó el camino del jinete solitario en su escalada. Con tal claridad el corcel no tuvo necesidad de estimulo para alcanzar la rivera donde siempre calmaba la sed. Su amo lo dejó beber a placer mientras repasaba los movimientos finales de su plan. A paso mas lento llegaron a inmediaciones de la hacienda. La casona se encontraba a oscuras y en silencio. Los perros del lugar apenas si ladraron pues reconocieron de inmediato los visitantes. Justo en ese momento la luna fue cubierta a medias por una nube negra inmensa que empezó a dispersarse en gotas gruesas. El hombre se sorprendió del fenómeno:>, pensó.

Álvaro Bedoya gozaba con las historias que se tejían en su entorno. Los mas ancianos creían que tenía pacto con el demonio, el duende o era protegido por las ánimas. Pero en una ocasión cuando la vecina doña Rosita le preguntó por sus escapes imposibles, su invulnerabilidad frente a las balas y el escudo mágico e invisible que parecía protegerlo en sus lances con cuchillos y machetes, el fugitivo sacó de entre sus escasas pertenencias un papel con apariencia de carta. Lo desdobló con mucho cuidado, lo extendió sobre la mesa y a la vista quedó el escrito con caligrafía tipo palmer: trazos perfectos, ortografía impecable,puntuada como poema. Al pie de página unos labios rojos color sangre fungían como firma, como sello.>, inquirió la vecina. >,respondió con sonrisa picaresca y un guiño. Le regalo una copia como recuerdo y se marchó.

El carnicero amarró el caballo no lejos de la casa y recorrió los metros finales reviviendo en la memoria y corazón los hechos que lo tenían aproximándose a su casa como un ladrón.