SE LE HIZO UNA LAGUNA
A cierta edad a mucha gente le pasa. No quiere decir que cuando se es joven no haya olvidos, pero cuando los años se van acumulando unos sobre otros la cuestión suele ser común.
A Rubén comenzó a sucederle cerca de los cincuenta. Recordaba casi todo, pero algunos nombres se le borraban; en esos momentos sentía que pequeñas gotas de agua aparecían en algún rincón de su cabeza. Quería acordarse de cómo se llamaba aquel patrón que tuvo en la estación de servicio donde trabajaba cuando tenía veintipico de años, mas ese sustantivo propio no llegaba a su mente. Volvió a percibir, no ya una gota sino un chorro de líquido deslizándose por el interior de su testa, cuando no recordaba el nombre de la chica tan linda con la que pasó aquel delicioso verano.
Menos mal que cuando el agua le brotó por la nariz, estaba solo; esa fue la primera vez. Fue la ocasión en la que no pudo recordar la fecha de nacimiento de su primer hijo. Al mismo tiempo, y mientras se esforzaba escarbando en su memoria, un charco se le iba formando en el interior de su cráneo. La cantidad de líquido creció y fluyó hacia sus fosas nasales. En un principio Rubén pensó que se había resfriado súbitamente y buscó rápido un pañuelo. Enseguida comprobó que no era mucosidad, el líquido que le salía era incoloro, insípido e inodoro. Se sorprendió, pero no le dio importancia al hecho. Menos mal que estaba solo, no debió dar ninguna explicación, ni sentir pudor.
En otra oportunidad no se acordó de la ciudad en la que golpeó hasta dejarlo listo para el hospital a aquel ladrón que quiso despojarlo de su billetera, y el agua le salió por los ojos; otro día se olvidó del apodo de su mejor amigo, y el líquido cristalino brotó de su boca como si fuera un vómito.
Acudió a varios médicos; todos coincidieron tras exhaustivos estudios, en que no había nada grave en su organismo, y que la única explicación posible era que se trataba de algo normal para su edad : algunas neuronas se gastan. Le recomendaron algunos tónicos para la memoria. Ningún especialista dijo nada sobre el agua que le fluía, porque Rubén no se los había manifestado; sentía vergüenza, pensó que podían tomarlo como un “fenómeno”, un “bicho raro”.
Para las pocas veces en las que el líquido apareció delante de la gente, Rubén siempre tuvo una explicación convincente. No obstante había aprendido a anticiparse a tal fluir. Cada vez que un recuerdo no acudía a su mente, según el lugar donde estuviera, se iba al baño, a un cuarto libre de personas, a un sitio baldío o a una plaza solitaria. Y si advertía que no encontraría un refugio, simplemente ponía gran empeño en quitarse de la mente el deseo de recordar; aunque, de todos modos, este esfuerzo lo dejaba tan abatido, que terminaba pensando en si no había sido peor el remedio que la enfermedad.
Muchos episodios de su pasado fueron convirtiéndose en arroyos y ríos que alimentaban a la gran laguna. Ésta crecía a proporciones indómitas cuando los afluentes aumentaban de manera inesperada ( o no tanto : las crecientes eran más frecuentes a medida que su vida, como la de cualquier mortal, iba teniendo mucho pasado ). Lo cierto es que esa laguna solía desbordarse, y a veces debía gastar mucha energía en construir diques que la contuvieran. La laguna se rebalsaba y el agua buscaba cualquier orificio a través del cual correr : orejas, ano, y hasta poros. En algunas ocasiones quedaba totalmente mojado y debía mudar toda su vestimenta.
Ahora, a los sesentipico, hay calma. Tras mucha yoga, mucho psicólogo y mucha sujeción ha logrado controlar los recuerdos y por ende los desbordes. Ahora vive el presente. Después de verse perdido y asustado, después de tanto miedo al ridículo, después de tanto sufrimiento ha conseguido cierta seguridad; las aguas se han aquietado. Come y duerme tranquilo. Disfruta de la buena música. Se deleita jugando con sus nietos. Acaricia feliz a su esposa. Respira el aire fresco de la mañana. Trata de no conectarse con el pasado, y si no puede impedir que el impulso de recordar arribe a su mente, espera a que éste disminuya su virulencia y lo deja pasar mansamente. De todos modos hay algo que desde hace una semana ha comenzado a molestarle : siente en su cabeza cierta sequedad. Ayer, por demasiado alocada, desestimó la idea de que esta sequía pueda transformar su alma en un desierto.
Julio de 2013
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