En la vida, algunas personas llegan a manifestar determinadas manías. Hay, que se comen las uñas denotando con esto un tic nervioso por algo que le preocupa o por alguna cosa mala que ha hecho y teme que lo descubran.
Algunos manifiestan el tic de guiñar un ojo, algo preocupante para el que lo sufre porque es algo molestoso que llega a cambiar el ritmo natural de su vida, transformándolo en un ser apático y escurridizo. El que lo observa llega a creer que está molesto con él, al ver el destello de su mirada fulminante, llegando a profesarle enemistad y odio.
Otros tienen la costumbre perversa de murmurar a sus semejantes, algunos lo hacen públicamente, otros a escondida, sin importarle lo que piensen o lo que digan; al efecto, lo mismo da, las personas afectadas a la larga llegan a darse cuenta de su acción dañina.
La peor es la manía de soplón- un mal hábito que en éste momento me ocupa- El que lo sufre vive al acecho para tratar de atraparlo. A veces, lo ve donde no está, lo que lo hace sufrir mucho cuando se da cuenta que lo que vio o escuchó no es verdad, teniendo que tragarse la lengua, llevándolo a sufrir mucho mas.
El colmo del soplón puede llegar al extremo de congraciarse con la persona que quiere chivatear, le pone conversación, le brinda confianza, se preocupa, participa; al final le da el zarpazo, asestándole la puñalada por la espalda delatándolo.
Una vez conocí a un soplón que su manía rebasó todos los límites. Fue en aquellos tiempos cuando se decía que «Las paredes oyen». Se vivían momentos difíciles. La vida de un opositor del gobierno de entonces «no valía una guayaba podrida» encontrándolo con la boca llena de moscas sin saber quien lo ejecutó y pena de la vida de quien delatara quien lo hizo, aunque fuera un chivato del gobierno.
El caso es, el día que mataron a Penco, tomaba ron en el Bar mas concurrido del pueblo. Llegaron unos hombres armados portando fusiles y vestidos de amarillo. Pidieron «los tres golpes» como estaban acostumbrados. Todos, menos él, hicieron entrega de los documentos. De la misma manera todos fueron felicitados por cumplir con la ley del «jefe». Penco por no tener la palmita y el carnet del partido, fue acusado de «comunista» siendo conducido a la cárcel a empujones y culatazos.
Paco, apodado «el soplón» cuando la guardia se llevaba a Penco, oculto en un montecito detrás de unos matorrales, vio cuando en el camino la patrulla mató a palos al preso, sacándole el dinero del bolsillo. No se pudo contener, salió de su escondite gritando a grandes voces, «esto lo sabrá el jefe».
Los soldados intimidados, por miedo a que el jefe lo supiera, quisieron comprar su silencio entregándole parte del dinero del muerto al chivato. Al caminar un buen trecho, el hombre por su manía de soplón se detuvo pensándolo dos veces, le devolvió el dinero, diciendo a grandes voces « ¡No puedo callar esto!» a lo que, los guardias respondieron a coro « ¡ahora aquí hay dos muertos!».
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
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