El cuento del Tío
-¡Yo tengo el plano! –Exclamó el Tío Salvatierra-
El Tío era todo un personaje. Un contador compulsivo de historias, no eran muchas, pero se esforzaba tanto con sus relatos que los hacían únicos. Daba gusto iniciar una charla buscando el tema de su especialidad dando comienzo al desarrollo de una crónica que repetía a la perfección como el avezado actor representando obras clásicas.
Sus ocasionales espectadores seguíamos uno a uno sus relatos, que no tenían fisuras y en la que nada podíamos agregar.
No cambiaba nunca los sucesos, los mismos personajes, idénticas situaciones, algo difícil de sostener en el tiempo, teniendo en cuenta las trampas que nos suele jugar la memoria.
Pero con Salvatierra eso no ocurría. Utilizaba la misma emoción, el mismo énfasis y hasta con lo mismos ademanes.
En charlas de café bastaba insinuar el tema de su preferencia y arrancaba al instante.
Uno de sus preferidos eran los relacionados con los platos voladores.
El Tío aseguraba tener un plano de uno de ellos, en sus formas, sistemas de movimiento y propulsión.
Aseguraba que la ciencia utilizada para el desplazamiento de las naves se fundaba en el principio del magnetismo. Cada parte del aparato tenía una polaridad, que podían manejar a su antojo. Si ambos polos diferían se generaba un efecto de repulsión, caso contrario se atraían. Un sencillo método con resultados formidables. Esta monumental fuerza de rechazo en los polos opuestos generaba un campo de sustentabilidad del aparato y una velocidad de desplazamiento inconmensurable. Llevado a los extremos, la fuerza magnética de las partes de la nave hacía que ésta desparezca momentáneamente y verse nuevamente en otra parte del cielo, marcando derroteros impensables para los vehículos terráqueos.
En el puente de mando la visión era perfecta hacia todas las direcciones ya que el aparato contaba con ventanas dispuestas alrededor de la nave que giraban a una velocidad adecuada dando una visión de continuidad, casi similar a los cuadros en las películas que a 24 fotogramas por segundo hacían que nuestra retina vea la secuencia continua.
Es decir, la visión dentro del OVNI era de 360 grados.
En el plano que solía representar en las servilletas de los bares, quedaban muy claras las definiciones teóricas de nuestro científico aficionado.
Nunca habló del viaje en el tiempo, solo afirmaba que con estos métodos los aparatos podían lograr velocidades muy cercanas a la de la luz.
Respecto a las formas de los tripulantes, los alienígenas eran morfológicamente idénticos a los humanos, solo que sus figuras se distorsionadas por las fuerzas electromagnéticas.
Así como el sol aparece gigante en el horizonte fruto de la distorsión visual que produce la atmósfera, lo mismo ocurría con los hombrecillos que aparecían deformes, excesivamente altos o bajos mostrando colores de verdes a rojos para el asombro de los terrícolas.
El Tío tuvo contactos con los ocupantes de los platillos, y pudo observar como a medida que se alejaban de sus naves adquirían las formas humanas que tranquilamente se podían mezclar entre la población.
Aseguraba y no daba lugar a duda alguna que los extraterrestres estaban entre nosotros, con sólidos argumentos que afirmaban su posición, ya que era casi imposible encontrar fallas en su relato.
Esta noche mientras observaba el firmamento me vino el recuerdo del amigo incondicional que se fue un día del bar, afirmando que ya tenía lista su nave. Todavía lo espero en el bar para que nos cuente su última historia.
OTREBLA
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