La pintura era su hobby. Desde muy joven se había convertido en su entretenimiento favorito, robándole gran parte de su tiempo libre. Las horas volaban cuando su pensamiento se deslizaba sereno por el lienzo, plasmando lo que su vista captaba del entorno, haciéndolo cautivo en la tela. Su mano mágica se movía delineando cada detalle, dándole forma, como queriendo insuflarle el aliento que da la movilidad de la vida de los seres vivos dibujados que, no pueden expresar lo que sienten, haciendo sus vidas insignificantes; pero aun así, la artista con el pincel le infringía con su pensamiento; sentimiento, destrezas, idea, espacio, tiempo…… volviéndolos atractivos e importantes.
La noche expresaba tristeza, envolviendo sus vuelos capciosos que en el día se hacen abundantes, al pulular por el mundo sin rumbo, haciendo feliz a la gente que comparten la dicha de vivir las ansias que alegre se desborda en sus facciones, moviendo sus alas, cambiándolos de aspecto, al estamparlos con frescura en el paño.
El verdor risueño del campo, el mar bravío cuando besa la playa, las hojas que caen en la explanada del parque, la nieve blanca que hace rielar las breñas de las montañas; señalan la época que sus ojos ven y su mano atrapa, creando la ¡fantasía! armoniosa que corre por su pensamiento, haciéndolo realidad en el tiempo fraguado a la luz del sol que se bifurca entre las peñas lejanas, mas allá donde la vista se pierde, tragada en la sonrisa fresca de la brisa que mece los pinos con su aura celeste.
El progreso en el muro, se bebe las risas del villorrio que la vio nacer, haciéndolo florecer; pero creando la ruina que estanca el pensamiento, hace languidecer la excelsitud de los hombres, volviéndolos infelices, atrapados cada día en una tela-araña hasta que mueren.
Las luces fluorescentes, radiantes como bengalas en las noches, alumbran ahora los grandes edificios construidos en el que fuera su barrio, desvirtuando la especie natural con su brillo de antes, hermoseaba la cadera morena que dignificaba el lugar, hacía soñar al vecindario, haciendo volar sus ideas prolíficas de enamorados, alrededor de una hoguera; declamando un poema, narrando un cuento de camino, un chiste, haciendo un deporte sano para alegrar el momento.
El asfalto cubre la piel de sus calles, donde ante, todas las cuadras las delineaba un camino surcado de piedras, por donde se iban los sueños de sus muchachos, volando altos detrás de una esperanza que quedó truncada entre el brillo de espejos lumínicos o en la agonía de una flor que muere con su alma vacía; pero con su frente en alto.
La música se eleva en las noches, desvela a las madres que inquietas esperan la llegada de un hijo que a veces no llega, se lo comió la delincuencia que llegó aparejada con el alba del ocio, la rutina, el adelanto; las cosas malsanas que crea la competencia, para llegar rápido a la meta que nunca alcanzan, al sorprenderlo en el trayecto, la cárcel o la muerte.
Se nota su tristeza, sus traumas, sus temores, su miedo de perder a su patria chica que ama. Su ilusión que desde niña henchía su fuerza, para imaginar la felicidad de su gente por las que llora y sufre, pensando que merecen soñar con mejores días que estos.
Su rabia desborda las líneas de sus trazos. ¡Muy fuertes! cuando la emoción satura su sentimiento, corroyéndole el alma hasta verter agua de sus ojos, que se ve correr furtiva por la epidermis arrugada del suelo, como venas hinchadas que llevan la vida, rejuvenece los campos….las familias que dependen de ellos.

JOSE NICANOR DE LA ROSA