En el parque

Hace pocos días, descubrí que desde acá puedo ver cosas que muchos se pierden por el apuro, o por no poner suficiente atención.

Puedo por ejemplo, ver cómo esa madre joven le está enseñando a dar pasitos a su bebé, esa regordeta sonriente que cuando tropieza hace pucheros y es consolada enseguida con un aplauso y muchos besos. Es tenaz y no se amedrenta por un raspón en la rodilla, vuelve a intentarlo una y otra vez.

Puedo ver los abuelos acumulando sol para el invierno que se acerca y rememorando días que se fueron raudos, mientras les tiran miguitas de pan a las palomas.

En las mesas de piedra se juegan sangrientas batallas de ajedrez que pueden terminar en pocos minutos o durar varios días. A veces es un solo jugador contra varios tableros expectantes.

Veo los estudiantes que se escaparon de la escuela para no dar la lección y los enamorados haciéndose arrumacos en el banco más lejano. Se miran, se acarician, conversan con sed de conocerse.

Desde éste lugar también saboreo la brisa temprana y puedo disfrutar de un plácido baño de sol al mediodía y la humedad coloreada de lila del atardecer. ¡Qué lugar privilegiado!

La pareja se levanta, él la está besando con ternura, se acomoda la chaqueta beige y se despide. Le da la espalda, titubeante, con ganas de quedarse pero cruza la calle alejándose. Ella se levanta, tiene una figura frágil, delgadísima y la mirada tenue de corazón ilusionado. Se dirige directamente a mí, me mira de frente con ojos gigantescos.

¡Margarita! me dice sonriendo mientras estira la mano, como si ya hubiésemos sido presentadas. Se me acerca más…pero… ¡no! ¿Qué hace? Siento un tirón fuerte y un agudo dolor. El sol se oscurece de pronto, otro tirón-dolor y la escucho decir: - me quiere-mucho- -poquito-nada…mientras con una sonrisa soñadora dolorosamente me desnuda.