Esta historia la escuché hace mucho tiempo en una esquina perdida del barrio de San Telmo.
Las Alfonsinas siempre fueron un misterio para la ciencia, no sé cómo explicarles, porque si uno piensa en una persona con dos cuerpos y una cabeza puede ser raro. Pero un cuerpo con dos cabezas, totalmente diferentes conviviendo y compartiendo algo que les pertenecía a cada una por separado pero debían ambas respetar al mismo tiempo, eso sí que es extraordinario.
Y a la vez diría que eran dos hermanas, que en realidad no tenían nada de parecido, sin embargo tenían un solo cuerpo, para cada una claro está. Sólo que era el mismo busto, las mismas caderas, las mismas piernas, un solo corazón, un único par de manos y pies y un impar para dos
¿Cómo era posible? Eso fue siempre un misterio.
Las Alfonsinas eran eso, una misma yunta que discutía a cada paso.
Ellas sabían de su situación tan inverosímil, pero ellas eran felices. Los demás no las entenderían porque ellas justamente eran diferentes a los demás. Sin embargo, ya no se peleaban con ello. En el fondo lo disfrutaban, porque siempre tenían a ese alma tan cerca que después de todo compartían hasta los pensamientos, llegando claro está, a ponerse muy de acuerdo.
Sé que muchas personas a esta altura se sentirán frustradas en que un personaje tan particular, o mejor dicho dos personas que son una rareza deban compartir un solo cuerpo. Y muchos pensarán que las pobres Alfonsinas no se enamoraban. Porque aún así con toda la belleza de la atrocidad, quién se fijaría en ese monstruito con dos cabezas.
Pero, la pucha, que sí…se enamoraban y además ambas eran correspondidas.
Por supuesto que los que frecuentaban a veces no tenían nada en común. A Alfonsina de sedosos cabellos rubios y mirada clara le encantaban los poetas. Sin embargo a Alfonsina, la de labios carnosos y de sonrisa mágica, acostumbraba a pestañear cada vez que veía a José. Además , se enojó mucho cuando él le propuso liberarse de la otra cabeza con una gran cirugía.
En qué pensaba este José, las dos debían existir, y no debían sacrificarse la una por la otra, de esa manera.
Ustedes pensaran que José era un hombre musculoso, de poco seso y de voz potente. Pues pensaron bien.
En cambio, Alfonsina “la gringuita”, como le decía su abuelo, tenía serias preferencias por la poesía, así que no le importaba cuánto su otra cabeza tardara en arreglarse, ya que mientras tanto ella podía leer. Tanto es así, que las Alfonsinas no se peleaban por ningúna opinión diferente, salvo sus gustos.
A Alfonsina, la morocha le encantaban cambiarse de color de pelo, una y otra vez. Entonces no hacía más que salir a la calle, y ya le hacían chistes de lo más tontos: - “che, pelirroja pa mañana que vuelva la morocha”; “Bonita, con ese color valéis por dos” y cosas que no repetiré porque eran además de ingeniosas muy desubicadas.
Imaginémonos algunos contratiempos de estas dos en una misma situación una y otra vez.
Una se distrae mirando vidrieras y la otra sigue caminando, una saluda y la otra mientras tanto intentaba subir las escaleras, haciendo que sus piernas se chocaran torpes o una mano le pegara a la otra sin querer. A la hora de comer era fácil, sólo que el problema venía después y una la retaba a la otra:
-“Tonta, ¿tenías que decir que sí al licor de Regaliz de la tía?. Sabés que nos hace mal”. La lista sería interminable entre discusiones sobre sus gastos, advertencias, impresiones, tanto como aclaraciones y consejos útiles. Para muestra vale darles algunos ejemplos:
-“Ya tenías que comprar ese libro bobo con el dinero que quería ir a la Megafiesta”.
“Dale, nena, levantate que llegamos tarde”; “ vos lavás los platos y yo leo, te toca a vos hoy”
“Yo elegí primero, compará la tela, ves?
“No corras como loca, la última vez nos lastimamos las rodillas del porrazo”;
“El hombre me estaba escuchando a mí, vos lo distraías con el movimiento inquieto de tu mano derecha.”
“Ninguna de las dos aceptamos el empleo”, a capela las dos voces ante el gerente del Correo.
“Si te veo comer chocolates de nuevo, a escondidas, yo prendo el cigarrillo de anís y canela.”
“No seas caradura, nena, mi mano no le enviará ningún beso volador””no me presiones”.
Las Alfonsinas, sin embargo eran fantásticas en las fiestas con baile, y ni hablar si también se cantaba con micrófono. En general,.para qué negarlo, costaba decidir quién mandaba:
Una de las cabezas con su sencillez y su sentido volátil y frágil del mundo ó la otra, la de temperamento tan fuerte como tierno, la que declaraba y protegía.
Puedo contarles con muchos detalles algunas anécdotas importantes de las Alfonsinas, pero deberán creerme cuando les digo, que una vez más el amor venció a la Ciencia.
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