Finalmente me dio la sospechada noticia.
-Señor, lamentablemente tengo la necesidad de confirmarle que en efecto usted tiene cáncer.
Mi cara empalideció, no acerté a decir nada, entonces el galeno, tratando de confortarme continuó: mire la medicina ha avanzado mucho, ahora hay muchos medios que ayudan a prolongar la vida e incluso a erradicar totalmente el mal.
-¿Cuánto tiempo doctor?, ¿cuánto me queda?.
-Con la información que tengo es difícil precisarlo.
-¿Más o menos?.
–Mmm... yo diría que unos cuatro meses, pero lo que ahora tenemos que hacer es realizar unos estudios para determinar el tratamiento adecuado.
-Si, si, doctor usted dirá.
Y lo que dijo ni lo escuché, en ese momento mi necesidad no era escuchar la voz de un médico, sino la de Dios, así que a todo lo que mencionó le contesté que sí, pagué la consulta y, sin más encaminé mis pasos a una iglesia cercana al consultorio. Por mi cabeza revoloteaban un montón de pensamientos, por mi corazón lo hacían otros tantos sentimientos, muchos de ellos encontrados. Después de andar unas cuantas cuadras me hallé en la en la Sagrada Familia. Curiosamente en esa parroquia de la colonia Roma es donde fui bautizado. Ya hacía por lo menos quince años que no había vuelto a entrar a ella. Busqué una pila de agua bendita, humedecí mis dedos y me persigné en la frente, una gota corrió hasta el cuenco de mi ojo izquierdo como buscando compañía y la encontró, pues de pronto las lágrimas habían invadido mi rostro. Caminé hasta la primera banca, me hinqué, alcé la cara y al ver a Cristo crucificado le dije: Sí me lleva el tren a mí, ni hablar, pero, ¿qué va ha ser de mi familia?, ¡dame tiempo Señor!... En ese momento me desperté sobresaltado, tenía la frente aperlada y sentía una taquicardia atroz, mi mujer, entre sueños oyó que yo decía algo sin entenderlo.
-¿Ya es hora?, me preguntó.
–No amor, le respondí, tenemos algo de tiempo, sigue durmiendo.
Ella se reacomodó y continuó en los brazos de Morfeo, pero yo ya no pude conciliar el sueño reconstruyendo la pesadilla y concluyendo con ese acto que, sin duda, Dios me estaba otorgando el favor solicitado, me estaba dando más tiempo. Y justo en el momento en que decidí dejar fumar sonó el despertador.
Fin |