EL TOBOGÁN.



Quien subía la empinada escalera no era yo.No,
no podía serlo.Era un estúpido fanfarrón que pre-
sumía de poder lanzarse por el tobogán del centro,
el más empinado,casi vertical y,por lo tanto,
más peligroso de los tres deslizaderos del parque de
diversiones.

Mientras ése yo subía gritando y riendo a carcajadas,
llamando la atención de los mirones de abajo,
yo trataba de sujetarlo y le tapaba la boca,
para que dejara de pregonar su hazaña aún
no realizada.Todo fue inútil.
Subió con mayor rapidez y llegó a la plataforma de lanzamiento,
parándose al borde de la misma con los
brazos en alto,listo para saltar.

Abajo lo esperaba un pequeño tanque de agua de
muy poca profundidad,que servía para amortiguar la caída.

Yo no podía creerlo y temblando de miedo,
quise sujetarlo para convencerlo de renunciar a semejante
locura.Le dije que ya no era un joven,que los años
no habían pasado en vano y que semejante locura
podría costarle la vida.No quiso oírme¡SALTÓ !.

Cuando recobré el sentido en el hospital,el osado
estúpido se había ido.