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Se hacía la hora en el locutorio de cerrar y apremiaba el momento hasta el punto de poder perder el trabajo. El hombre tenía que enviar un artículo a su revista por internet y el ordenador de casa se le había bloqueado. Bajó al locutorio de la esquina. No había problema en principio. Sin embargo fue pasando el tiempo y con aquel teclado no le salían las ideas con igual fluidez. Llevaba desde las cuatro de la tarde tratando de pergeñar una historia mínimamente interesante con la que cumplir su obligación laboral. Estaba bloqueado- como su ordenador-en blanco. Eran las nueve- cerraban a las diez- y las mil palabras de que tenía que constar el escrito empezaban a tomar dimensiones gigantescas. De repente como quiera que anduviera pegado a una cabina de comunicación telefónica, que suelen haber en tales lugares, la conversación que estaba teniendo se le ofertó como posibilidad.
El conferenciante telefónico estaba tratando de vender un televisor, un equipo de música- nuevo, recalcaba- y un ordenador portátil- que andaba bloqueado- como decía.
Le hizo gracia la historia, la negociación que se traía aquel individuo regateando el precio con el otro sujeto al otro lado del hilo telefónico. También le llamó la atención el paralelismo con su situación en lo referente al aparato informático.
Por fin llegaron al acuerdo- una especie de trueque- por el que el vendedor de los electrodomésticos aceptaba en pago por ellos con la condición de echarle un vistazo, un peugeot 206 que el permutante decía estar en buen estado.
Eran las diez menos cinco cuando acabó de poner el punto final a aquellas mil palabras aproximadas. Le gustó el escrito, lo aderezó con alguna que otra consideración sobre los tiempos que corrían en los que la falta de monetario obligaba a negociaciones como la que recogiera en el relato. Le había salido un cuento costumbrista en el que confluía la vida urbana de gentes que se necesitan y se encuentran para tales fines comerciales.
Pagó en el locutorio y se dirigió a casita. Chispeaba un poco y se cubrió con las solapas de la chaqueta. Vería, en cuanto llegara, un partido del Atleti que ponían por televisión aquel día.
Sólo reparó en ello cuando al dar la señal del mando a distancia del televisor- y ya en la casa- en lugar de hacerse la imagen se encontró un hueco de pared blanca en la que nunca se había fijado por taparla el aparato. No hizo falta acudir a la estancia donde tenía el computador y el equipo musical. Se hubiera caido al suelo de no haber estado sentado.

Texto agregado el 08-11-2013, y leído por 175 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-11-2013 Buen relato. glori
09-11-2013 Una historia que puede sucederle a cualquier. inkaswork
09-11-2013 Ja! que buen final. Me gustó. PenelopePok
 
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