Eran las ocho de la mañana, Raúl salió a la calle sólo para ver pasar una vez más a Jennifer. Se sentó en la salpicadera de un carro desde dónde podría ver cuando la chica saliera de su casa. -Algún día será mi chava... -Pensaba cuando sintió un golpecillo en la espalda, era su amigo Pepe, quién le dijo: "¡Chale, carnal!, ya ponte a hacer algo por que la Jennifer nunca te va a pelar, ella quiere un chavo que la saque de chambear, y tú, no más te la pasas en la güeva”.
-Pos´ si, pero ta´ cabrón “güey”, nadie me da trabajo, y la “neta”, andar en el ajo con la banda ya no me late… un día se van a enfriar a alguien.
-Mira, yo conozco a un “valedor” que te puede ayudar, y es “derecho”, no más le tienes que entrar con tu “cuerno” y con una “chela” pa´ “miguelito”, ¿no?
-¿Pos´ de qué se trata?
-De vender discos en el Metro.
-¡No “manches”!, ¿y a poco eso deja?
-Oh…
-Y tú, ¿cómo sabes? sí yo veo que tú tampoco le “camelleas” mucho que digamos.
-¡Cómo no! Lo que pasa es que yo soy “escuater”
-¿Qué es eso?
-Cómo eres “naco”, me “cai”, yo consigo talento y por cada uno me llevo una “lana”.
-Ah, ya saló el peine.
-¿Qué, el peine de qué o qué?
-Si... se me hace que tu no más te quieres ganar un billete conmigo.
-Bueno pos la “neta” si, pero no llevo a cualquier “güey”, total, sí no quieres “ay” la dejamos.
-No, “pérate”, si me interesa.
-“Órale”, va.
Los dos muchachos fueron con Erasmo, el líder del gremio de los vendedores de piratería del Metro, quién le dijo a Raúl, que para poder tener derecho a vender, tendría que invertir unos diez mil pesos; tres para él, otro tanto para el gerente de la línea asignada. Además debería comprar el equipo reproductor, una bocina adaptada en una mochila, la fuente de poder y, desde luego la mercancía.
Raúl, desconsolado dijo: -no… “mai”, sí tuviera esa lana me iba por mi cuenta-.
-Por tu cuenta nunca podrías, esa merca no se la venden a cualquiera, y aunque la consiguieras no tendrías dónde venderla sin “moche”. Conmigo vas “cincho”, mira está fácil “ay” te va: lo mío me lo vas pagando poco a poco. Solo te faltarían los tres mil “morlacos” del licenciado, el equipo… yo te puedo vender uno “bara” de medio “cachete”. Y luego pos´ lo de la mercancía y algo para unos gastitos extras. Con cinco quinientos la armas, y… -lo interrumpió Raúl- no… pos´ ni así la hago, no le digo que estoy bien “bruja”-. –déjame terminar “chingá”… sí quieres salir de jodido vas a hacer lo que te diga-. Sacó una tarjeta de la bolsa de su camisa, se la dio y le dijo: “llámale a esta “ñora”, dile que te mando yo, ella te va ayudar, cuando tengas la lana regresas conmigo”
El muchacho, sumisamente asintió con la mirada y se fue. Hizo la llamada y la prestamista muy gentil, inmediatamente le respondió: “claro que sí, mijo´ ¿dónde vives? yo mañana te llevo el dinero”
-¡”Chale”! ¿Así de fácil?
-Si, así de fácil, solo me tienes que abonar setecientos pesos a la semana y en cuatro meses terminas. No más no te atrases porque se te duplica la deuda.
-¿A poco no se le han “pelado” sin pagarle? –No, porque yo se dónde y con quien viven mis clientes, y mis cobradores son bien buenos.
-Pos´ya va, le entro al business.
En cuanto tuvo el dinero se presentó con Erasmo de nuevo. –“Ay” está la lana mister, y ¿ahora qué?
Erasmo le entregó el equipo y le enseñó a usarlo. Concluida la "capacitación", le dio otra tarjeta diciéndole:
-Ve a esta dirección, tienes que llegar antes de las cinco de la mañana, ahí compras la merca y nos vemos a las siete en la estación Pantitlán.
Al otro día, Raúl salió de su casa a las cuatro. La madrugada estaba húmeda y fría. Como no había transporte público tomó un taxi. –Lléveme a esta dirección, -“Huy”… joven, eso es en el mero Tepito, sí quieres te dejo en el Eje y de ahí te vas caminando como unas seis cuadras, te cobraría ochenta-. -¡Uh que la “chi”… bueno esta bien, vámonos.
Cuando llegaron, el taxista le indicó cómo encontrar el domicilio.
Desde Canal del Norte, se internó al viejo barrio por una calle que, a pesar de la hora tenía más movimiento que la Central Camionera de Cien Metros en Semana Santa; hombres y mujeres iban y venían presurosos, algunos con bultos en las manos, otros armaban las estructuras metálicas de lo que por la mañana serían sus puestos. Detuvo su marcha intentando penetrar la mirada hasta la fachada de los inmuebles para identificar la nomenclatura postal, pero era imposible, pilas de cajas y plásticos a penas permitían evidenciar que aquello era una calle y no un mercado.
-¡Va el golpe “carnal”!, ¡a pasear a Chapultepec-. Gritó alguien, cuando volteó vio venir en dirección suya un muro de paquetes de no menos dos metros de altura. Era un diablito empujado por un cargador. Para esquivar el impacto dio dos pasos hacia atrás tropezando con mercancía que aguardaba ser exhibida en un puesto en construcción. No llegó al suelo por que lo detuvo un brazo fuerte.
-Gracias “cuate”, sí no me detienes me rompo el “océano”-. No hay pedo, hay que andar a las “vivas” “ñero”, ¿qué buscas? –un número, -aquí no es por números… sí quieres ropa te digo, sí quieres novedades te digo y hasta la electrónica te digo donde hay, pero si quieres software, películas, música, “roberto”, “churros” o “cuetes”, pa´ que te diga te “cais” con “baro”.
-¿Cuánto-.
-Depende, ¿Qué quieres-.
–Música-.
–Un “ciego”-.
–Va-.
Caminaron juntos hasta un punto donde la cadena de puestos se interrumpía para dejar libre acceso a una puerta metálica negra. El tepiteño la tocó, se abrió una pequeña ventana y una voz preguntó: “Qué pex” –te traigo un marchante-. –la misma voz respondió –¿quién lo manda-. –El señor Erasmo-. –dijo Raúl, tomando la situación en sus manos. –Pásale mi “chavo”-. Al abrirse la puerta se desplegó un sombrío y largo pasillo flanqueado por una sucesión de puertas y ventanas en dos niveles. La luz que se escapaba de las que estaban abiertas era lo único que iluminaba aquel patio. –Camina con cuidado, -le recomendó el portero, -hay mucho cieguito, no lo digo por qué tú los vayas a machucar, con ésta luz ellos se mueven mejor qué tú; lo digo porque con los bastones tú te puedes tropezar-. El ruido mezclado era ensordecedor en ininteligible, conforme avanzaba se iba identificando la música manada de la accesoria más cercana… Quebradita, Luis Miguel, Mozart, Cri-Crí, Doors. Decidió entrar donde la bienvenida estaba a cargo de Timbiriche, esa música le traía recuerdos. Una señora obesa lo abordó, –eres nuevo, ¿verdad güero, aquí tengo lo que te conviene, se vende solo, casi ni tienes que hablar, -le entregó una hoja que decía:
“Buenas tardes señores pasajeros, mire, en esta ocasión le vengo entregando lo mejor de la banda Timbiriche, formato MP3, ciento sesenta temas tales como: “Tu y yo somos uno mismo”, “Corro vuelo me acelero”, “Besos de ceniza”, “México” y muchos éxitos más. Le vale diez pesos, diez pesos le cuesta”
-Cuando entres al vagón lo lees y luego pones el demo, viene en el track veintidós. Los paquetes son de cien discos y te los dejo a quinientos pa´ persignarme.
-Ya vas, “órale” que llevo prisa- contestó Raúl.
-No más te “alvierto” güero que no quieras vender desde antes de llegar a la estación donde te den la salida, porque sí te “cachan” los de esa ruta se te arma.
-Está bien señora, gracias.
En la estación Pantitlán lo estaba esperando Erasmo, quien lo presentó con Leovigildo. –Todos los días tienes que presentarte a la hora que Leo te diga, le das treinta pesos o seis discos y él te dá la salida.
-¿Y eso por qué? Sí ya le estoy dando a usted “Don”.
-No mi “cuate”, yo te cobro la entrada.
-Y ¿lo del licenciado?
-Él te da el permiso y Leo te da el derecho de piso y te cuida que no se metan en tu ruta.
-¡”Chale”!
Raúl se daba cuenta que el producto de su trabajo lo tenía que compartir con mucha gente, pero ya estaba muy comprometido. Hacia las 10:00 a.m. llevaba veintiún discos vendidos. A ese ritmo, calculó, tardaría unas catorce horas para venderlos todos, sin embargo para cubrir los gastos habría de desplazar 81 piezas. De tal manera que a partir del siguiente compacto, y no antes, cada centavo sería suyo. Por fin alrededor de las 7:30 p.m. en la estación Jamaica llegó el momento tan anhelado; Raúl sacó de su mochila el disco 82, lo besó y dijo para sí mismo: “Va por ti Jennifer”.
Había unos cuántos asientos vacíos y sólo dos pasajeros de pié en el otro extremo del vagón, se trataba de una pareja que sin pudor alguno exhibía tremendo cachondeo. De no ser por que las manos de ella correspondían caricias en la espalda de él, la escena hubiera parecido una violación tanto por lo agresivo y grotesco de los movimientos como por que el muchacho la prisionaba contra la puerta central del carro. A ver eso y más está acostumbrado cualquiera que pasa tanto tiempo en él principal transporte público de una gran urbe. Después de unos segundos de divertido morbo, Raúl reaccionó y volvió a lo suyo. Mientras recitaba su letanía observó que el apasionado amante levantó un brazo mostrando una moneda de diez pesos. Ya con el demo a todo volumen fue avanzando sin conseguir ventas entre los pasajeros sentados. Llegó al final del pasillo justo cuando sonó la canción "Soy un desastre" el cliente se volvió para cambiar la moneda por la mercancía, y entonces pudo ver el rostro de la fogosa pasajera, cruzaron miradas tan solo un instante, ella esbozó una cínica sonrisa y volvió a abrazar a su novio. Se abrieron las puertas del convoy, Raúl salió impactado, el disco 82 lo tenía Jennifer.
FIN
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