UNA SOLA ALA

Los hombres con poderes eran comunes en la época de Rodrigo. Él conoció, en su colegio, un hombre con dientes tan blancos como los de los comerciales. Conoció una niña que se estiraba como caucho, conoció un viejo que controlaba el clima, tuvo un profesor de deporte con súper fuerza en el dedo índice de la mano izquierda, Conoció incluso, una señora que nunca se confundía con el HALE y EMPUJE de las puertas. Conoció muchos seres y muchos poderes.
Rodrigo soñó siempre con ser bendecido con algún poder. Por lo menos con un poder que sirviera. Realmente, Rodrigo tenía algo extraño en su cuerpo, pero para él, no era un poder, era una deformidad. Pobre tonto. En su espalda, el pobre tonto de Rodrigo, tenía una majestuosa ala de cisne. Blanca, enorme, pero solo una. Una sola.
Rodrigo la usaba para molestar sus amigos tocándoles la cabeza mientras escribía de manera inocente. Ellos volteaban, buscaban un culpable, y al ver a todos concentrados escribiendo, volvían a sus notas sin saber qué los había tocado. Eso en el colegio. Cuando era chico. Pero Rodrigo creció. Y el ala con él. Y sus compañeros con ellos. Rodrigo creció y sus compañeros se burlaban de su poder sin sentido. De su ala afeminada en la espalada que no servía para nada. Que no servía para lo que supuestamente sirven las alas: para volar. Por ser una, una sola, una maldita ala.
Rodrigo la tiñó de negro, para volverla mas varonil; pero lo empezaron a llamar “el gallinazo”. Rodrigo cortó las plumas; pero crecieron de nuevo más largas y majestuosas. Intentó todo para deshacerse de ella. Incluso, cuando cumplió dieciocho años, pidió a sus padres que pagaran una cirugía para extirparla. El tonto Rodrigo. Sus padres accedieron. En cierta forma, a ellos también les avergonzaba un hijo con un ala en la espalda que no servía para volar. Además, veían que a Rodrigo se sentía deforme, que se creía menos por su ala sola.
La operación fue un éxito. Rodrigo tenía un cuerpo normal. Un cuerpo sin su ala sola. Tras dos meses que estuvo Rodrigo en cama esperando que la espalda sanase completamente comenzaron los dolores. Sentía que donde estaba el ala algo crecía, algo grande, que hacía que sus noches se juntaran con sus días, un dolor penetrante, asfixiante, enorme. Para la navidad de ese año, en que Rodrigo tenía ya 19 años, el ala volvió a nacer. No pudo ser normal ni seis meses. No pudo mostrarles a sus amigos que ya el ala había desaparecido.
El tiempo pasó y Rodrigo era cada vez más infeliz. El tiempo pasó y el ala era cada vez más hermosa y grande. El tiempo pasó y ya no solo sus compañeros se burlaban del ala, sino todos en la ciudad. Los que no se burlaban de Rodrigo eran aun peores, eran los que, como sus padres, solo le tenían el peor de los sentimientos. Le tenían Lástima.
Pasó, pasó el tiempo y llegó el día que Rodrigo había esperado siempre en silencio. Su sueño recurrente de ir cayendo y dar vueltas y vueltas sin poder estabilizarse hasta estrellarse contra las salientes rocas, desapareció. Un día en el parque, mientras alimentaba los cisnes, animales con quienes tenía una conexión especial gracias a su poder, vio a lo lejos lo que había soñado ver toda su vida. Era la otra orilla del lago, la orilla que nunca miraba porque el nunca miraba nada (tratando así de no ser mirado por nada) Era en esa orilla que la vio. Una mujer hermosa que no miraba nada. Una mujer. Una mujer con un poder muy especial, una mujer. Una mujer con una sola ala. Y fue así como Rodrigo corrió con todas sus fuerzas a la otra orilla del lago, miró a los ojos a la mujer que como él no miraba nada, (ahora y por siempre solo los ojos de Rodrigo), se dieron la mano, y emprendieron vuelo, con dos alas y un solo cuerpo de amor puro de cisnes de una sola ala.