Se la ofreció sin levantar la cabeza. Era una rosa que comenzaba a perder su lozanía. Ella también… Como si la vida se le estuviera yendo con la brisa de aquella tarde gris en Provincia.

Ahora se da cuenta de las cosas pequeñas... en aquel entonces no era capaz de reconocer momentos en el cristal de una vitrina del paseo de Palermo, sosteniendo el periódico más lejos para poder leer. El movimiento lento y el sentir más frío… Entonces había un inconmensurable miedo a confiar su corazón a otro.

Su mirada baja le causó curiosidad. Quiso recogerla.

- Veo tus labios… Desde aquí puedo ver todos tus besos de este verano.

¡Qué poeta se sentía!

Ella continuó con la mano extendida, la rosa entre sus dedos blancos y delgados, sin alzar la mirada. Parecían, sus ojos, perdidos en un punto muerto de la acera.

- ¡Mira las manos de la mujer! – increpó a un interlocutor imaginario – mientras le habla el hombre. Mientras le habla a ella.

- Él no entiende - la florista apretó con fuerza su enojo entre los dientes - no ve los puños.

Fue entonces cuando levantó su rostro dejando que la tenue luz del final de la tarde se reflejara en el cristalino de un ojo inyectado de sangre.

En un destello, la florista se convirtió en su Santa María y, mientras, él cada vez era más ordinario.

- Sé que me necesitas como un viejo zapato suave.

Los años siguen goteando en la distancia.

La deriva de las hojas de otoño en su ventana, las hojas de otoño, todas de color rojo y oro. Suéteres y cheddars. Ella ahora es un skater y un bailarín de ballet y le dio una pequeña oración por la derecha. Ella es su reina Cleopatra y él sólo su mañana después.

Y ella es su himno nacional y él sólo es Frère Jaques.

Entonces él tuvo que levantarse y supo que le encantaría volver a esa tarde gris en Provincia.


(V.S.)