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Repasó una vez más el trayecto de la navaja con sus manos aún húmedas y arrugadas. Despejó la neblina, el vapor formado en el espejo del baño y por última vez, revisó rigurosamente cada surco de su rostro. Una afeitada perfecta. Sin rastros.Mezcló en el aire la fragancia de sus tres perfumes favoritos y se las impregnó, sutilmente. Conocía bien la combinación justa. La formula precisa, esa que tan bien le calzaba.Goteando un tanto, se dirigió a la habitación, donde un traje impecable y nuevo, descansaba embolsado en su inmensa cama, alumbrado tenue con la luz bronce de un velador arrinconado. Se lo calzó como un experto y se reflejó en el espejo de un vestidor que encendió la inmensa y blanca habitación en un segundo. Retocó una vez más el calce del perfecto traje y con un cepillo de pelo fino se alisó y ordeno la cabellera entrecana y azabache, abundante y ordenada; con un corte de cientos.Los zapatos, brillantes, finos e italianos, fueron el toque final; un broche de oro a su nivel.Por fin sería la noche. Esa noche tan esperada luego de los múltiples rechazos. Ahora sí estaba capacitado plenamente.No en vano había pasado los últimos treinta y cinco años preparándose. El celular sonando a toda hora, las reuniones extra largas y danzadoras. Las pilas de dinero acumulándose y yéndose en vanidades sin sentido ni dirección. Días enteros metidos en una dieta estricta y fibrosa. Tarde tras tarde, endureciéndose y transpirando en un gimnasio de alta gama, metido de cabeza entre rodillos y pesas. Todo un cúmulo estricto y riguroso de rituales, apilado día tras día para sacar lo mejor. Para hacerlo un hombre mejor, el mejor. Y vaya si lo había logrado.Constructor de un imperio sin techo, dinero apilado a montañas, deportista cabal, y macho codiciado como un “pura sangre”. Todo un ejemplo de ascendencia social.Y así, perfecto, prolijo, vigoroso y decidido, se subió a su auto impecable y puso marcha hacía la noche de su profecía. El camino se abría ante él, con un respeto temeroso y noble. Las calles caras de la ciudad lo veneraban a cada paso.Una suave sintonía en blue, aullaba de fondo por los parlantes precisos y un viento perfumado de hierbas floreadas se colaba por las rendijas del habitáculo. Viajaba en paz, solo recordando aquello que lo había conmovido hasta los huesos el murmullo de aquellas últimas palabras que lo habían bifurcado hace muchísimos. Machacándolo para siempre.“Inestable emocionalmente”. Aquello fue lo último que escucho salir de esos labios crema que ahora se perdían en el tiempo. Ni la guerra, ni la muerte, ni la enfermedad, ni siquiera la traición de un amigo. Nada cala más profundo en la mente de un hombre que una mujer.Nada lastima tan hondo y tan duro. No hay dagas tan filosas ni tan profundas. La mujer, es lo único que pone al hombre bajo las suelas, directo a oler el piso. Y es lo único que lo deja sin caminos y en penumbras, solo vislumbrando entre sombras un farol lejano y esquivo.Y ahí donde los caminos se separan y las heridas se agrandan solo quedan un puñado pequeño de opciones a mano. Una sola mano para jugar. Con la mayoría de las cartas ridículamente marcadas y adormecedoras, y algunas, solo algunas pocas liberadoras.Entonces, aferrado a una suerte de revancha él se dirigía fortalecido por primera vez, en todos los años pasados. Como nunca antes. Llevaba aprisionando en su mente en racimo, las imágenes que no lo dejaban respirar desde siempre. Siempre, ella.En cada mujer se escondía. Su rostro de antaño era el de cada chica que le sonreía fútil en el gimnasio. El fulgor de su voz, en cada carcajada de sus subordinadas regaladas. Su lejano aroma, surgiendo de la nada en la calle más insólita. Era la dama detrás de cada decisión empresarial. Era la sombra, atormentadora en cada una de sus múltiples, incontables y deseosas amantes. Era el vapor difuso de cada mañana y el fantasma de cada noche. El único motivo, por el cual se había preparado toda la vida. La razón y el fin. Solo por eso había decidido a seguir. No había otra razón.



Es por eso, que los abrazos exagerados y falsos lo abrumaron de inmediato al llegar, eso y sentir el olor mezclado entre admiración y recelo.Una y otra vez había rechazado ir esos encuentros, que cada tanto, viejos conocidos y compañeros hacían. Y ahora era su victima más fácil. Reuniones llenas de museos y novedades. Sonrisas incomprensiblemente lejanas y falsas, viciadas de tiempo.Aquellas siluetas del pasado ahora eran caricaturas sin simpatía, revestidas de un crepúsculo que él no poseía. Era la torre en un derribe generalizado y las palmadas tontas y aduladoras no hacían más que adormecerlo.Hace tanto que no escuchaba esa música, ni caminaba en ese lugar, entre esas luces y personas densas y pasadas que le parecía estar flotando. Ni siquiera el alcohol, fiel ladero, lo ayudaba a soporta unos minutos allí. Se le hacía insoportable. Aun así estaba alerta y al sobrevuelo. Esperando una pista.Solo una mirada, un cruce, quizás una sonrisa disimulada. Nada más necesitaba.No buscaba arrancarla de los brazos de su hombre, ni hacerle una escena gloriosa de revancha. No era su estilo. Era poco lo que realmente necesitaba, solo esperaba una mínima señal. Algo que le hiciese saber que ella lo sabía, que frente a ella estaba su error. Simplemente eso. Interiormente esperaba verla, fea y envejecida. Deteriorada con el paso del tiempo marcado en su rostro arrepentido, pero también, más dentro y más profundo que cualquier sentimiento sabía que sería igual. Solo una falsa defensa, una empalizada frágil construida inútilmente. Solo esperaba no exagerar, ni en la derrota ni en la victoria. Y flotando, se metió en la escena. Actuando solo lo necesario.

Y de pronto. Como un halcón detecta a un conejo en la maleza. Cuando aquella vieja canción interminable terminó de sonar. Simplemente y casi por casualidad y sin encanto la advirtió. Sin magia sin estruendos. Cuando la noche se hacía más noche. Él de entre todas la vislumbro. Como a un sol saliente. Su nuca sintió el suave y punzante golpe de una mirada. Y girando lento la vio allí. Entre todas, aun reinaba. Bastó con una sola mirada cruzada intensa y atormentada, de no más un minuto, directa lejana y a los ojos, para por fin entenderlo todo. Era suya. Siempre. De lejos, su victoria se le hizo dolorosamente sabrosa.A pesar del tiempo, esperado solo ese segundo le bastó para por fin comprender y saber aquello que lo comía desde adentro. El lo sabía, ella también lo supo. Ambos comprendieron. Lejanos y rápidamente. Y fue suficiente para siempre.Ya estaba satisfecho, después de todo, entendió que fue un camino cruzado antes de lo esperado. Solo eso. Un viejo tablero reacomodado. Ya era hora de volver a casa. Volver y espantar a los espíritus.Adiós al pasado. Por la mañana un nuevo sol saldría, calido e intenso.



Una motocicleta con el escape roto lo despertó de repente, en plena calle dura de cemento, piedra y suciedad. Gritos y bocinas.El sol a sus espaldas lo contorneó.Su cabello, como siempre, ondulado en un costado, erizado por detrás y sucio de la frente hasta las costras terrosas del fondo de su cabeza y en su barba negra; difusa y profunda.El castillo de botellas vacías de plástico cortado, donde reinaba estaba derrumbado y desparramado por toda la calle ruidosa y humeante de aceite quemado a su alrededor. Todo entre bolsas de basura acumulada, de años. Su vieja manta sucia y raída cubriendo, solo la parte del cuerpo que aun se movía sus ordenes. Dos remeras viejas junto un par de simulacros de zapatos yacían inertes a unos centímetros de aquella mano que se movía sola, entre espasmos y calambres permanentes.Como pudo y apoyado en un viejo tabique de madera, se levantó y arrastrando una pierna muerta, fue hacia la moto que lo había arrancado del sueño, para increparla incomprensiblemente.Al rato volvió con un cigarrillo negro a modo de disculpas y lo desayunó junto al resto Fernet que quedaba en el fondo de un pedazo de vaso plástico viejo. Su mente ya no era suya y como un animal terminado, solo lo movía un atisbo de instinto de supervivencia. La gente, lo esquivaba.Ido para siempre, de vez en cuando, salía de su castillo de plástico como poseído por Satanás, pero al rato siempre entre temblores descontrolados de aquella mitad que ya no le pertenecía volvía. Un olor reconocido, lo desparramó una vez más como un rayo y allí fue, solo para volver una vez más de entre los autos entre bocinazos e insultos sordos. Lejano pareció reconocer a alguien, y aunque no sabía quien era igual le lanzó un beso perdido al aire. Y nuevamente a perderse entre los desacoples de su mente, fragmentada para siempre.Vació, solo, ciego, entumecido y desvariado.Solo un sutil y mínimo recuerdo quedaba prendido dentro de él. Profundo dentro de una cabeza apagada. Una pequeñísima lucecita amarillenta. Una vela gastada y fundida. Aquella alucinación que lo perseguía desde siempre, a la que seguramente retornaría en un rato más, para darle aire y vida por un tiempo.Quizás después de todo no era la supervivencia lo que lo movía. Quizás era algo más. Otro instinto, primitivo y básico. Volver aunque sea una vez más. A su vieja, querida, y terrible, dulce pesadilla.

Texto agregado el 04-11-2013, y leído por 65 visitantes. (0 votos)


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