“Cuando menos lo esperas sucede; cuando más lo deseas te hace volar, te duerme, te emociona, enamora…”

Ahí estábamos los dos, recostados cómodamente sobre el suave colchón de la cama. La luz de la siguiente habitación iluminaba la nuestra tenuemente reflejando un tono azulado sobre la cortina.
Él me abrazaba. Mi espalda se recargaba sobre su brazo izquierdo, y su brazo derecho rodeaba mi cuerpo, en unos lapsos de tiempo acariciaba mi espalda, mi cabello y mi rostro; a veces se encontraba con su mano izquierda y entonces aprovechaba para presionarme fuertemente y atraerme hacia él. Podía oler su piel, sentía su respiración, su aliento chocando con mi rostro.
Yo lo observaba, sus ojos negros reflejaban nerviosismo a lo que ambos sabíamos que iba a suceder, sus labios carnosos estaban indecisos en hacerlo o no, su piel suave, más suave de lo que se puede observar rozaba con mi piel y ambos nos resistíamos a dar el siguiente paso.
Él suspiró profundamente y se durmió. Mientras lo observaba dormir disfrutaba de su olor, cerré mis ojos y dormí junto a él. Mi sueño no fue profundo, pues cuando él despertó yo desperté. Su rostro estaba tan cerca de mí. Su respiración aumentó y la mía se detuvo. -Me está besando- grité en mi mente. Sus labios acariciaban los míos que estaban petrificados, segundos después mi instinto me llevó a hacer lo mismo, me deje llevar y lo besé.

Con ese beso ambos nos fundimos en el momento. Sus brazos me atraían hacia su pecho, sus manos acariciaban mi espalda. Mis brazos se encontraban entre mi pecho y su pecho, como pude liberé mi brazo izquierdo y comencé a acariciar su rostro. El beso se intensificó un poco más, no pensaba lo que hacía, sé que no tenía lógica que mi mejor amigo y yo nos estuviésemos besando, pero fue inevitable, los dos lo estábamos deseando desde mucho tiempo atrás y ese momento era el momento indicado para dejarnos vencer ante nuestros deseos.

Lo que sucedió después fue algo más inesperado aún: -lo siento, no puedo hacer esto- repetimos al unísono, no dijimos nada, lo abracé fuertemente y el hizo lo mismo. Era tarde, debía marcharse y a pesar de que no quería que me dejara sola lo dejé partir.

Ahora es solo un recuerdo, un agradable recuerdo.

Muy probablemente él y yo volveríamos a sucumbir ante el frenesí de un beso.