La caza de Simba
Despertó presa de una monumental resaca, aunque sabía que había bebido poco, se hallaba en el suelo y al incorporarse sintió un agudo dolor en el cuello. Aumentaba su estupor el redoble constante de tambores en la lejanía.
¿Estaba en algún claro de la selva o en una finca?... Se dijo que era contratista y así era como debía de presentarse en todo momento, es decir, como hombre de negocios, aunque allí en el centro de África todo el mundo sabía lo que era un contratista.
Poco a poco, en su aturdimiento, fue ordenando en su mente los sucesos de la noche anterior. Recordó que se encontró con otro contratista y estuvieron tomando una copa en el salón del hotel, recordó también que se acercaron a charlar dos hombres amigables y de aspecto muy elegante.
Eran dos negros de aire cosmopolita y vestidos con ropa muy cara, exhibían gran educación, gustos refinados y hablaban en varios idiomas, al poco se entabló una interesante conversación.
Se habló del futuro del país, del cambio político en curso, del que todos los presentes, al parecer, eran partidarios y de las oportunidades de negocio que se presentaban, así como de los nichos de inversión más lucrativos y de los recursos naturales ilimitados.
De repente se acercaron a la mesa cuatro mujeres de belleza excepcional, cuatro diosas africanas seguramente amigas de los dos cosmopolitas y se elevó el tono de alegría de la reunión. Se pidieron rondas de copas, bailaron, bromearon y rieron.
Pasado un tiempo uno de los africanos propuso terminar la fiesta en una finca de su propiedad que se hallaba muy cerca. Los contratistas, por su parte, consideraron si era prudente abandonar el hotel, una auténtica fortaleza en donde todo el mundo iba armado, pero éstos ya habían intercambiado dulcísimos besos con las mujeres y la despreocupación y solvencia de los dos hombres disiparon sus escrúpulos.
Así el alegre grupo, a bordo de una limusina, llegó a una mansión. Allí sin más preámbulos se emparejaron. Los contratistas provistos de su botella de champagne y enlazados cada uno a su pareja se encerraron en las habitaciones que les habían indicado.
Abrazado al cuerpo desnudo de la mujer se sintió el hombre más dichoso, nunca antes había experimentado, en una mujer, suavidad, calidez y fragancia semejantes. Se sonrió al pensar que ella era una walkyria negra festejando a un guerrero turbio, pues él siendo un patético mercenario, al fin y al cabo era un guerrero…
Volvió a sentir la punzada en el cuello al tiempo que notaba que se interrumpían sus recuerdos. Al ponerse en pie advirtió que se encontraba semidesnudo y envuelto en una piel de león incluso sostuvo entre su manos la flácida cola.
Los tambores batían ahora más rabiosamente con un redoble de nota aguda constante y un periódico retumbar a tutta orchestra, exhibían un mensaje de amenaza y recordó que uno de los cosmopolitas, durante la velada, había mencionado que al día siguiente iba a cazar leones.
A su derecha se extendía un claro de la selva, desde allí llegaba el retumbar de los tambores así como gritos y voces precediendo a un grupo de hombres vestidos de guerreros tribales y armados de lanzas y escudos capitaneados por los dos amables anfitriones de la noche anterior. Iban a cazar a simba.
Era un hombre joven, sopesó que su vida había sido una ristra de errores, el último de ellos escoger el camino del dinero rápido. Pero nunca le faltó el sentido del humor, así que a la carrera, arrastrando su cola flácida y rugiendo hasta sofocar el redoble de los tambores se arrojó contra sus cazadores.
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