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Lobos y perros
Me puse el casco, subí el cierre de la campera negra y pateando arranque la moto en medio de una noche hosca.
Después de un tiempito tocando solas, me volví a juntar con un viejo compañero de rutas, para hacer un simulacro de ensayo. Solo un simulacro.
Él anda medio solitario, tocando su viejo saxofón como los dioses. Yo por mi parte a su lado, parezco un aprendiz con las manos de piedras.
Ni bien comenzamos, después de una hora de charla, se noto el contraste.
Reconozco, que no soy un mal guitarrista, pero la velocidad y la precisión con la que tocaba el saxofón, ni por asomo se acercaba a mis intentos vanos de seguirlo. El tipo metía cada nota con una velocidad luz y yo atrás pifiando e intentando acomodar algún acorde para no ensamblar tan mal. Al rato él bajo la velocidad y yo ajuste un poco y diría que casi hacíamos algo de música, por decirlo de alguna manera. El resto, bajo y batería, cagados de risa.
Pizzas, cervezas, cigarros y luego whisky. Al diablo mi estomago.
Eran tipo dos de la madrugada cuando, como contaba al principio me puse el casco, subí el cierre de la campera negra y pateando arranque la moto.


Bajaba tranquilo, flotando, por la calle camarones cuando de típico un local de comidas rápidas, para ser más exactos de “panchos 24hs”, me hacen una seña. Camarones y Lope de Vega para ser exactos, frente a la placita.
Cuatro o quizás cinco “motoqueros”, se encontraban allí, comiendo unos panchos y rodeando a una moto que evidentemente fallaba o estaba rota.

Les voy a contar un secreto que la mayoría desconoce acerca de los motoqueros.
Así como los ven, solitarios, intrépidos, suicidas, y “pirados”, forman una especie de hermandad, una especie de logia pagana. En realidad formamos, pero me refiero en tercera persona para que la historia sea más clara.
Pueden insultarse en un pase, pasarse por arriba y hasta chocarse por llegar antes, pero en la calle se cuidan entre ellos.
Es un código hermético, que solo los que andan en dos ruedas pueden entender. Siempre expuestos al golpe súbito y al viento.
La moto puede ser enorme y musculosa, o chiquita y raquítica. Importada y lujosa o simplemente chinita y destartalada, pero el código siempre es el mismo. Solo es excepcional, para aquellos que “andan en moto”, pero no son motoqueros. Y no hablo del trabajo.
Son como los perros y los lobos, van solos, pero cuando la jauría llama por algún problema, enseguida se amuchan.
Si hay piñas, injustas o no, saltan todos. Si uno se cae, otros paran a la manada que se viene encima. Si algo se rompe, un “ángel” siempre para y dar una mano, por más tarde, lluvioso o caluroso que este el día o la noche.
Y esa noche me toco el papel de ángel.
En síntesis, paré. Me desbanque la guitarra de la espalda y dí una mano para arreglar la cadena de la moto que se había cortado. Los pibes eran inexpertos y esa noche pintaba de joda; y se les mancó el caballo. Sin problemas saqué la cadena, le achiqué un eslabón y la armé. Los pibes embelesados me invitaron un trago.
Mire el reloj, pensé un rato y sabiendo que en casa hoy tenía vía libre, acepté.
Cruzamos las seis motos, y nos sentamos al lado de una estatua toda pintada y bajo la luz de un farol amarillenta. El lugar parecía un pre-boliche, lleno de grupos desparramados aquí y allá, seguramente preparándose para ir a bailar.
Mis nuevos “amigos”, también.
Así que al rato cayeron dos o tres amigas producidas para la guerra. A mi gusto, algo desabrigadas para la noche, pero que le voy a hacer, soy padre.
Al principio, las pibas parecieron no notar mi presencia, y me saludaron afectuosas como a todo el grupete, mezcla de “cumbieros” y “metaleros”.
Hasta que una, mirando extrañada al “facha”, un extraño personaje narigón, de pelo largo arriba y rapado a los costados, que de facha no tenía nada, le preguntó disimulada.
- El “jefe” nos salvo. Le arregló la motito a Seba.
Chau, nuevo sobrenombre para variar, pensé.
- Sí, saltó otro desde atrás, es un motoquero de ley, y encima rockero.
- Grande Jefe, nos salvaste, ahora unos tragos y al boliche ¿te venís?. Me dijo la falsa rubia, de piernas largas cabello despeinado y extraño aroma a “cigarrillo natural”. Dale venite!!!- insistió.
Yo que hasta ahí me había mantenido en silencio, asombrado gesticule un “gracias pero es tarde”
- Miren chicos, todo bien, pero mañana, laburo y en casa esperan.
- Laburas un sábado? me contesto la rubia, que a esta altura ya tenía nombre. Luciana.
- Y, si. Si llego a salir mañana me despierto destrozado y no soy un pibe.
- Porque? cuantos años tenes.
- Cuantos me das? Le dije estúpidamente seductor.
- No sé veintipico, treinta a los sumo.
- No, tengo cuarenta. Estoy viejo ya para esto.
Luciana, se sonrío y me dijo avasallante y avanzando como loca.
- Lindo viejito, aunque pensándolo bien, algo de experiencia viene bien ¿no?
Reconozco que no soy un lelo para las mujeres, pero a esta altura estaba confundido y porque no, algo intimidado.
- Y si, algo suma. Pero nos cansamos rápido.
Luciana sonrío nuevamente.
- Es cierto, pero por lo menos saben donde buscar y son precisos.
El grupo entero se empezó a reír.
Yo me incomodé.
- Loca, deja al jefe tranquilo. Dijo uno.
- Sí, encima que nos hizo un favor, vos lo bardeas. Agregó el inexplicable “Facha”.
- Quien lo bardea? Yo solo lo invite a venir y después…. Después se vera.
- Ok chicos, todo bien, no se peleen. Yo ya me voy a apolillar, les agradezco el trago. Les dije a modo de despedida o huida, se hacía tarde de verdad..
- Pará, pará!! De pronto me dijo una petisita morocha, media dark con corte flequillo, que hasta ahí se había mantenido tímida y en silencio. Metida en la oscuridad, inapreciable a la vista humana.
- Que pasó? le preguntaron los demás sorprendidos y a algo admirados.
Por lo visto mucho no solía hablar.
- Te puedo hacer una pregunta.
- Si, claro. Décime.
- Vos ¿sos?, un ¿perro o un lobo?
- ¿Cómo decís?
- Mira, mi viejo era motoquero, como vos. Uno de verdad, no como estos giles. Y siempre me contaba la misma historia la de” los lobos y la de los perros”. La sabes?
Negué con la cabeza en silencio y la chica continuó.
Los motoqueros, son todos como canes. Unos son perros otros son lobos.
Los lobos son solitarios y peligrosos, pero salvajes y nobles. Les gusta la soledad, aunque a siempre protegen a los suyos. Cuando quieren son insaciables y cuando pueden son voraces. Siempre con los dientes afilados y a la defensiva, como esperando el golpe, siempre con los pelos parados. Esta en su adn. Es su don negro.
Los perros también, pero se hicieron sociables, ocultan profundo al salvaje adentro. Pero de vez en cuando aflora el llamado, y muerden ciegos. Aunque adoran la compañía, de vez en cuando les viene bien salir a correr, a estirar las patas entre los árboles,como en los viejos tiempos, por eso los ves como locos cuando los largas en un campo. Pero siempre vuelven, por más que les pegues siempre vuelven. Los lobos no vuelven más. Eso siempre me decía mi papá y no volvió más, por eso siempre espere a encontrarme con alguien como vos, para preguntarle lo que no le pude preguntar a él.
La piba me agarró con la guardia baja y no supe bien que contestar, así que solo después de un instante le dije.
- Supongo que soy un lobo en domesticación, casi un perro, pero lobo aun. Es más hasta los perros son lobos y lo saben, aunque sagazmente lo ocultan por conveniencia, algo de comida, algo de afecto. Algunos pueden hacerlo, otros no. Supongo que tu viejo no pudo y esta aullando por allí.
La piba me miro triste pero se la notaba descargada, los demás me miraban como a un shaman indio.
- Sos un viejo sabio. Me dijo uno.
- Sos un viejo loco, Me dijo otro
Nos saludamos, me senté en la moto y antes de despedirnos la chica dark, me susurró una última advertencia.


- Muchas gracias!, en serio. Y agregó.- En la esquina cuidado, contra la pared del “hospitalito”( el Velez Sarfield), hay una vieja loca que vive con mil perros y ya mordieron a varios motociclistas, los odian, así que cuidado cuando pasas que de la nada te salen y te mastican los talones.
Asentí en silencio.
Recordé el viejo “hospitalito”, donde me dieron veintiocho puntos en una pierna cuando me caí del balcón mientras peloteaba, a los cinco años.
Arrastre la moto, previsor, y al no ver nada. Me subí y la arranque.
Al toque tres o cuatro perros salieron de un lateral de la pared, locos y con los dientes en punta.
Me quede quieto, listo para patearlos, cuando frenaron en seco y me miraron incrédulos, se acercaron silenciosos y desconfiados. Me olieron. Me miraron a los ojos nuevamente como comprendiendo algo que yo no entendía y cariñosos comenzaron a mover sus colas y a hacerme morisquetas para recibir cariño…. y ahí entendí.
Habían olido a uno de los suyos, y conocían el secreto.
En la calle todos nos cuidamos.
Me acerque a la viejita contra la pared, le tiré cincuenta mangos y aullando me fui.


Derechito a la cucha.



Texto agregado el 01-11-2013, y leído por 90 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-11-2013 En mi lejana juventud fui motoquero. Pero no alcancé ni a perro ni a lobo. Sólo un miserable quiltro. ¡Buen escrito! Me entretuve. simasima
01-11-2013 Buen relato de motoquero. En la ruta nos cuidamos, sí señor. handy_man
 
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