Una noticia más en la sección de policiales: “Un choque múltiple en el autopista Panamericana deja un saldo de dos heridos de gravedad que fueron trasladados de urgencia a la Clínica Trinidad, con pronóstico reservado”.
El citado nosocomio es una prestigiosa institución escuela dedicada a la capacitación de profesionales en la especialidad de trasplantes.
Fueron pioneros en casi todas estas prácticas y entre sus méritos, cuentan con ser el primer establecimiento en Argentina en realizar un trasplante de corazón en 1968.
En la sala de guardia se les realizaron los primero auxilios y dada la complejidad del cuadro fueron derivaron ambos al quirófano.
Uno de ellos era Juan Carlos, un joven de 23 años, que alternaba su trabajo en una fábrica metalúrgica con su pasión por el fútbol. Denodados esfuerzo no lograron cambiar el estado del paciente que fruto de un derrame cerebral tuvo que ser conectado a un respirador artificial con diagnostico lapidario: muerte cerebral.
El otro accidentado de nombre Ernesto de 51 años que no tuvo mejor suerte ya que en el choque se le quebró la cuarta vértebra cervical, ocasionándole parálisis en los miembros superiores e inferiores.
Los facultativos dieron el parte médico a los parientes que colmaban los pasillos, donde de vivieron escenas de llanto y desesperación.
Los pronósticos auguraban a Juan Carlos la desconexión del aparato que lo mantenía vivo y a Ernesto a vivir postrado en una silla de ruedas.
Dentro del establecimiento, comenzaron a evaluar alternativas terapéuticas y surgió una idea por demás insólita.
Se planteó de llano el hacer un trasplante de cuerpo. Algo difícil de entender, aún contando con la voluntad del desahuciado Juan Carlos de ser donante de órganos.
El tema pasaba en que Juan Carlos iba a donar su cuerpo a Ernesto, al que le practicarían un trasplante de cerebro.
La cirugía principal requerida de un tiempo máximo entre la ablación y en trasplante de 4 minutos. Pasado el mismo, a un cerebro sin oxígeno se le destruirían las células. La hipoxia, que de eso se trata, llevaría al daño cerebral y a la muerte.
La oxigenación extracorpórea del cerebro se había experimentado con resultados dispares por lo que esa recomendación fue descartada.
La vida de Ernesto dependía de escasos 2 minutos. Un minuto para la ablación simultánea del donante y el receptor y el minuto restante para la sutura en el cuerpo de Juan Carlos de las arterias carótidas que llevan el oxígeno al cerebro. Los dos minutos restantes se reservaban para posibles complicaciones y control.
Es asombroso como en condiciones extremas el tiempo parece detenerse y como es posible desmenuzar un solo minuto en partículas de tiempo que resultan hasta espaciosas. Se podía planificar cada segundo en la sala de operaciones.
Se acondicionó el quirófano con dos mesas de operaciones a una distancia de 60 centímetros una de la otra. La hora de operación se determinó a las 10:00.
A las 9 se iniciaba la primera parte de la faena consistente en una craneotomía simultánea despejando el área para la ablación, iniciando luego el trasplante del cerebro, contra reloj. Lo de contra reloj es figurativo ya que los cirujanos optaron para medir el tiempo con un tema musical de Fito Páez, Mariposa Tecknicolor, cuya duración es de 03:43.
Fue un original recurso que evitaba la pérdida de tiempo de mirar el reloj o pedir a un asistente esta medición. Sabían que cuando el cantante llegaba a decir la palabra “mariposa tecknicolor” ya había transcurrido un minuto y la ablación debía estar terminada y les restaban un minuto más hasta que el estribillo se repetía nuevamente.
Tanto los profesionales como los auxiliares estaban muy familiarizados con el tema en cada uno de los pasajes de la canción, nada envidiable a la precisión de un reloj suizo.
La primera etapa se cumplió a la perfección, luego un equipo de cuatro galenos por cama se prepararon para la carrera final. Solo dos minutos, pasados los cuatro, el fracaso y la condena.
Comenzó a cantar Fito Páez y las delicadas manos de los cirujanos bailaban al son de la música, parecía una escena sacada del film “Hombre manos de tijera”. Se vivía una fuerte tensión solo moderada por una música agradable y positiva.
Un final a toda orquesta interpretado por un improvisado coro de hombres y mujeres de blanco cantó con alegría el final de la canción improvisando coreografías con gasas y bisturís. El trabajo había demandado solo 1: 56 y pudieron relajarse interpretando el final del tema que paso a ser un Himno a la Esperanza.
Luego dieron paso al primer equipo quirúrgico que completó el trabajo sobre Ernesto y el cuerpo de Juan Carlos.
Apartaron los restos del cuerpo de Ernesto, le practicaron suturas humanitarias, si es posible esa definición, transportándolo a la morgue de la clínica.
En la sala de operaciones, todavía con los efectos de la anestesia se encontraba este Frankestein moderno rodeado de un enjambre de cables y monitores.
Las pantallas daban signos claros de actividad, tanto cerebral como motriz, observado en un ligero movimiento de párpados.
Decidieron mantener al paciente en el quirófano al menos tres horas mas, para cualquier complicación, con el equipo atento y expectante.
Ya por la tarde lo pasaron a una sala de terapia intensiva, que estaba siendo monitoreada constantemente por los especialistas.
Las próximas 48 horas iban a ser cruciales.
Los médicos se acercaron y hablaron con Mónica, las esposa de Ernesto de 46 años, que estaba acompañada por sus dos hijos de 20 y 24 años, denotando sus rostros encendidos ante las noticias esperanzadoras.
En otra zona se hallaban la madre del donante, Julia, de 43 años rodeada de familiares y amigos. Dirigiéndose a ella, el cirujano le dio e pésame a la madre al tiempo que le agradecía el acto supremo de amor de donar el cuerpo de Juan Carlos, para salvar a un extraño a quien el destino lo puso en su ruta.
Salvo algunas complicaciones de infecciones que pudieron controlarse, y una batería de drogas para evitar el rechazo, el paciente evolucionaba bien, sin asistencia mecánica y un estado general satisfactorio.
Ya pasadas las delicadas horas postoperatorias, se comenzaron a advertir en las pantallas primero y sobre el cuerpo después datos indubitables de actividad cerebral y nerviosa con movimientos espasmódicos en sus facciones.
Ante estímulos en distintas parte del cuerpo, mostró signos de dolor que se reflejaban en el rostro. La operación había sido exitosa.
Un imprudente había alertado a la prensa del acontecimiento que se agolpaba en las afueras del nosocomio buscando la noticia del año. No solo medios locales se acercaron, las principales cadenas mundiales hacían una reverente vigilia, con los portales de todo el mundo titulando la noticia.
En la sala de esperas, una gran fotografía de ojos mojados. Emociones encontradas entre deudos, esperanzados y personal de la sala llorando de orgullo por la tarea realizada.
Abrió los ojos, a las 9 de la mañana, mostraba confusión al encontrarse con caras llenas de estetoscopios, jeringas y linternas.
Lo primero que sintió fue la clara visión que le daban esos nuevos ojos que le hacían ver imágenes que ni con aquellos lentes de alta graduación que le había recomendado su oftalmólogo lo hubiera logrado.
Sentía su cuerpo como flotando en el aire y un cansancio extremo que lo hizo dormir nuevamente.
Los sicólogos trabajan sin descanso preparando a su paciente en su nuevo envase, recordando que la última vez que vistió su viejo traje, Ernesto había sido hacía 15 días cuando se dirigía por la panamericana con su vehiculo.
Se sentía como en una pesadilla interminable, como un usurpador de cuerpos, nada lo hacía acordar a su antigua forma.
Una entendible desesperación hizo que la madre de Juan Carlos, sorteara las guardias médicas y de seguridad con la ingenua ilusión de estar con su hijo. Se acercó a la cama y lo abrazó fuertemente ante el desconcierto de un hombre aturdido por las manifestaciones de afecto que recibía de una madre prestada.
Julia fue retirada entre llantos por el personal de seguridad y atendida luego por los médicos allí presentes.
El encuentro con su Esposa no fue menos emocionante, por un lado Ernesto en su habitación convaleciente y una mujer muy mayor al cuerpo de él que se acercaba. Los ojos de Ernesto de se llenaron las lágrimas, sus pupilas se dilataron al ver la presencia de su amada esposa, la única persona que quería y deseaba ver. De pie, Mónica, con una sonrisa fingida observaba a un muchacho que le brindaba amor. No se atrevió a besarlo, solo le apretó la mano y se retiró con la misma congoja de la madre del hijo muerto.
En la sociedad, esta vez una noticia conmocionaba la opinión publica “ En la Clínica Trinidad se hizo por primera vez en el mundo un trasplante de cerebro. El paciente evoluciona favorablemente.”
OTREBLA
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