Cada noche
Abríase la noche en manto estrellado,
sidérea envergadura, tu rostro contemplado.
Perdíase mi mente en sueños de profeta,
sinfín de soledades, eterna moraleja.
Lloraba mustias lágrimas tu espíritu caído,
diáfana aria, entre tus labios y mi oído.
Fue cuando desperté que descubrí mi aflicción:
verte rodeada de cadenas y un farol.
Pues estabas atada, y nada veías,
la luz apagada, tu sombra encendida.
Allí, en medio de la oscuridad,
no había palabras, solo había paz.
Y morí al verte sentada, callada, toda tranquila,
epítome perfecto de dulce armonía.
Mirabas mis ojos y no reconocías,
mi alma enamorada, a la sazón tu debilidad,
lo que has olvidado y jamás volverá.
Volvíame adolecido al arder el farol,
juntaba memorias, mis pasos al son.
Brillaban tus ojos cubiertos de olvido,
contemplabas mi espalda, mermaba el frío.
Sentías de nuevo la vieja pasión,
rompías las cadenas, te brotaba la voz.
Rozaba tu mano mi hombro vencido,
yo regresaba, tus ojos en los míos.
En el atrio de la noche nos volvimos a encontrar,
un beso furtivo nos hizo enamorar.
Desde siempre y en cada sueño te encuentras a mi lado,
abríase la noche en manto estrellado…
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