El fuego de la ceremonia la acompañaba, ahí estaba ella, al medio de toda esa gente con sus ropajes, mujeres de largos y delicados vestidos, hombres con trajes de gala negros y sombreros de copa, todos conversando. Ella era la anfitriona, pero estaba sola… al medio de tanta gente… estaba sola. Muchos se acercaban y le hablaban en tono amistoso y ella estaba contenta por supuesto, no rechazaba la palabra de nadie, le hacía bien, pero no tan bien como ella quisiera que fuera. La risa estaba en el aire de aquél palacio, habían llegado invitados de todos lados y de diversos títulos: condes, duques e incluso príncipes, pero nadie era lo que ella quería, ella estaba sola entre cientos de personas. Un príncipe la invitó a danzar como signo de cortesía y de amabilidad ante la anfitriona de palacio y todos bailaron junto con ellos y la magnífica orquesta, pero nada era lo que ella quería.
-¿Qué es lo que te hace tan infeliz Isabel?, ¿es que acaso no es esto lo que quieres, no somos nosotros lo que quieres? - dijo el príncipe
-no me mal interpretes, los quiero a todos y me alegro de que estén aquí, pero… - respondió ella
-¿pero qué?, ¿guardar estas memorias para tu futuro no te hace lo suficientemente feliz?, vamos Isabel, ya son varios años los que han pasado –
-¿acaso quieres que me abandone y dejar que todo pase? –
-no se trata de abandonarte a ti, se trata de abandonar lo que pasó y se trata de quererte, lo que estás haciendo en este momento es abandonarte –
-déjame sola –
-siempre lo quieres así ¿no es cierto?, sin embargo después lloras nuestra ausencia, aprende a crecer… - dijo el príncipe callando finalmente.
El baile siguió y no se habló más de ese tema. Ellos se separaron y ella de a poco iba caminando a la ventana del palacio, la gente iba preguntando si estaba bien, ella solo respondía con una sonrisa y un “si”. A medida que avanzaba y respondía la gente se iba apartando cada vez más, no por abandonarla, solo porque si. Las arrugas en su cuerpo se iban haciendo notorias y la gente se iba desvaneciendo, las luces se iban apagando y solo quedaba el príncipe. Ella llegó a la ventana, el viaje entre el centro del salón y la ventana había sido largo, ella era ya una anciana. Estaba obscuro, solo brillaba el fuego de la chimenea y solo quedaba el príncipe y nadie más. El se acercó a ella, acarició su canoso cabello y la abrazó, ella solo se limitó a cerrar los ojos y a soltar una lágrima que calló por las arrugas de su cara. El preguntó:
- ¿no crees que ya es hora de seguir adelante?... los cañones ya han callado y yo no he vuelto, la guerra terminó y yo no he vuelto de ella. Crece de una vez por favor, no te quedes atrás, los únicos que te acompañan acá son los que viven dentro de tu cabeza. ¿Cuánto tiempo más estás dispuesta a seguir esperándome en esta ventana? –
-todo el tiempo que sea necesario – dijo ella, se dio vuelta, se besaron y se soltaron.
-estaré arriba esperándote, como siempre – dijo él
-…y en el fondo yo sabré que no estarás ahí… - |