El Toro Guapito, animal de lidia, los tenía engañados a todos, ya que su aparente fiereza, encarnada en su cuerpo robusto y fibroso, no era más que una mentira. Sucede que su temperamento se emparentaba más con el de un perrito faldero que a un temible toro de cuernos aguzados, que pronto sería confrontado en la arena con un diestro torero. El asunto es que esa delicadeza de su carácter sabía disimularla bastante bien y esa faceta la había adoptado más que nada por un acendrado instinto de conservación, ya que descubrirse esa delicadeza de su alma, bastaría para que lo filetearan y fuera luego un plato más en la carta de un fino restaurante.
Por otro lado, Leonardo, bien plantado joven que se entrenaría en los escenarios taurinos, había elegido dicha actividad para disimular ante los suyos una debilidad extrema de su carácter. Si bien, hubiese preferido ser modelo de desfile, sus padres no se lo habrían perdonado y Magdalena, su novia, lo habría abandonado de inmediato. Y él, que amaba a sus padres y se moría por la chica, había emprendido tan difícil aventura que ni él imaginaba como finalizaría.
Su esbelto físico alentaba los suspiros de las mujeres y la envidia de los varones, su aparente gallardía los habría engañado a todos. Menos al toro Guapito.
Ese día, Leonardo quiso conocer al animal que enfrentaría la semana entrante y se dirigió a los pastizales de Lo Bajo. Con el alma aterida, contempló a esos soberbios animales, luciendo cuál de todos más fiero.
Con voz ronca y aparentemente serena, preguntó:
-¿Cuál de todos es Guapito?
No bastó hizo falta más para que el toro aludido levantara su cerviz y dirigiera sus ojos a la empalizada. Su instinto le dijo de inmediato que si sabía hacer bien las cosas, la fortuna estaría de su lado. Por lo que, resoplando, escarbó con sus patas el pasto del prado y amenazó con abalanzarse sobre los hombres.
Leonardo reprimió un ay de pavor y carraspeando, dijo en voz alta:
-Es un fiero animal, pero para su mala suerte, yo lo soy el triple.
-¿A quién intentas engañar? –pensó para sí el toro.
Al día siguiente, Leonardo acudió solo a los pastizales de Lo Bajo. Identificó de inmediato a Guapito, pues era el que se destacaba entre los demás toros.
-¡Vaya que aparentas fiereza, amigo toro!
Guapito se aproximó a paso lento y cuando estuvo a un escaso metro de Leonardo, susurró:
-Sé de tu excesiva debilidad, hombre.
Lorenzo abrió tamaños ojos. ¿De qué se trataba todo esto?
-Vamos, soy tan fino que hasta sé hablar el español- insistió el toro.
-Esto es una maldita broma- dijo para sí Lorenzo, mirando hacia todos lados, buscando micrófonos u otro artificio destinado a engañarlo.
-Tengo algo que proponerte- dijo Guapito.
-¿SSSiii? ¿De qué…se trata?
El día de toros comenzó temprano. Varios toros habían caído bajo la espada del torero de turno y cuando tocó el turno de Leonardo, la gente de las tribunas vitoreó su nombre. Todos dedujeron que se trataba de un gran exponente que lograría entrar en la historia de la tauromaquia.
Primero, apareció Guapito, excelente ejemplar que vendería cara su derrota. Antes que los banderilleros le clavaran sus agujas, Guapito los esquivó con maestría y esperó en el centro de la arena que apareciera Lorenzo. Cuando este hizo su entrada, el toro no pudo menos que pensar que se veía demasiado guapo. Pero, como bien sabía hacerlo, disimuló y lo embistió con bravura.
-¡Epa!- exclamó el torero, -¡Casi me haces daño!
-Haz bien tu papel o nos descubrirán…hermoso- respondió el toro, que no tenía ninguna distorsión en su masculinidad, sino que sabía apreciar la belleza en donde fuese que estuviese.
-¡Oleeeeee!- bramaba el público ante cada esquive del gallardo muchacho. Guapito se abalanzaba con fiereza inusitada pero siendo cuidadoso de no dañar a Lorenzo.
Cuando llegó el momento culminante del espectáculo, ocurrió lo impensado. Lorenzo sacó su espada e invitó a Guapito para que arremetiera.
El público aguardó expectante. La dramática obra representada por hombre y animal estaba a punto de tener un desenlace.
Fue entonces que Lorenzo bajó su espada y estirando su mano, instó Guapito a que se aproximara. Este, igual que un perro grande y manso, agachó su cuello y se arrojó a los pies del torero. Este se arrodilló delante de él y lo acarició. El público se pronunció con un murmullo de asombro. Pero fue tan sincero y tan gentil ese encuentro entre ambos, que desde toda la periferia comenzaron a surgir espontáneos aplausos, que se transformaron pronto en una ovación.
Toro y hombre, hombre y toro, salieron del ruedo transformados en un solo sentimiento.
-Te ves muy guapo- dijo el toro.
-Y tú tan gallardo que casi me asustas.
-No me hagas reír.
Fue el primer y último lance de Lorenzo. También el de Guapito. Ambos vivieron felices en una rancha, a la que sumó Magdalena. No se supo de vaquilla alguna que merodeara el lugar…
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