Entre doradas columnas,
Del atrio de querubines,
Rosas, risas y reclamos,
Se oyen eternamente.
Los juegos, son alhajitas,
Que pide el pueril bullicio,
Es el lugar de la dicha,
De entidades pequeñitas.
Suena de pronto un susurro,
Que abarca a todo el entorno,
El Amor habla y se escucha:
–¿Podéis en algo ayudarme?
Caritas con seriedad.
¿Ayudar? se miran fijo
¿Cómo ayudar al Amor?
¡Si nada somos, ¿verdad?!
–¿Quién quiere dejar el atrio?
Pregunta la voz muy quedo.
Asombro y preocupación.
–¿Dejar el atrio, nos pide?
–¿Dejar el atrio, Señor?!
–¡Tengo miedo! Lisbeth dice.
–¿Por qué?, –pregunta el murmullo.
–¡Por soledad, sin Amor!
No se ve pero se siente
La sonrisa del Amor
–No mi pequeña, –responde:
Conmigo siempre estarás,
Recuerda Quien te lo pide
Y siempre ante Mí serás.
Es cálida la caricia
Del Amor, que la decide:
-Iré, mi Señor, entonces,
-Dice con resolución,
Y vuela, y vuela rauda,
En busca de su destino...
–¡Ya llega, tengamos calma!
–¡Es una niña! –se dicen.
Y entre vagido y vagido
Lisbeth obtiene su Alma. |