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-… Volar fue una necesidad temprana… - Tenía la mirada perdida entre los árboles. Siempre que me hablaba sobre su infancia se ponía así, melancólico y serio. Yo nunca le pedí detalles porque no hacía falta. Se notaba que tenía una historia triste detrás y, si él no me la contaba por propia voluntad, me parecía de mala educación preguntarle.

-¿Viste cuando una bandada de pájaros sale volando de golpe?- continuó sin mirarme. – Ajá - Yo asentí por no incomodarlo y porque me interesaba saber con qué me iba a salir, pero la verdad es que a mí me daba lo mismo lo que hicieran o dejaran de hacer los pájaros.
-Bueno - y ahí volvió la mirada hacia mí - cuando los pájaros se van a mí me queda un vacío, una sensación de soledad dolorosa y tangible acá adentro (se tocaba la boca del estómago) De chico soñaba ir detrás de ellos … Siempre envidié la suerte de los pájaros de poder simplemente abrir las alas y escaparle al mundo, aunque sea por un rato. Tanto deseaba escapar que un día lo hice. Caminando, claro.- Me sonrió. - Yo no llegué aquí por casualidad. Y ahora que estoy viejo me siento enjaulado en este cuerpo grandote y cada vez más pesado. Pero, ¿sabés?, con los años me inventé un truco: cuando veo a los pájaros irse cierro los ojos. Respiro profundo y bien despacio. Me lleno los pulmones de aire y cuando lo suelto, la sensación de dolor se va yendo y yo me dejo llevar. Imagino que voy con ellos, siento el aire y el sol pegándome en la cara. Imagino que voy por sobre los árboles y entonces, ya no me siento solo. Naturalmente siento que soy un pájaro más…-

Mientras sigo mirando ese viejo banco de madera, intentando entender qué pasó, se me vino a la cabeza esa charla, una de las últimas que habíamos tenido unos días atrás. La recordaba casi palabra por palabra, porque cuando él me hablaba no podía dejar de escucharlo. Me fascinaba porque por momentos no parecía tan loco. Hasta me sonaban coherentes (aunque quizás irreales) sus relatos. Ahora creo que mucha de la gente que conversa conmigo cada mañana es la que está realmente loca. El mundo entero está loco, buscando quién sabe qué. ¡Pero le decimos loco a él…!

-¿Es por eso que andás todo el día detrás de las palomas, Cecilio?- le había preguntado. Con un temor casi infantil de ofenderlo, esta vez era yo el que no lo miraba los ojos.
-Claro, ¿por qué más iba a ser? No estoy loco, che - dijo, riéndose con ganas. - Ellas me aceptan, incluso me buscan, no me tienen miedo ni me dañan. Como las personas – Eso último lo agregó en voz más baja. Lo miré sorprendido y se rió otra vez - Noooo, vos no -.

Esta mañana estaba en mi puesto, como de costumbre. Todo muy tranquilo. Había sido una noche helada y la mañana seguía muy fría. La famosa ola polar. Supongo que por eso la gente evitó salir temprano. Y los pájaros también. Desde lejos vi a Cecilio durmiendo en su banco. Todo envuelto en sus cobijas, metido dentro de una especie de bolsa que le habían regalado, llena de papel de diario para amortiguar el frío. Por más que le insistiesen él nunca abandonaba la plaza. “No puedo estar encerrado. Esta es mi casa” ,decía, “si los otros pájaros aguantan, yo también”. Sólo aceptaba comida o café caliente de algún que otro vecino. Nada más.

A media mañana volví a mirar para el banco y seguía durmiendo. Al menos no se había levantado. Agarré el termo con café y fui a verlo. Iba llegando y enseguida me dí cuenta. La expresión en su cara no era la de alguien que duerme plácidamente. Noté la media sonrisa congelada. Una mueca tiesa como el resto de su cuerpo. Iba a tocarlo y no me animé. Pensé en buscar a alguien. El cafetero. Corrí a la esquina y le expliqué como pude, con la voz entrecortada por la angustia y la agitación. No me entendió pero igual vino conmigo enseguida. Caminé apurado. Ya no podía correr porque me dolía el pecho y el cafetero venía detrás siguiéndome el paso. A unos pocos metros me detuve: el banco estaba atiborrado de palomas. Tantas, que el cuerpo de Cecilio no se distinguía. El cafetero me miró extrañado y me dijo “¿Tanto lío por un montón de pájaros?”. Se volvió a su esquina. Me quedé mirándolo mientras se iba, balbuceando una explicación, cuando repentinamente escuché un golpeteo de alas. Me dí vuelta y sólo vi un remolino de plumas: todos los pájaros levantaron vuelo a la vez. Todos menos uno. En el banco quedó solito, un pájaro grande y gris. No sé por qué pero no pude contenerme y le grité “¡Cecilio!”. Y probablemente el loco ahora sea yo, pero podría jurar que el pájaro me miró. Podría jurar que me guiñó un ojo antes de salir volando detrás de los demás. Podría jurar que no era “un pájaro más…”

Texto agregado el 25-10-2013, y leído por 192 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
25-10-2013 Cecilio encontró la mejor forma de escapar. Rentass
25-10-2013 Una maravilla!!! Felicitaciones. glori
25-10-2013 Buen trabajo. lekapi
25-10-2013 Me encantó!!! Hermoso final. Su sueño se convirtió en realidad. ***** Romie
25-10-2013 Precioso final. Los gnomos se convierten en árboles y Cecilio en pájaro. ¿Por qué no? walas
25-10-2013 Felicito tu ingenio, la destreza en la redacción y la historia tan amena de este moderno Ícaro. ZEPOL
25-10-2013 MA-RA-VI-LLO-SO, ME HAS DEJADO MUDA.FELICITACIONES. filiberto
25-10-2013 Megustó,Sally40. edu485
 
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