MUJER INSATISFECHA.
Mi señora dice que ya no soy el mismo, que debo mostrarme más convencido cuando la propuesta es ahora satisfacerla en algo distinto a lo acostumbrado. Aclaremos que me pide más esmero y habilidad a la hora de manejar mis manos sobre su cuerpo. Pero sabiendo que ya las tengo un poco torpes y no guardan aquella sensibilidad que las caracterizaban ahora es mucho pedir. Y más que un requisito formal, esto me suena como un inmerecido reproche, pues si bien ha reconocido que su cintura no está para doblarse tanto y llegar hasta dónde ella quiere, no se justifica estas pretensiones tan impropias a nuestra edad. Por eso, bajo mi exclusiva responsabilidad deja ese esfuercito extra necesario para complacerla en esta nueva demostración de amor que se le ha ocurrido últimamente. Cosa que sin tener que deponer mi firme convicción sobre ciertos límites, necesita que lleve a cabo simplemente porque ella siente que lo merece. Entonces que no dude yo en corregir alguna posición de sus piernas si es que facilita este asunto, en sostenerlas más altas, siempre y cuando mi tendinitis me lo permita. En definitiva, que haga lo indecible para que todo termine tan bien hecho como ella lo demanda. Demasiado me parece, a esta altura de mi vida estas exigencias me molestan tanto que podría decir que me deshonran hasta la propia humillación. Siempre hice todo lo posible sin que me temblara el pulso, sin retacearle nada de mi paciente y buena predisposición, pero si uno ya no está a la altura de las circunstancias, ni tan prolijo y efectivo como antes, no es para criticar tanto me parece a mí. Por eso hoy dije basta, me cansó, me saturó, porque al final es una mujer ingrata y se lo dije la cara: ¡Buscate a otro! ¡ Esta es la primera y la última vez que te pinto las uñas de los pies!
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