¡Queridos ciudadanos!, ¡hoy es un día glorioso en la historia de nuestro país, pues tenemos la visita de la gobernante de Inspania, su majestad la reina Virginia!
De repente dos hombres enmascarados disparan a la reina hiriéndola de muerte. La llevaron de emergencia al hospital. Allí los doctores hicieron lo que pudieron para salvarle la vida. Después de dos horas lograron detener el sangrado y retirar las balas.
Tal vez les parezca rara la forma de empezar mi relato, pero así logro dibujar el escenario de uno de los casos más impactantes de mis archivos.
Esa vez, Carlos y yo (el Inspector Anderson) estábamos en la agencia. Era un día soleado. Todo estaba en calma. De pronto, entró un hombre blanco, relativamente alto. Vestido todo de negro y con unas gafas también negras.
-¿Es usted Anderson, Inspector de prestigio? –me preguntó.
-Si, ¿qué desea?
-Soy Alfred, guardaespaldas de su majestad la reina Virginia. He venido por dos razones: 1) para decirle que a la reina le dispararon dos hombres enmascarados; 2) y a pedirle que nos ayude a identificar a dichos enmascarados.
-Muy bien, cuéntemelo todo lo que pasó.
-¿Con mucho gusto les traigo café Anderson?
-Si, por favor Carlos.
-Bien Inspector, seré breve. Para empezar, soy el guardaespaldas de mayor confianza de la reina. Podría decirse que somos muy amigos. Antes de que comenzara el desfile, ella me dijo que sentía malos augurios, pero yo le
dije que no se preocupara, que nada malo iba a suceder. Todo transcurría con mucha normalidad, cuando de repente dos sujetos enmascarados salieron. Yo intenté protegerla poniéndome enfrente para recibir
para recibir las balas; pero fui débil, a los primeros dos disparos caí al suelo. Pueden ver los dos impactos en mi pie izquierdo.
-¿Recuerda el color de la ropa de los enmascarados?
-Me parece que uno llevaba la camisa roja y un Jean azul y el otro una camisa blanca con un Jean también azul.
-El café ya está –dijo Carlos poniéndolo en la mesa.
-Gracia Carlos. Bien Alfred, ¿recuerda el color de la piel?
-Ambos eran morenos.
-¿El color de las máscara?
-no lo recuerdo, pero por la forma que tenían creo que eran máscaras caseras.
-Bien, eso de las máscaras nos da dos posibilidades: 1) o ellos las hicieron; 2) o le pagaron a alguien para que las hiciera.
-¿Puede acompañarme a la escena del crimen Inspector?
-Seguro. Carlos, llame a Agustín para que mantenga todo como estaba después de los disparos.
-Si Anderson.
Subimos a una patrulla y nos dirigimos hacia el parque central, donde ocurrió el atentado. Al llegar varias personas estaban de curiosos alrededor de la línea amarilla. Yo las empecé a alejar del lugar. Después me dirigí hacia Agustín.
Agustín era nuevo en la ciudad. Había sido transferido de la agencia de San Bartolo a la de Usulutan City. Era moreno.
Medía 1.60 M. Tenía una nariz puntiaguda y era muy
alegre. Cuando me vio se apresuró a mi encuentro.
-Hola Anderson, ¿vienes a ayudarme?
-Hola Agustín. No he venido a ayudarte. Vine porque este caballero quiere que atrape a los responsables del intento de asesinato y… ¿Cómo se encuentra la reina?
-Los doctores se la llevaron de urgencia al hospital.
-¿Qué han dicho los testigos?
-Qué no vieron quién disparó.
-¿Había alguien con cámara?
-Sí. Pero ya se ha ido.
-Bien, bien. ¿Y qué camino habré tomado?
-Se fue al este, buscando la Residencial Buena Vista.
-OK. Creo que ya hay suficiente información para comenzar la investigación. Por favor Agustín muéstreme le lugar donde se encontraron las balas.
-Por aquí… aquí están Anderson.
Tomé un a bala y comencé a examinarla.
-Ummm… -dije-, es demasiado grande para ser de pistola y demasiada pequeña para ser de escopeta, me parece que es de un fusil. Alfred, ¿dónde se encontraba la reina cuando le dispararon?
-Me parece que aquí.
Comencé a medir desde las balas hasta el lugar donde se encontraba parado Alfred. Medí 20 pies.
-¿Estaba la reina en un auto con parabrisas blindado?
-Si Inspector.
-Perfecto. Carlos, vaya hacia abajo y busque cartuchos de bala tirados en el suelo.
-Vale.
Carlos comenzó a caminar y a los cinco minutos nos llamó.
-Aquí están.
Había ocho cartuchos de bala tirados en el suelo.
-Bien pero, ¿dónde están las otras dos balas?
-Creo que debí decirle que a un amigo mío también le dispararon.
-OK. Ahora si ya hay una conexión. Cada uno de los dos hombres disparó una ráfaga de cuatro balas cada uno.
-¿Pero de dónde sacas dos hombres? –preguntó Agustín.
-Porque hay cierta distancia (2 pies) y Alfred me dijo que vio a dos hombres disparar.
-OH, ahora si le entendí.
-¿Y qué hacemos ahora? –preguntó Alfred.
-De momento nada. Por favor Alfred vaya al hospital y vea como se encuentra la reina. Mañana diríjase a vernos y cuéntenos todo.
-Si Inspector.
Al día siguiente llegó Alfred. Esta vez no traía las gafas negras y se veían sus ojos azules.
-Que alivio Inspector.
-¿Por qué?
-La reina sobrevivió y ya se recupera.
-Bien Alfred, ¿ha recuperado el conocimiento?
-No Inspector.
-Que pena Alfred, pero nos vas a acompañar rn la investigación hoy, ¿verdad?
-Si señor.
En ese momento entró Agustín, quien se disculpó por haber llagado tarde.
-Esta no es hora de llagar Agustín.
-Discúlpeme Anderson, pero estoy perdiendo las esperanzas en este caso.
-¿Por qué?
-Ayer después de que Alfred se fue, fui a la residencial Buena Vista a localizar al testigo. Cuando lo localicé le pedí que me enseñara el video, pero no aparecieron los sospechosos.
-Que mal Agustín.
-Ya no se que hacer. Agustín se dejó caer en el sillón de mi escritorio.
-¿Por qué no viene conmigo a la tienda de artesanías para recolectar información?
-Ya que insiste.
Agustín se levantó de mi sillón y nos subimos a una patrulla.
Al llegar hablé con el encargado de la tienda.
-Buenos días –dije.
-Buenos días, ¿en qué le puedo ayudar?
-¿Vende máscaras caseras?
-Si señor, yo mismo las hago.
-¿Le han comprado máscaras últimamente?
-No señor.
-Bien… dígame una cosa, ¿algún pariente suyo hace máscaras?
-Si, mi hermano. Pero el se encuentra en Roma, Italia.
-¿Tiene su número?
-Si señor, ¿quiere que le llame?
-Si; y por favor déle esta dirección electrónica.
(Ander@hotmail.es). También dígale que me mande un video de vigilancia donde aparecen dos hombres morenos.
-Si señor.
Al salir Agustín me hizo una pregunta.
-¿Por qué le dijiste eso Anderson?
-Les explicaré, síganme. Nos subimos a la patrulla y conduje hasta el parque Central. Luego nos sentamos en una banca y comencé a explicarles todo.
-Escuchen bien por favor. Cuando volvimos de la escena del crimen ayer, lo primero que hice fue usar la computadora (Carlos está de testigo). Busqué información sobre la reina y me llamó la atención una noticia similar a esta, pero esta fue en Roma, hace un mes, sobre un atentado por parte de la mafia italiana. Seguí leyendo y decía que la reina s salvó y que sus guardaespaldas mataron a uno de sus líderes. ¿Es correcto eso Alfred?
-Si es correcto. Yo lo maté.
-Bien. Ahora les hablaré sobre las máscaras. Busqué los mejores artesanos de máscaras de Usulutan City y me encontré con el caballero que acabamos de visitar. Después entré a Facebook y busqué su perfil. En el perfil decía que tenía un hermano. Entré al perfil del hermano y en residencia decía Roma, Italia, el lugar del atentado que les relaté anteriormente.
-Bien, déjeme ver si entendí –dijo Agustín se ve claramente que hay una conexión y , como el señor nos dijo que no le habían comprado máscaras, las máscaras fueron compradas en Roma.
-Exacto. Como pueden ver el atentado no es más que un acto de venganza.
-Pero si el que lo mató fui yo –dijo Fred-, ¿por qué no me
mató a mí?
-Porque usted no es la reina, que en este caso es su líder.
-Bien –dijo Agustín- ahora solo nos hace falta es identificar a los sospechosos.
-Calmado Agustín –dije-. Estoy seguro que para mañana ya habremos resuelto el caso. Será mejor irnos a casa; y por favor los quiero a las 7:00 AM aquí. ¡Y sean puntuales! ¡No quiero tardanzas!
-Vale –dijeron todos.
Eran las 7:05 AM. Carlos y yo ya estábamos en el parque Central con mi laptod. Estaba muy impaciente por la impuntualidad de Alfred y Agustín.
-¿Dónde estarán?
-Cálmate Anderson. Apenas han pasado cinco minutos desde que llegamos.
A las 7:10 AM llegó Alfred y un minuto después llegó Agustín. Se podía ver en mis ojos un gran enojo.
-¡Que horas de llegar!
-Cálmate Anderson lo importante es que llegamos –dijo Agustín-, ¿y por qué vinimos aquí?
-Porque ayer me llegó el video de Bartoli, hermano del dueño de la tienda de artesanías. La teoría que hice era correcta y en el video aparecían dos hombres morenos, vean. Les enseñé el video.
-¡Perfecto! –Dijo Agustín-. Pero, ¿Cómo sabremos si son ellos los del atentado?
-La respuesta está en el cielo.
-¿En el cielo?
-Mire aquel poste al sur, cerca del banco.
-¡Claro, la cámara municipal!, ¿Cómo no se me ocurrió?
-¿Vamos a ver la grabación? –dijo Alfred.
-No perdamos tiempo –respondí.
Fuimos a la alcaldía (que estaba a dos cuadras del parque Central). Cuando llegamos pedimos ver el video de la cámara de seguridad del parque.
-Carlos encienda la laptod y busque el video para que empecemos a comparar.
-Bien… ¡deténgalo ahí! –dije-. Ahora haga un acercamiento a las máscaras… ¡perfecto! Ahora Agustín ponga el video de la cámara de vigilancia… ¡ahí! Ahora haga un acercamiento… ¡excelente! Y como notarán, son las mismas máscaras.
-Me parece estupendo, pero no comprueba si son los mismos morenos o son otros.
-Paciencia Agustín, ahora siga con el video… ¡deténgalo!, ¿es un auto? Por favor acérquese a la placa, Carlos anote el número. Bien creo que es hora de volver a la agencia.
Salimos de la alcaldía hacia la agencia. Cuando llegamos Agustín pidió el registro de placas de automóviles. Después de un rato me llamó y me enseñó un nombre: Edmundo Cortelli, Col. Alta Vista, placa de automóvil: UC-52112. ¿Este es, no Anderson?
-Así es. Será mejor ir a su residencia rápido. Volvimos a la patrulla y nos dirigimos a la Col. Alta Vista. Cuando llegamos preguntamos por Edmundo Cortelli a una persona que caminaba.
-Siga recto hasta la casa del fondo.
-Gracias –dijimos.
Llegamos a la casa, toqué el timbre y me abrió un joven de 29 años.
-¿Se encuentra Edmundo Cortelli?
-Si, yo soy.
-Entonces queda usted bajo arresto señor Cortelli –dije sacando una pistola y apuntándole, por posesión ilegal de armas de fuego.
-Pero si tengo una licencia, vea.
Cortelli me dio su licencia.
-Si, tiene una licencia que se venció hace dos meses –dije.
-No es cierto… ¡maldita sea! ¡Si está vencida! –dijo Cortelli enojado y asustado a la vez.
-Cálmese. Déjeme pasar y hablaremos al respecto.
Cortelli nos invitó a pasar y se dejó caer en su sillón.
-¿Cuándo me arrestarán?
-No lo haremos…
-¡Pero usted dijo…!
-Espere un momento, no me dejó terminar. No lo arrestaré si llama a los dos hombres a quienes les prestó dos fusiles.
-¿Pero como sabe eso?
-Usted vaya a llamarlo, luego le explico.
El señor Cortelli fue al patio a llamar a los hombres. Cuando salió, Agustín me preguntó:
-¿Cómo que tenía armas y que están vinculados dos hombres más? Y lo más importante, ¿qué tiene que ver eso con la reina?
-Ahora les explico. Ayer me puse a investigar sobre el mafioso que mató Alfred. Su nombre es Gabriel Cortelli. Obtuve un perfil suyo en la página del FBI. Ahí decía que tenía un hermano menor. Lo busqué y así encontré al caballero que está hablando con los responsables del atentado.
-¿Pero y las armas?
-Déjeme terminar. Lo busqué en Facebook y en su trabajo decía que tenía una tienda de armas. Cuando apagué la computadora llamé a la encargada de dar licencias para portar armas. Le pregunté si el nombre Edmundo Cortelli le sonaba conocido. Me dijo que le había dado una licencia a un hombre con ese nombre, pero que no la ha renovado desde hace dos meses.
-Correcto Anderson –dijo Agustín-, ¿pero no cree que este hombre les estará diciendo que escapen?
-No lo creo. Si lo hiciera el iría en su lugar.
Dicho esto entró Edmundo y se dejó caer de nuevo en su sillón.
-¿A qué hora vienen? –pregunté.
-Dentro de 10 minutos.
-¿Sabe en que problema se encuentra no?
-Si señor –dijo Edmundo casi llorando.
-Dígame una cosa, ¿tiene algún vínculo con la mafia?
-Si, pero no me gusta hablar de eso.
-Entiendo, y… ¿algún pariente tiene esos vínculos?
-Si, mi hermano.
-¿De casualidad su hermano se llama Gabriel Cortelli?
-Si, también, ¿pero como sabe todo eso?
-Ya todo se sabrá señor Cortelli.
-Luego de 10 minutos sonó l timbre. Le dije a Edmundo que abriera la puerta. Cuando abrió, Alfred y yo les apuntamos a los dos hombres con las armas; Carlos y Agustín se encargaron de colocarles las esposas.
-¡Eres un traidor Edmundo! –dijo uno de ellos.
-Ya, silencio –dijo Agustín mientras los sentaba en dos sillas.
-Gracias Agustín. Ahora señores, aquí están los enmascarados que casi matan a la reina de Inspania.
-¿Cómo dio con nosotros?
-¡Fue por el traidor de Edmundo!
-Creo que será mejor que les relate todo. Para comenzar les hablaré acerca de Gabriel Cortelli.
Gabriel era el líder de la mafia italiana en Roma. El planeó el atentado de hace un mes en Italia. Pero no resultó como esperaba y Alfred, este caballero de mi izquierda, lo mató. Entonces surgió el deseo de venganza. Ese odio que caracteriza a estos criminales hizo que estos dos hombres vinieran aquí, a cobrar la muerte de su líder. ¿O me equivoco?
-Si, es verdad. Sentíamos algo que nos impulsó a vengarnos por la muerte de Gabriel. Compramos unas máscaras para que no nos reconocieran y venimos aquí (porque en las noticias decían que la reina estaría en este lugar) con la intención de hacer pagar a la reina por la muerte de Gabriel.
-¿Pero por qué compraron las máscaras en Italia y no aquí? –preguntó Carlos.
-Porque aquí los verían mientras las compraban y los señalarían con la policía.
-Exacto. Y como sabíamos que Gabriel tenía un hermano en este lugar vinimos a verlo. Cuando le dijimos que habían matado a su hermano también se enojó, pero o consintió con nosotros en el atentado, y solo nos prestó las armas.
-¿Y por qué no consiguieron las armas en Italia? –preguntó Agustín
-Por dos razones: 1) Todos los criminales (mafiosos o no) no poseen licencia; y para comprar un arma es necesario
tener una; 2) y porque, al igual que las máscaras, podrían levantar sospechas. Creo que también cabe decir que aquí allá todos los conocen; mientras que aquí no –respondí-.
-Una vez perpetrado el hecho –siguió diciendo un criminal-, nos disponíamos a partir. Pero cambiamos de opinión al ver lo linda que es esta ciudad. Fue entonces que decidimos quedarnos dos días más. Hoy en la tarde estábamos a punto de partir, pero recibimos la llamada de Edmundo que nos hizo caer en su red.
-¡Eres un traidor Edmundo! –dijo el otro criminal.
-Eso dígaselo al Juez –dijo Agustín mientras sacaba a los criminales de la casa.
-Gracias por colaborar Edmundo –dije-. Y como te prometí no te involucraré en esto.
-Gracias Inspector.
-Pero te daré un consejo.
-¿Cuál es?
-Renueva tu licencia de armas si no quieres que te arreste la próxima semana por posesión ilegal de arma de fuego.
-Y ambos nos pudimos a reír.
FIN |