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- ¿Conoces los tronquitos? - Le dijo tranquilamente a su nieto.

- No, tata, ¿son maderas chiquititas? Supongo.

El tata ríe sin burla alguna, sabiendo que la respuesta es verdaderamente inteligente, pero fuera de contexto.

- No, hijo, los tronquitos son unos dulces pequeños que tienen forma, eso sí, de maderitas. Son de hartos colores. Mira, toma. Anda a la esquina, de acá te miro y dile a la señora Eliana que te de 10, te alcanzan de más.
Un niño cruza la calle corriendo con el fanatismo de la edad y la mente en un solo concepto: dulces.

- Ya, tata. Me comí uno sí.

- No importa - dice el anciano riendo - Para eso son po’. Guárdale unos a tu hermana que también le gustan.

- Bueno. dice el chico.

Ambos cruzan la plaza y la calle contraria para comenzar a subir los peldaños de una escalera no larga, pero empinada que los llevará a casa justo a tiempo para almorzar.

Las murallas están plagadas de grietas y lo único que logra salvarlas son algunos artistas callejeros y sus murales. A veces el tata cree que la ciudad se terminará cayendo a pedazos, pero ya van tres terremotos desde que tiene memoria y no cree vivir para un cuarto.

- Ábrenos la puerta, Martina. - grita el anciano desde la reja mirando hacia adentro.

Martina se para y choca con su madre por el estrecho pasillo, se ríen y la pequeña se acaricia la nariz. La madre les abre y los saluda preguntándoles cómo estuvo el pase por el plan.

Javier saca un tronquito de la bolsa y se lo pasa a su madre, corre hacia su hermana y le entrega también uno.

- No tantos, oye - dice la madre - Uno ahora y los demás después de almuerzo.

Javier come uno y se ríe picarón mirando a su abuelo porque sabe que él ya comió.

- Yo también quiero uno - se oye detrás la voz del padre caminando junto a su madre a la cual lleva abrazada - Tronquitos de Limache. Todavía existen.

- En el negocio de la plaza aún venden pastillas de Yapa, oye - le dice el tata a su hijo.

- Mañana traemos de esas entonces. Sentémonos ya que tenemos hambre.

Hay tallarines con salsa. El queso parmesano pasa por manos de todos junto al rallador miniatura que tiene la nonna.

Martina se mancha la ropa como es de costumbre y Javier termina primero que todos solamente para comer otro tronquito.

Texto agregado el 22-10-2013, y leído por 76 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
22-10-2013 Hermoso, muy bien escrito, sencillo como la escena que describe, ¡tan familiar, tan íntimo, tan tierno ! Mis 5*S Ignacia
22-10-2013 Simplesa y ternura hay en tus letras. jaeltete
22-10-2013 Una historia bien contada, sencilla , con imágenes muy nítidas. Los caramelos nen las tres generaciones acortando tiempo y distancias. Lindo!! adelsur
22-10-2013 Que cuento mas enternecedor, me recuerda la bonda de mi abuelo, me encanta la letra de lo trivial, de sacar estas historias vivenciales y mostrarlas con tanto encanto, 5 tronquitos para ti. Legnais
 
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