Se paseaba a pie pelado cuando escuchó lo que era probable pero menos pensado al mismo tiempo.

Pisó una pieza de Lego que le incrustó sus cuatro esquinas entre el dedo chico y el anular del pie izquierdo.

Gritó entre dientes sin que su madre lo escuchara, ya que se lo habían advertido. Rió en su mente mientras negaba ridiculizado cómo podía ser que a su edad su madre siguiera dándole lecciones de niño.

Tomó la pieza y la dejó en la esquina del televisor que estaba en el living. El día estaba tranquilo. Respiraba el aire ameno, tibio y sabroso por el conjugar de olores de los almuerzos vecinos.

De reojo miró al cielo divisando un avión de pase cuando escuchó el ruido y notó que se perdía entre las pocas nubes que tapaban el sol de verano.

Hacían años que no se sentía así.

- Papa, la nonna dice que está listo el almuerzo.

- Ya voy, Martina.

El hombre sonríe cada vez que pronuncia su nombre. Es su cara, su vida, el reflejo innato de su madre. Está feliz. Está vivo. Está deseoso de quedarse ahí para siempre, pero sabe que no puede.

Y no puede porque sabe que tiene que despertar. Sin embargo, puede esperar algo más, porque en camino viene su padre y Javier.