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Exilio
De exilios, destierros y desarraigos.

Cerró la puerta y tras de sí, cerró una etapa más.
Contó mentalmente cuántas veces había cerrado puertas que ya no volvió a abrir nunca.

Repasó mentalmente: ventanas, llaves de agua, gas, luz, había apagado todo. Le regaló la última plantita a su ya ex vecina dándole instrucciones para su cuidado, y sintió temor de que ese verde ser que la había alegrado, acompañado y entretenido, que había escuchado sus delirios y sus llantos, no sobreviviese sin ella. Atrás de esa puerta quedaban sueños que ya no tendrían lugar para realizarse.

Dos semanas antes, se despidió de su abuela, sin saber que ya no la volvería a ver. Visitó nostálgica, los lugares que sabía que necesitaría llevarse consigo. La casa donde creció, la ciudad que dejó muy niña y que siempre añoró, volviendo sólo cada dos años, de visita, como ahora, con la diferencia que esta vez era distinta.

Decidió que no olvidaría el último rayo del sol al hundirse en el mar, ese destello verde y fugaz, a veces tan rápido, casi imperceptible, que su padre le enseñó a esperar al atardecer desde la arena.
Ni el murmullo del mar por las mañanas o el oleaje furioso rompiendo contra el murallón de la rambla en los días de tormenta.

Ese oleaje vivo y feroz al que fue presentada un día gris y ventoso, envuelta en la capa de plástico especialmente hecha por su abuela con el propósito de protegerla del viento y del agua salada del mar, que al romper salpicaba hasta el medio de la avenida empapando veredas, transeúntes y coches.

No era la primera vez que se despedía de esa ciudad tan suya y a la vez tan desconocida. Ya debería estar acostumbrada a la punzada en el pecho, entre la garganta y el corazón.

Miró los árboles añosos, nudosos, gruesos y verdes que pueblan las veredas de Montevideo, les robó un poco del olor del musgo que crece en sus troncos viejos y les dijo adiós, sin perder la esperanza de volver a verlos algún día.

Cada despedida era un trozo de sí misma que quedaba atrás. ¿Cuántos trocitos más le quedaban? Si tuviese que dibujar el lugar de los afectos, dibujaría un colador….

Haciendo memoria, había estado más tiempo fuera de su país, de su ciudad, de su lugar, que en los lugares adoptivos donde creció. Había empezado su espiral de exilio a los 9 años. Cuando todo era descubrimiento y aventura.

No dolió, porque el viaje fue a Brasil, todo un año sin escuela y en medio de la jungla. No había tantos niños afortunados como ella, que por tener un padre científico tuviesen la oportunidad de vivir realmente lo que en general leían en libros de aventuras.

Subir a un avión militar, con asientos a los costados fue aterrorizante, tanto que el desayuno lo atestiguó, quedando de recuerdo sobre las maletas que iban atadas en medio del vientre del avión, cuyas paredes sin recubrimientos vibraban de manera aterradora y el ensordecedor ruido de los motores creaba imágenes de desmantelamiento inevitable en la fértil mente infantil.

El resto del año valió la pena, aprendió a nadar y a hablar portugués como si fuese su propia lengua, se infiltraba en el “mato” en busca de tesoros de piratas antiguos que nunca aparecían y esquivaba las serpientes tendidas al sol sobre las rocas, asustando adormecidos lagartos que se calentaban sobre las piedras.
Podía nadar casi desnuda en el mar tibio aun en invierno, probar frutas exóticas como mangos, cocos frescos recién arrancados, mburucuyás, abricots y jabuticabas.

Aprendió a remar en una piragua, hecha de tronco ahuecado a fuego, con un solo remo.
Participó con los habitantes de la playa vecina, de la pesca con redes, “ayudando” a jalar la red desde la playa y supo de la emoción de ver cientos de peces saltando y volando, porque había peces voladores en la red, plateados, azules tornasoles haciendo un ruido como de aplauso sobre la orilla del mar. Y hasta la recompensaron con uno para su cena!!

Se acabó el año al mismo tiempo que sus 9, y se acabó la selva, sus sonidos y silencios, sus calores y aromas, sus colores extasiantes.

Vuelta al frío de marzo, el regreso a casa, a la escuela y a darse cuenta que el año de vacaciones hizo estragos en su ortografía y peor aún, en sus matemáticas. Pero… ¿quién le quita lo bailado…? Una punzada en el pecho le recordaba sus correrías por la arena.
Un par de hoyitos para su colador.

El segundo capítulo llegó dos años más tarde. “Nos vamos a vivir a Argentina”, fue la noticia. Poco tiempo antes, en una reunión familiar, se presentaron las opciones a considerar, ya que había ofertas de trabajo para su padre, que estaba creciendo en su carrera de investigador científico. No querían que los niños se sintieran excluidos de la toma de decisiones, hacerlos participar y que sintieran que la elección del lugar también había sido tomada por ellos fue inteligente. Así, ninguno sentiría que la mudanza era una imposición de los padres.

Esta vez, empezó a formarse el colador y sus primero hoyos fueron más notorios. Dolió dejar los amigos, la escuela, los primos, los lugares conocidos.

Insertarse en el nuevo país parecía algo fácil porque el idioma era el mismo. Pero en realidad, no era el mismo idioma, las palabras eran las mismas, pero muchas significaban cosas diferentes.

Los códigos eran distintos, y el rechazo de los niños fue casi inmediato. Tuvo que entender que ella se veía y se escuchaba “rara”, la trataban de engreída, “agrandada” decían, porque usaba palabras como “chiquilines” en vez de “chicos”.

Incluso la rivalidad de los equipos de fútbol le fue enrostrada, a ella, que no sabía nada de ese deporte a pesar de que su abuelo había sido socio fundador de Peñarol, uno de los equipos más importantes de Sudamérica-
Le costó mucho ser aceptada, aprendió que había temas que no podía tocar, opiniones que debía callar, y tuvo que lentamente adaptarse al medio aunque siempre sintió que no era posible asimilarse totalmente. Siempre había algo que la delataba.

Después, años más tarde, se dio cuenta que el culpable no era su origen, lo que había sido diferente y lo que la diferenciaba de los demás, eso, no iba a desaparecer, era su esencia.

Los años en Argentina pulieron diferencias, pero no tardó mucho el destino en volver a abrir más hoyitos en su colador.

Pasados los años de la adolescencia, el matrimonio y los compromisos de trabajo, la llevaron otra vez a armar valijas, a desmantelar casas , a armar otras, alejándose de los seres queridos, dejando atrás, compañeros de estudio, lugares conocidos , experiencias vividas.

“Los sentimientos son ambivalentes”, dijo la maestra de psicología, y tenía razón. La curiosidad por el nuevo lugar crea cierta expectativa, optimista y alegre, mientras que dejar atrás una vez más todo lo que nos completa, es sin duda un dolor muy grande, tan grande que empezamos a construir una pequeña coraza, diciéndonos que somos fuertes, que la distancia no es insalvable, que regresaremos pronto, que las cosas son solo cosas, que la gente siempre estará allí y si realmente nos quieren nos recordarán.

Pero la realidad nos muestra que regresar se va haciendo cada vez más difícil y la esperanza cada vez más pequeña. Que la gente que nos quiere lentamente nos olvida por la falta de frecuencia, que la gente, las cosas y los lugares que dejamos nos hacen falta.

Y es curioso, como en nuestra mente, el lugar, la gente y las cosas, se congelan, parece que están allá sin moverse, tal cual las dejamos la última vez que las vimos. Tal vez por eso nos asombra tanto ver los cambios, en la gente primero. Las canas en los cabellos de los amigos, las figuras que eran estilizadas ahora son más redondeadas, exactamente igual que las nuestras….

Y pasa también en los lugares conocidos, cuando en una foto, la calle donde vivíamos ya no tiene el cartel, o el árbol o la casa vecina que nos era tan familiar, cuando en el barrio falta ese lugar que era nuestra marca para saber que había que bajarse del ómnibus… ¿Cómo pudo pasar esto?

Ella no se imaginó nunca cuantos hoyos tendría su colador, ni siquiera que iba a tener uno tan grande en el pecho. Esta vez fueron muchos más los hoyos que aparecieron.

Atrás quedó América del Sur. Llegar a México fue todo un cambio. Desde el clima, tan variado según los lugares, hasta la comida completamente diferente. Sabores, olores, texturas nuevas que ella tenía que aprender a incorporar a su vida, porque si no, no podría sobrevivir.

Tuvo que aprender a hablar, para no ofender a la gente porque otra vez, el idioma tiene el mismo nombre y los mismos vocablos, claro, pero no tienen el mismo significado, con el agregado de las palabras de los idiomas antiguos.
La curiosidad de la gente facilitó ser aceptada, hasta que hubo que conseguir trabajo. En México, hay mucha gente, la cercanía de Estados Unidos y su política migratoria, hacen que la gente esté más sensible ante la inmigración extranjera y el temor de que alguien llegue a quitarles el trabajo es un tema álgido.

Para poder ser aceptado, es mejor llegar con propuestas y crear las fuentes de trabajo, no tomar trabajos que los nacionales puedan hacer. Así las cosas, ella tuvo que recurrir a su creatividad y sus habilidades y crear, en más de una oportunidad, sus propias fuentes de trabajo.

La lucha diaria, no dejaba margen para pensar mucho en lo que había quedado atrás, pero la pequeña corteza defensiva, se hizo más gruesa, para no dejar pasar el dolor, en caso de que un recuerdo se filtrara. Así, ella empezó a creer que no extrañaba.

Nuevamente formó un hogar, un lugar se hizo familiar y amigos empezaron a llegar a su vida. Nuevos, de los que te quieren por la mitad (como dice María Elena Walsh), y se metieron bajo la piel otra vez, llenando el vacío de algunos hoyos del colador.

No duró mucho. La situación económica difícil y una oferta de trabajo que prometía mejorarla la decidieron a cerrar la puerta otra vez, pero ésta vez, solo por un par de años, había que volver rápido, para no tener tantos hoyos en el pecho. Sería solo para salvar la cuestión del dinero. Reunir unos dólares para poner su negocio al regresar, era todo el plan.

Esta vez, no hubo que deshacerse de muchas cosas, porque estaba la certeza del regreso a corto plazo. Se cerraba otra vez la puerta.
De todos modos, varios hoyos aparecieron en el colador, y lo curioso es que cada vez aparecían de mayor tamaño. Pero ella no es de las que extrañan, está acostumbrada… ¿o acorazada?

Doce años. Pasaron doce años. Nuevo idioma, nuevas costumbres, nuevos amigos por la mitad.
¿Pero cómo, si solo iban a ser un par de años?

A lo mejor fue la práctica, pero pasado el primer año, no fue difícil acostumbrarse al clima duro y las estaciones fuertemente marcadas. Esta vez se sentía en casa y pensó que había encontrado su lugar. Pero no. No era cierto, hubo que empacar, apagar las luces y cerrar la puerta, otra vez.
Montevideo no parece real, es inalcanzable, y hay nuevos olores, sonidos y sabores que aprender. Amigos que conocer… por la mitad.

Abrió la puerta de la casa vacía, encendió la luz y dejó la maleta en el piso. Pudo sentir como más hoyos aparecían en su colador, cada vez más grandes…

Por la ventana entra el olor de una lluvia nueva, tropical, que volverá cada día a la misma hora, ahora lo sabe, durante los próximos 3 meses. Debe desempacar una vez más. Lo más molesto son los mosquitos y el calor constante.
¿Quedará espacio para más hoyos en el colador?

Texto agregado el 21-10-2013, y leído por 299 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
23-10-2013 *(las despedidas) silvimar-
23-10-2013 Muy bueno! El desarraigo está notablemente pintado en este texto, es cierto que dejan hoyos la despedida de todo lo que uno amó. silvimar-
21-10-2013 Su hermosa narración llena de melancolía y de detalles preciosos, me hizo viajar y sentir las ausencias y el dolor de la separación y el alejamiento. Carmen-Valdes
21-10-2013 No pensaba entrar hoy a la página, sólo visitarla desde fuera. Pero tu texto me obliga. Tu talento me arrastra, me llama, me obliga. Las sencillas pero intensas pinceladas de tu vida variada manchan de colores el lienzo de mi sensibilidad porque en buena medida me siento identificado, aunque con vivencias, personas y paisajes diferentes, pero el desgarre de la partida es similar, la incertidumbre de lo nuevo es equivalente, el colador, de la misma marca. Gracias por compartir. ZEPOL
21-10-2013 Extenso y vestido de melancolìa ...***** pintorezco
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