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Clausulas de convivencia

Se preparó para salir con sus amigos por un fin de semana largo. La idea era partir del mundanal ruido de la ciudad hacia el Valle Fértil, que quedaba más de 250 Km de la capital de San Juan. No sabía, que su juventud y su poca experiencia en las rutas, le iban a jugar una mala pasada; mejor unas malas pasadas.
En el auto de adelante viajaban su hermano con su novia, el padre de la niña y también su hermano. Él viajaba con su novia en su propio auto. Marcelo, era un joven de unos 23 años, flaco, de melena larga y de carácter fuerte.

Todo transcurría bien, ya había amanecido eran cerca de las 8 horas y mate de por medio, hasta que llegaron al control policial de la localidad de Bermejo. Le piden los documentos personales y del vehículo. Los tenía todos, excepto el de la Verificación Técnica Obligatoria. Pasa que hace pocas semanas Marcelo había comprado su auto usado y a pesar de haberse inscripto para hacer el control reglamentario del estado actual de su vehículo, le dieron turno recién para el mes de Noviembre, por lo que al momento del control policial en la ruta 20, no tenía dicho trámite finalizado.
El policía le repite varias veces, que al no tener las VTO, le dejarán el auto enfrente de la garita y que en 48 ó máximo 72 horas lo tendría que pasar a buscar y que la multa a imponerle era un poco superior a 1.000 pesos (o sea unos 250 dólares al momento). El muchacho no supo qué hacer, si apenas llevaba doscientos pesos en su bolsillo y que era para pagar la nafta de vuelta y otros gastos menores. No llegaba ni lejos a los mil pesos, por lo que le rogó casi de rodillas que lo dejara ir con los otros amigos del auto de adelante que se había quedado cincuenta metro más allá esperando noticias de él.
En vano fueron los ruegos para que no le aplicara una multa tan abusiva o lo peor, que le dejaran su auto estacionado día y noche durante varios días.
Mientras esto sucedía, su novia intentaba sacar algunas fotos, desde adentro del auto porque sospechaba que la demora del joven era porque había algún problema o lo estaban coimeando. Intentaba hacer foco con una nueva cámara tipo réflex y con zoom y todos los elementos para sacar fotos de gran precisión. Tomó algunas a unos veinte metros de distancia. En eso estaba cuando el joven se le acerca y le dice que no hay arreglo de ninguna naturaleza, que el milico le pedía 200 pesos de coima y entonces dejaban que siguiera el viaje.
Marcelo se acerca, ya nervioso al auto de adelante y le manifiesta el problema a su tío. Éste se baja y lo acompaña hacia la garita.
-Cuál es el problema…jefe…
-El problema es que el joven no tiene la VTO, y por ello tiene que dejar el auto aquí enfrente o pagar una multa de 1.000 pesos, comentó el policía.
-Mire jefe… Porqué no le hace la multa así nos vamos y continuamos el viaje, dijo el tío. Si hay que pagarla después se pagará (aunque el policía en ningún momento mostró el talonario o las boletas de multa a realizar).
-Es así señor o paga la multa o le dejamos el auto…
-¿Por qué no le hace la multa y dejamos de perder tiempo?, insistió el tío.
-¿Ud. qué es del joven?…
-Soy el tío…
-Bueno señor retírese, que yo me quedo hablando con el joven…
-Mire que nosotros somos sanjuaninos y que viajamos a Valle Fértil, por lo tanto dentro de la Provincia. Nosotros no vamos ni a La Rioja ni a Córdoba, fíjese en eso, porque la Ley dice que no se necesita dicho VTO si uno viaja dentro de la Provincia, así que tenga cuidado con lo que vaya a hacer.
El policía, a todo esto, estaba bien firme en su posición y se arreglaba permanentemente con sus manos el cuello como cubriéndose el mismo para que no lo reconocieran. Era alto y vestía su ropa de policía con identificación de la fuerza en su gorra azul. Incluso en ningún momento se sacó los anteojos para sol que usaba, ni su gorra. Detrás de él, sentado, estaba otro policía de mediana estatura y que se levantaba y se sentaba en su silla y que hacía ademanes como intentar escribir algo.
El tío se retiró y se subió a su auto… (en su mente iba pensando los procederes de las fuerzas de seguridad durante la dictadura militar y que se asemejaban a situaciones sin testigos a la vista para cometer ilícitos por parte de las fuerzas que tienen que defender a los habitantes, se le vino a la mente los controles policiales a los estudiantes en cualquier esquina de la ciudad de Córdoba en la época de la dictadura militar. También recordó lo que algunas fuerzas de seguridad hacían con los estudiantes a la salida del comedor universitario, en que muchos estudiantes al no llevar consigo los documentos de identidad eran castigados, detenidos y a veces torturados. También pensó, en suma, lo que los ciudadanos les pagan el salario con sus impuestos… y otras cuestiones más…).

El pobre muchacho se quedó sólo con los dos policías; mientras su novia, a la distancia intentaba hacer otra toma con su excelente cámara, pero de costado, escasamente se veía una ventana lateral del puesto policial y la imagen algo borroneada del policía coimero adentro de la edificación, y el joven apoyado en la ventana del frente. Lo mismo tomó unas fotos, por las dudas.
Ya de vuelta, cabizbajo y nervioso el pobre joven relata a su novia y a los ocupantes del otro auto las peripecias con ese policía y el pago nomás de los doscientos pesos.
-Que lo parió, ese milico hijo de mil… me sacó doscientos pesos. Que lo parió… milico hijo de su madre… Mirá Marcela, manejá vos, porque éste milico me ha dejado muy nervioso. Me siento ultrajado, vacío, sin reflejos. En estas condiciones no puedo conducir un vehículo. Manejá vos Marcela…
Ya instalados en la casa del amigo José que les había prestado para que se hospedaran en la Villa San Agustín del Valle Fértil, el tema de conversación ese sábado en la mañana, era el de la coima. Los comentarios iban y venían, mientras el tío preparaba un asado, para que luego los jóvenes viajaran para visitar el famoso Valle de Ischigualasto o más conocido como Valle de la Luna.
El joven entraba y salía de la cocina, del dormitorio; se rascaba los brazos y se pasaba continuamente las manos por su cabeza, como si estuviera con piojos. Tal es así que todos lo cargaban por esas actitudes. También comenzó a pelear con los otros asistentes al viaje. Parece que se había endiablado o que la actitud del policía le molestó tanto que hasta le cambió el carácter.
Todos trataban de animarlo y hasta pusieron plata cada uno para hacer recuperar lo que había perdido.
Al segundo día de descanso y viaje, Marcelo continuaba comportándose mal entre todos los asistentes. No hacía caso a las órdenes de limpiar las cosas después del almuerzo, a limpiar su habitación que compartía con su hermano y su tío. En fin, el joven se había trastornado. Todo parecía que estaba mal para él, y el resto de los visitantes le decían que todo es pasajero, que la locura pasará. Pero el muchacho no entraba en razones.
Al momento de pegar la vuelta ese domingo, el tío le hizo leer al joven un cartel que estaba oculto detrás de un calendario gigante que había en una de las paredes de la cocina comedor y que decía:

“Reglas básicas de convivencia”

¿Ud. abrió? Cierre.

¿Encendió? Apague.

¿Desarmó? Arme.

¿Ensució? Limpie.

¿Está usando algo? Cuídelo.

¿Rompió? Arregle.

¿No sabe reparar? Llame a quién sepa.

¿Pidió prestado? Devuelva.

¿No sabe cómo funciona? No toque.

¿No vino a ayudar? No moleste.

¿Prometió? Cumpla.

¿Se le terminó algo? Reponga.

¿Se le perdió algo? Búsquelo.

¿Está loquito? Pida ayuda al Psicólogo.

¿Está nervioso? Tómese varios tilos.

¿No tiene plata? Pida o trabaje.

De esta forma será siempre bien recibido en ésta casa.

Texto agregado el 20-10-2013, y leído por 137 visitantes. (3 votos)


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