Me despierto vestido, siento la cabeza a punto de desbaratarse, un temblor en todo el cuerpo que no me deja ni pensar y la garganta tan inflamada que no puedo hablar. Miro la mesita y me paraliza la idea de no ver alcohol ni drogas, meto la mano en mi bolsillo, cuento el dinero y lloro un poco porque no tengo suficiente para media de alcohol del más barato. Aprieto los billetes y las monedas en la mano, me levanto, me cuelgo la mochila, me pongo los zapatos y salgo caminando hacia la licorería más cercana, donde Juaco, con la esperanza de tomar algo de alcohol. Recuerdo que vende un vino aún más barato y que quizás me alcance el dinero. Es temprano aún y está cerrada, me siento en la acera y espero… cuento cada segundo y el escalofrío me quiere matar. Mi corazón se acelera cuando escucho los pasos de Juaco, los siento y los cuento, sigo agachado, escucho sonar las llaves, abrir los candados y subir la reja. Entonces me levanto de la acera a punto de llorar, camino directamente hacía Juaco, lo miro a los ojos sin poder hablar y le extiendo la mano con el dinero, Él abre mi mano y cuenta, me mira y me dice: “No le alcanza”, pero se conmueve de mi profundo sufrimiento y camina al mostrador, toma una botella de vino de lo más insalubre que existe y me la entrega. Intento abrir la botella pero no soy capaz, Juaco me mira con compasión y abre la botella por mí, la agarro con angustia y tomo un trago, laaaaargo, casi infinito… señor… vuelvo a vivir. |