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Arrojé el cuerpo como me lo habían indicado, de espaldas y cerrando los ojos. Fue a la vista de una gran cantidad de testigos que me vieron en aquella plaza desbordada de turistas. Una lluvia de flashes inundaban la escena, una prueba irrefutable quedaría guardada en sus cámaras. Mi poca experiencia en estos quehaceres me delataba. ¿Quién me mandó a vestirme con una camisa naranja y pantalones a cuadros?. Descarté de plano al enjambre de chinos presentes en el lugar, adictos a las fotos. Estimaba escasas las probabilidades de involucrarme en el hecho, aunque mis rasgos occidentales contrastaban con la topografía del lugar. Aquellos circunstanciales testigos, difícilmente podrían ubicar la secuencia en aquel ambiente que me tenía como protagonista. Eran imágenes sin mayores atractivos y repetidas hasta el hartazgo. Siempre me pregunté, donde irían a parar ese caudal fotográfico a la vuelta de sus paseos.
Sentí una mezcla de ingenuidad infantil y vergüenza por los sucesos protagonizados. Temía ser descubierto.
Una pareja de adolescentes enamorados no paraban de mirarme, no se si fue porque descubrieron la maniobra o por el espantoso atuendo que lucía. Algo tenía que hacer.
Si ajustaba un poco los horarios, tendría una coartada. El hecho acaeció a las 19:45, con la noche queriendo entrar en la plaza. Ese día había cambiado el recorrido habitual, salí del trabajo a las 19:00 y fui dispuesto a cumplir con el cometido encaminándome hacia el nuevo destino, a sabiendas que no me demoraría más de 15 minutos. Luego del incidente apuré la marcha el volví por la ruta habitual, saludando a los vecinos para que notaran mi presencia.
Como se me pudo ocurrir semejante fantasía. Mientras me recriminaba por mi actitud, y avanzando a paso ligero choqué con una mujer a la que le arrebaté los libros que llevaba en la mano..Me disculpaba de rodillas en la vereda, mientras le alcanzaba los pesados volúmenes de historia que portaba. Me miró con unos ojos negros brillantes, y practicó una sonrisa que me pareció cautivante.
En un café de la zona cumplí la promesa de compensar mi torpeza con la profesora de historia. Una respetuosa invitación que se prolongó por horas, en donde desplegué con lujo de detalles los motivos que me llevaron a la plaza.
Una sola moneda arrojada a la fontana con la complicidad de cientos de individuos, pergeñada por un ridículo personaje de extrañas vestimentas que tuvo el deseo de ser deseado.
OTREBLA
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Texto agregado el 19-10-2013, y leído por 212
visitantes. (2 votos)
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Lectores Opinan |
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04-12-2016 |
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nada de que avergonzarse satini |
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06-02-2014 |
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bonito cuento :) nayru |
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19-10-2013 |
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Realmente muy bueno. Algunas metáforas bien elegantes TiNoel |
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