JUAN JOSE ARREOLA Y EL CUENTO DE LA BELLA Y LA BESTIA
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El maestro celebró alegremente nuestra labor, y él mismo sintió ganas de dibujar. Decía: «Salaino sabe reírse y no ha caído en la trampa». Y luego, dirigiéndose a mí: «Tú sigues creyendo en la belleza. Muy caro lo pagarás. No falta en tu dibujo una línea, pero sobran muchas. Traedme un cartón. Os enseñaré cómo se destruye la belleza».
Con un lápiz de carbón trazó el bosquejo de una bella figura: el rostro de un ángel, tal vez el de una hermosa mujer. Nos dijo: «Mirad, aquí está naciendo la belleza. Estos dos huecos oscuros son sus ojos; estas líneas imperceptibles, la boca. El rostro entero carece de contorno. Ésta es la belleza». Y luego, con un guiño: «Acabemos con ella». Y en poco tiempo, dejando caer unas líneas sobre otras, creando espacios de luz y de sombra, hizo de memoria ante mis ojos maravillados el retrato de Gioia. Los mismos ojos oscuros, el mismo óvalo del rostro, la misma imperceptible sonrisa.
Cuando yo estaba más embelesado, el maestro interrumpió su trabajo y comenzó a reír de manera extraña. «Hemos acabado con la belleza», dijo. «Ya no queda sino esta infame caricatura.» Sin comprender, yo seguía contemplando aquel rostro espléndido y sin secretos. De pronto, el maestro rompió en dos el dibujo y arrojó los pedazos al fuego de la chimenea. Quedé inmóvil de estupor. Y entonces él hizo algo que nunca podré olvidar ni perdonar. De ordinario tan silencioso, echó a reír con una risa odiosa, frenética. «¡Anda, pronto, salva a tu señora del fuego!» Y me tomó la mano derecha y revolvió con ella las frágiles cenizas de la hoja de cartón. Vi por última vez sonreír el rostro de Gioia entre las llamas.
Con mi mano escaldada lloré silencioso, mientras Salaino celebraba ruidosamente la pesada broma del maestro.
Pero sigo creyendo en la belleza. No seré un gran pintor, y en vano olvidé en San Sepolcro las herramientas de mi padre. No seré un gran pintor, y Gioia casará con el hijo de un mercader. Pero sigo creyendo en la belleza.
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Del cuento El Discípulo de Juan Jose Arreola:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/arreola/el_discipulo.htm
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Tópico es en el arte esto del creador audaz, incontenible en su fuerza y demente; y sin embargo y pesar de ello, razón tiene respecto a su propia autoridad precisamente como creador ante la cual y según lo dé él a probar, hay que rendirle pleitesía-sin lugar a duda.
Aunque cabe también-esto es, nunca deja de ser cierto tampoco-que su trato respecto a todo lo soez, vulgar y al mismísimo vulgo como categoría humana, es reprobable y siempre desafortunado.
Pero en su furia insana, en este sentido, del creador está normalmente su propia frustración personal ante el hecho de que jamás se liberará el de esta misma ambivalencia como condena vital que es su propia naturaleza y que se sabe el también imbricado irremediablemente como ser humano con ella.
De ahí sus accesos de furia-y sí, de odio inmisericorde respecto a la suerte de todos nosotros.
Pero fuera del ámbito un tanto romántico del creador a lo Vincente Van Gogh, que es como patrimonio semiológico universal nuestro, no es frecuente la representación de este ambivalencia bicéfala y destructiva respecto a los impulsos encontrados y divergentes dentro de los individuos-o al menos no como contemplación socialmente generalizada respecto a nosotros mismos dentro de esto, simplemente, del vivir y el sostener, dentro del ámbito profesional y vital que sea, opiniones identarias e ideologías bien definidas, firmes y vitales respecto al vivir y la visión de uno.
Pues muy probablemente no lo llegamos a tolerar en la gente, digamos corriente, puesto que no esta justificada en ningún atribuible poder creativo y enigmático del artista.
Y sin embargo una gran parte de la oscuridad social respecto a las sombras psicológicas e irracionales de las que jamás la experiencia histórica y social del hombre se pudo librar-máximo respecto a aquellas personas con poder de influir socialmente de cualquier forma-se debe a este mismo malsano juego de tormentosas oposiciones encontradas e internas dentro del alma (o psique) del individuo.
Yo como estudiante del arte, e inevitablemente del artista, estoy también sujeto a la necesaria comprensión de la psicología del individuo-de todo individuo-y de las sociedades o colectivos que éstos hayan formado históricamente, pues el arte de cualquier clase-cuando es arte y no simplemente publicidad-es siempre inaccesible si no es a través de su misma contemplación siempre como una intencionalidad humana producto al mismo tiempo de un sociedad y momentos históricos, antropológicos.
Pero los hombres-y mujeres-de estado y de la banca y de cualquier clase de poder terrenal real y corporativa, no suelen pasar-para las grandes masas sociales y según nuestros tópicos y clichés, digamos, semiológicos-por este análisis en su tormentosa y siempre velada capacidad psicológica de odio y destrucción respecto a sus propias contradicciones internas y las proyecciones que hacen de las mismas respecto al medio social que les rodea y sobre el que tuvieron en gran medida un poder poco más que decisivo en el pasado.
Y cierto deprecio para con lo soez y vulgar de nuestras necesidades mas patéticas y primarias-las de todos nosotros, qué remedio-quedaron ferozmente sujetos únicamente por una visión totalizadora de lo agregado como una cosmología económica del MBA al que jamás fue lícito cuestionar-sobre todo en los últimos tiempos-como una forma hostil, en el fondo, de tratamiento sistemático de obviación psicológica y humana-que se paseaba públicamente, sin embargo, simplemente como ganancial, técnicamente neutro y eminentemente racional.
Y los demonios personales de un Picasso, Pollack o Frida Kahlo a lo dostievski, quedaron al final como grandes tributos al artista como ser humano guerrero ante la batalla ya perdida de antemano de esto de estar vivo y el saberse uno justamente eso.
Nada más.
Y en cuanto a ellos, si no te va o no te apetece, simplemente no tienes porqué siquiera mirar.
Lo mismo no puede decirse, sin embargo, de un José Ignacio Lopez de Arriotúa (“Super Lopez”), Mario Conde, de un Jack Welch o Steve Jobs.
Y pasan 10 o 20 años y, despertándote una mañana, te diste cuenta-quizá-que lo que una vez pareciera tan importante a esto últimos sujetos en su visión y vitalidad es ni más ni menos que el mismo tejido social y colectivo que ahora te rodea;
El baremo nuclear y universal de todo-ya de la misma experiencia humana en sí;
Aunque esa visión vital, tu personalmente te lo pases por el forro de los cojones como siempre lo hiciste a lo largo de toda tu vida.
Y ahora más:
Verán ahora lo que voy a hacer con esa abominación como desconsideración respecto a la vida humana en sí.
SK
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