Petronio y su hija están en Bogotá; en el barrio La Candelaria, el cual por tener como quinientos años tiene fama que cada casa colonial tiene su fantasma. Hay un gran tumulto y una emisora extranjera de televisión con multitud de cámaras y equipos sofisticados quienes están a la cacería de un fantasma muy activo en este vecindario. De pronto se siente un gran olor a rincón viejo y húmedo y un hombre ataviado a la usanza de la colonia se instala al lado de Petronio. Petronio le habla y le dice que porque no aparece frente a las cámaras y evidencia su presencia. Él le contesta que las cámaras no podrían verlo o captarlo y que si el apareciese frente a sus buscadores caerían fulminados del susto. Además que su interés no es interactuar con la gente sino permanecer en este su hogar. Que no es su culpa que le hayan visto. A renglón seguido se burlan Petronio y él de los técnicos en fantasmas.