Un pintor amigo me confesó el secreto que le servía de inspiración a la hora de tomar los pinceles y pinturas al verterlos en su obra. Gran conocedor del mundo, en sus viajes llevaba consigo un anotador y un bolígrafo. Nada de sofisticadas cámaras, solo ese gran angular de unos ojos inquietos que plasmaban en su mente las escenas de la realidad que percibía. Cuando llegaba el fin de su recorrido, como un ritual, se detenía en un bar, y entre los humos del café, tomaba su bolígrafo y escribía en el papel las experiencias y emociones de sus periplos. Grandes descripciones de ambientes, colores, sabores y olores entre sorbo y sorbo, con los ojos entrecerrados, recostado sobre la silla, recordando los momentos vividos. Se detenía en los mas mínimos detalles que transformaba su paseo en un sutil relato. Recreaba los momentos en el lugar que sus sentimientos los evocaban. Una mirada, un andar parsimonioso de un parroquiano, un vendedor de frutas, un banco con una pareja de enamorados. Leer esos manuscritos eran de por si obras de arte. Ya en su atelier, hojeaba sus escritos y los pinceles comenzaban a escribir ahora delineando formas e imágenes bañadas de colores que nos trasladaba inmediatamente a esos mundos ahora imaginarios. Imágenes filtradas por la mente por un artista de la pluma y del pincel.

OTREBLA