Nuevamente estoy sentada al frente de una intimidante hoja en blanco que en mi mente se llena de letras desordenadas pero que realmente no puedo poner en orden. Lo único que logro atinar es preguntarme una y otra vez: ¿Otra carta de amor?¿En serio?¿Es realmente amor? Y vienen a mí recuerdos de hace muchos años, recuerdos de hace unos meses, recuerdos de ayer. Hemos cambiado, yo he cambiado y la manera cómo te miro creo que cada día cambia más aunque yo trate de evitarlo.
Recuerdo que cuando te conocí no entendía muy bien porqué llamabas mi atención, no tenías nada que me gustara pero ese silencio y esa mirada captaban mi atención de una forma que nunca había sentido y poco a poco comencé a sentir cosas extrañas cuando estabas presente, comencé a pensar más de lo normal en ti y llegaba a mi casa y me dormía haciéndome ilusiones de lo que algún día podría pasar entre los dos. Luego pasó todo lo que pasó, sentí un vacío enorme cuando te vi con otra persona, la realidad me pegó un par de bofetadas en el ego y caí completamente devastada. Entendí, por fin, que no eras un hombre para mí y que yo no era la clase de mujer que tendrías en tu vida para ser tu compañera, tu amante, tu apoyo y tu amor.
Después de mucho tiempo te vi en algún lugar y me sentí feliz de no tener el peso de ese sentimiento en mí y podía mirarte y sonreír como viendo a un amigo, recordé con risas el pasado y me llené de júbilo al ver que todo había quedado allá donde no volvería jamás. Conocí a la novia que tenías en ese momento, a esa por la que siempre sentirás algo y lo terminé de entender todo. Es tan pulcra, tan puesta en su sitio, delicada, inteligente, hermosa, tan perfecta, tan diferente a mí. Sólo alguien como tú podría estar con alguien como ella, hacían una bonita pareja y al verlos, enterré en lo más profundo de mi ser el poco recuerdo que quedaba de ese pasado lleno de sentimientos por ti.
Los años pasaron y te saqué completamente de mis círculos, te veía y sentía una alegría tranquila, de esas que nos dan los amigos verdaderos, nos sentábamos a hablar y la calma llegaba a mí. Recuerdo cuando vine por unos días a la ciudad y decidimos ver un partido de fútbol, los dos en un bar que nos quedaba cerca de casa. Llevábamos mucho tiempo sin vernos pero fue como si el tiempo no hubiera pasado, tratamos de ponernos al día de lo que nos había ocurrido todos esos años en los que cada uno se dedicó a hacer su vida mientras veíamos cómo jugaban. También recuerdo que justo en el momento que fui al baño, hicieron gol y al salir con una sonrisa gigante me dijiste que me tendría que quedar en el baño para que hicieran más goles. Tuviste que irte temprano y yo me quedé sola en el bar terminando de ver el partido mientras pensaba en lo bien que la pasábamos juntos y en lo lindo que es volver a ver a los amigos. Esa noche tomé un bus para regresar a la ciudad donde estaba viviendo y por algunos otros meses, te olvidé.
Cuando regresé, mi maleta pesaba un poco más por las tristezas que traía que por otra cosa, el desgaste emocional era tal que estaba muerta en vida y los enredos de mi cabeza llegaban a formar un laberinto en el cual yo cansada de luchar, simplemente me resigné y me senté a esperar. Hasta ese día, ese día que decidiste que sería bueno irnos a tomar un café y caminando nos recorrimos gran parte de la ciudad entrando de un café a otro, viendo precios en los menú y riendo tímidamente al comentar que todo estaba muy caro y saliendo como dos chiquillos a hurtadillas para que no nos vieran. Terminamos en una plazoleta tomando soda y hablando por horas, ese día me di cuenta que quería pasar contigo muchos días más, así, hablando, no necesitaba nada más. La relación se fue intensificando, nos veíamos más, hablábamos más. Y yo cada día me sentía más a gusto y más insegura a tu lado, sí, contradictoriamente. Quería pasar mucho tiempo contigo y al mismo tiempo sentía esa inseguridad de no saber cómo actuar, qué decir y tener en la mente muy presente que yo no era una mujer en la cual te podrías fijar. Un día comenzaste a cambiar la forma de mirarme y me invitaste al cumpleaños de un amigo tuyo, cuando me estaba arreglando, supe que me arreglaba para ti y estuve a dos palabras de cancelar la cita, esa noche mientras reía, callaba, bailaba, escuchaba, miraba, mis manos sudaban y supe que me debía alejar, no entendía muy bien lo que pasaba, pero sabía que debía alejarme y justo esa noche te da por ser osado y robarme un pico al final de la noche cuando me dejaste en casa, un pico corto e inocente que me hizo bajarme inmediatamente de ese carro y casi salir corriendo a entrar a mi casa y justo 12 minutos después, un mensaje en mi teléfono: “Perdón por haberte besado, no me pude contener”. Después de eso todo pasó muy rápido, noches de turco, tardes de jacuzzi, martes de cine, jueves y domingos de sexo. Sólo nos besamos dos veces, dos días y tuvimos sexo durante dos meses. Aun no comprendo por qué nunca nos volvimos a besar, ¿qué tenían de malo nuestros besos?¿qué tenían de malo mis besos?¿qué tenían mis labios que no los querías besar? Aun así, las veladas donde tuvimos sexo fueron reconfortantes aunque en cada una de ellas me sentía tímida y cohibida, mientras pasaba pensaba que era casi un sueño que estuviera pasando, que me llamaras a mí para tener esos encuentros fortuitos era como cumplir una fantasía, hasta el día que dejaste de llamar.
Nunca supe qué estaba pasando por mi cabeza todo ese tiempo, sabía que estaba feliz, que tenía alguien para coger y que me sentía bien, nunca lo quise analizar ni darle mucha mente, nunca quise indagar más allá porque en el fondo sabía que sería un problema. El día que dejaste de llamar, que desapareciste yo di las gracias al universo, me sentía libre de una tensión que me carcomía el alma y aunque no entendía qué había sucedido estaba tranquila, no sabía nada de ti, ni qué hacías, ni con quién salías, sólo podía pensar que en algún momento regresarías y cogeríamos con más fuerza y pasión por todos los días de ausencia. Tenía razón en que volverías pero me equivoqué en el motivo del regreso, regresaste sin un ápice de deseo por mí, regresaste a ser verdaderamente mi amigo y eso hizo que yo desequilibrara, que la tensión que había ocultado, que los recuerdos que había borrado, que los sentimientos que había callado salieran sin precauciones, sin filtros, todo eso multiplicado por todos los años que los había tenido reprimidos y ya te imaginarás cómo fue eso. Una catástrofe.
Traté de pedir explicaciones, trate de convencerte de que volviera a pasar, siempre con la esperanza de ver más allá de tu cara y encontrar en algún lado tu alma y que me miraras como alguna vez vi que la miraste a ella, con la esperanza de ver en tus palabras la confusión que pasaba por mí, con la esperanza de que al momento de pensar una razón te dieras cuenta que podría funcionar y obviamente mis intentos fueron en vano. Ni quisiste que volviera a pasar ni mostraste síntoma o indicio de que estabas pasando por lo mismo que yo estaba pasando, por lo que decidí ponerle objetividad, mente, razón a lo que sucedía y llenarme de motivos para no sentir más allá del cariño de amigo que te había tenido siempre lo que me funcionó por algunos días, y nuevamente volvió a mi ese sentimiento de liberación y ligereza que tan bien conozco cuando te miro y no siento nada, pero ayer me di cuenta que esos pajazos mentales de nada me sirven, siempre llegará una día en que todo se vuelva a enredar y yo no tendré más ojos que los de una tonta enamorada para mirarte. Cuando supe que sólo iríamos los tres mi corazón comenzó a palpitar de alguna manera extraña, sabía que nada pasaría pero no lo podía evitar, a medida que el tiempo pasaba yo me iba calmando un poco pero siempre estuve alerta a cada movimiento, cuando supe que dormiríamos en un cuarto tú y yo, solos, mis manos comenzaron a sudar y ya no coordinaba bien mis movimientos y cuando salimos a bailar, supe que no había nada que hacer, nos movíamos llevando el ritmo, las manos se rozaban, nos mirábamos y reíamos al tiempo, los estábamos disfrutando, yo lo estaba disfrutando y por fracciones de segundos pasaba toda una fantasía por mi cabeza, no sexual, no de deseo carnal, sino esas fantasías que dan miedo, esas que sabes que son de verdad y que las tienes sólo con pocos hombres en tu vida, esa clase de fantasía en la que puedes vivir para siempre, te soñé de una manera tan real que de verdad lo viví. Cuando volvimos a la mesa yo no era la misma, sentí el miedo más grande de mi vida al verte sentado al frente mío y tener la obligación de callar, de esquivar la mirada, de medir las palabras y de saber que en unas horas estarías durmiendo en la cama del lado y yo no podría hacer absolutamente nada, sin embargo, como la esperanza es lo último que se pierde cuando ya estábamos en esa situación y dijiste muy naturalmente: “cerraré la puerta”, a mí se me heló todo, los dos acostados, la luz apagada y yo mirando la oscuridad, esperando y rogando en silencio alguna señal de que quisieras estar conmigo, sin embargo tú estabas escribiendo en tu teléfono, te quedaste en esas por unos minutos, lo apagaste y dormiste. Estabas a unos centímetros de mí pero completamente lejos, tan vivo y tan muerto, tan bello y tan feo… tanto amor y tanto odio al mismo tiempo.
Hoy al despertar estabas a mi lado, dándome la espalda y me entraron unas ganas irrefrenables de abrazarte y decirte que te quería, ganas que ahogué con un café cargado y un frío matinal que me entraba por los pies, cuando despertaste y saliste a la sala yo veía al hombre que quería ver todas mis mañanas y de nuevo volvía la fantasía a mi cabeza, esa donde estamos los dos, juntos, compartiendo la vida, esa donde nos vamos de paseo, nos quedamos en casa, reímos, cocinamos, comemos, te veo jugar, haces letras mientras yo estoy tirada en la cama leyendo un libro, esa donde te conozco y entro a tu ser, te abrazo, me miras, bailamos, esa donde una noche después de tener sexo, me miras y finalmente me besas con amor.
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