LA DEFENSA DEL FOGON DE Leña
En aquellos tiempos nuestra familia decidió que la juventud se mudara a la ciudad para estudiar bachillerato, para ir a la universidad, hacer cursos y ver el mundo. Así perdíamos un poco nuestro arraigo campesino o por el contrario, nos moríamos de nostalgia y esperábamos las vacaciones para regresar a nuestros orígenes.
Un día, cuando la tía Hermosa se graduó de maestra de escuela y cobró sus primeras vacaciones , llegó a casa de la abuela, al campo, con una cocina nueva, una nevera, y contrató albañiles para construir una cocina empotrada, con gabinetes y cerámica por todos lados. Demolieron el viejo fogón de leña mientras la abuela miraba con ojos tristes la transformación aquella.
En ese momento llegamos nosotras, las nietas, las primas, y al vernos, sonrió, nos abrazó y lloró. “Abuelita ¿ Qué te pasa?”. “Nada mi´´ja, es que veo pasar a los albañiles con los pedazos del fogón y mi vida pasa”. Así sentimos junto a ella esa nostalgia, mientras las lágrimas corrían por su rostro moreno y arrugadito. Aunque a mi parecer la cocina nueva ya se veía muy linda.
La abuela era de armas a tomar. Esa misma noche, a las dos de la madrugada, nos despertó y calladitas la seguimos, como cómplices de una aventura, hasta el traspatio, junto al gallinero y entramos al “cuarto de los pollitos”, que era un galpón de bahareque cerrado con el techo de palmas. Ahí en susurros, nos iba indicando a cada una lo que debía hacer.
Buscamos comida para los perros y les llevamos para que no ladren, Agarrò un canasto grande y recogió a la gallina con los pollitos y los llevó al gallinero, mientras nosotras le buscamos un tobo, pico y pala, conectamos la manguera al tanque y llevamos agua hasta allá. Nos hizo abrir un gran hueco, y con la tierra tuvimos que “amasar” con los pies una arcilla medio húmeda, mis primas descalzas lo hacían mientras yo sacaba tierra y apartaba las piedritas.
La abuela buscó maderas y armó adentro un mesón con las patas clavadas al piso de tierra y la mesa armada con tablones del viejo fogón. Luego hicimos enormes pelotas de barro y las extendimos , como un mantel de tres centímetros de espesor sobre esta mesa. El nuevo fogón, en el cuarto de los pollitos ya era nuestro por efecto de la complicidad.
• Apuren, apuren que debe estar listo antes de que amanezca”, decía la abuela bajito y nosotras jugando “Reto” para que todo saliera bien y rápido. Ella salió con el tobo y trajo las tres piedras grandes que sirven de topias, o base para las ollas, las montó en el mesón, todavía húmedo y le empezó a agregar tierra, puños de tierra al aire, sobre el fogón, en cruz, mientras rezaba: “Casa de Jerusalén donde Jesucristo entró, por esta puerta entró el bien y por aquí el mal salió, así mismo espero yo que de este lugar bendito, salga el mal y entre el bien. Amen, amen y amen.”
Luego, puso tierra sobre los lados donde la arcilla estaba más húmeda. Nos mandó a buscar leña, chamizas, virutas, y hojas secas, fósforos, querosén y encendió el fuego rezando bajito. Nos hizo buscar las ollas viejas, sal, aceite, café, azúcar, el colador y la coladera, el budare y la masa que ya estaba guardada en la nevera nueva.
Buscó los taburetes que los albañiles ya habían lanzado a la basura, los acomodó frente al fogón y a las cinco y media de la mañana ya estábamos sentadas, escuchando a la abuelita, culta y sabia que nos explicaba que el fogón de leña es muy bueno y útil porque:
Primero: permite ahumar los alimentos, hornea desde un caldero grueso con tapa, conserva la carne y los granos tostados y ahumados.
Segundo: Espanta la plaga, combate la humedad y fortalece la construcción en la casa
Tercero: Sirve para quemar piezas de barro y hacer cacharros de alfarería. También los pirograbados en cuero, madera y totuma se hacen desde el fogón. Hasta la ropa se planchaba desde el fogón.
Cuarto: Permite eliminar la basura, quemando lo podrido, lo inservible, lo que no es útil, purifica el ambiente.
Quinto: Si lo sabes usar con leña seca y sin quemar plásticos o metales, es bueno, no contamina, nos da calor y aroma, humaniza el paisaje, produce alegría y es confortante.
Sexto: Mejora el contacto humano con quienes se acercan al fueg
Séptimo: Une a la familia, es el Hogar, es socializador, acaba con el egoísmo, pues obliga a compartir desde el calor hasta la comida.
Octavo: s el lugar de los buenos amigos y de los parientes, un espacio liberador que hace decir lo que está en el corazón.
Noveno: Promueve la creatividad y el contacto humano, es hornamental, duradero, artesanal y a veces artístico.
Décimo: Cocina más rápido que la cocina eléctrica, la de gas y más sabroso que el micro ondas.
Onceavo: La llama del fogón es fuego sagrado que conecta con los ancestros, los antepasados y los abuelos.
Doceavo: Loas grandes restaurantes del mundo usan anafres y fogones de leña por la calidad que produce en las comidas.
Treceavo: La leña seca, la chamiza, las virutas, las hojas secas no contaminan no afectan la salud, sirven de asistente sanitario para limpiar. La ceniza que produce se usa para pelar maíz, para hacer lejía, jabón, y pulir metales.
Catorceavo: Elimina la basura orgánica que se utiliza para hacer abonos.
Quinceavo: La medicina naturista y tradicional usa el fogón como fuente de salud familiar. Es la hoguera necesaria para espantar plagas y alimañas en el campo. El humo es señal que avisa que hay gente en casa.
Dieciseisavo: Es económico, es aromático, es salvador, preserva la cultura gastronómica del asado en ambientes rurales.
Diecisieteavo: Le da valor comercial a la madera seca, a la viruta, a la chamiza, a las hojas secas y aromáticas.
Dieciochoavo: El Fogón de leña es parte de nuestra cultura gastronómica tradicional.
Diecinueveavo: Todo lo que gira en torno al fogón es muy sabroso, cálido y placentero. La fogata anima las fiestas.
Vigésimo: Todo lo sabroso y placentero lo tildan de malo. Por eso hay que defender al fogón de leña, como se defienden los besos de un buen amor:
Ya estaba amaneciendo cuando soltamos las carcajadas, ¡mira a la viejita pues! El cielo ofrecía una paleta de colores donde el rojo y el amarillo hacían manchas sobre el horizonte azul. Disfrutábamos de un buen café colado, arepas, y huevitos frescos sancochados, cuando apareció de la nada, la Tía Hermosa.
“Mamá ¿Qué es esto?, ¡mira como están de empantanadas, huelen a gallinero, a humo, sudadas y espelucadas! ¡Parecen unas brujas!..¡Volviste a armar ese fogón que tanto daño te hace! ¿No te gusta la cocina nueva?
Entonces la abuela se alzó y mirándola a los ojos le dijo: “Mira hermosa, tu eres mi hija y te criaste junto a un fogón, eres sana y muy brillante. Yo te agradezco la cocina nueva, pero ahí no puedo bendecir la tierra, ni bendecir el aire porque no hay humo, no puedo bendecir el agua desde un filtro helado, ni menos bendecir el fuego que sale de la electricidad. Déjame mi fogón en el cuarto de los pollitos, que desde ahí puedo compartir bendiciones y comidas, cuando me muera, lo mandas a tumbar. De todos modos ya las muchachas aprendieron cómo se hace y ellas sabrán aprovechar lo bueno que hay en construir fogones.
No desprecies a tus antepasados hija. Déjame con mis creencias que las nietas aprendieron lo que es purificar el campo con ensalme y humo, limpiar los elementos para que crezca el amor, no somos brujas, somos humanas y…¡nos vamos a bañar antes que nos mandes!”
Todas salimos detrás de la abuela, que nos llevó a un caño que se formaba atrás de la casa en tiempos de lluvia y nos bañamos unas a otras con la ropa puesta. Regresamos limpias y mojadas. Cambiamos nuestras ropas y volvimos a ser “chicas de la ciudad”. Pero por siempre todas asumimos la defensa del fogón de leña.
Luego, por la noche, hasta la Tía Hermosa se arrimó al fogón a celebrar las dos nuevas cocinas y comimos pollitos en braza, hechos con leña y ternura, mientras la luna llena y cómplice nos volvía a iluminar desde el cielo.
Inés Molina.
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